Ruta Sonora
Iggy Pop. Corona Music Fest
En 1966, Jim Osterberg era un joven formal que trabajaba en una tienda de discos de Detroit. Tocaba la batería en la banda de blues-rock Prime Movers. Según Wayne Kramer, guitarrista del combo post-sicodélico MC5, nadie le pegaba a los tambores como él. Jim se fue un rato a Chicago a ser el discípulo de la leyenda del blues negro, Sam Lay. Ahí, Jim, después apodado Iggy, se dio cuenta de que esa gente tocaba de forma tremenda, salvaje, aunque natural e infantil, así que sería ridículo tratar de imitarles; pensó: “debo tocar mi propio blues, describir mi experiencia como ellos retratan la suya”. Iggy regresó a Detroit, con la intención de formar una nueva banda. Por su parte, Ron Asheton, quien sería el guitarrista central de esa agrupación, tenía algo claro tras haber visto a The Who, y a Pete Townshend romper guitarras, mientras la gente trataba de subir a recoger los pedazos: “los gritos del público no eran de felicidad, sino aullidos animales. Yo tenía miedo; no era divertido, pero estaba hipnotizado. Aquella música conducía a la gente a extremos peligrosos. Entonces me di cuenta de que aquello era lo que yo quería hacer”. La bomba en sus cabezas terminó de detonar cuando Iggy vio a The Doors en la universidad de Michigan. A quien luego apodaron también Pop (pues en sus primeros shows se rapó las cejas, y así se parecía a un amigo que se había quedado sin pelo por una enfermedad nerviosa, llamado Jim Pop), quedó impresionado por las contorsiones de Jim Morrison, por su “manera de burlarse de esos ñoños, futuros líderes americanos”, y por el caos sonoro del grupo. “¡Qué malos son! ¡Y son los número uno! Si ese tipo puede, yo también”, se dijo. Al año, la misma disquera de los Doors, Elektra, ya había firmado a esa nueva banda llamada The Stooges, al mismo tiempo que a MC5. El escritor y primer manager de éstos, John Sinclair, describe así a The Stooges: “En vivo, aquello era la locura, algo auténtico; no se parecía a nada que hubieras visto antes. No era rock&roll. Aquel zumbido sicodélico que emitían, era el telón de fondo para las bufonadas de Iggy… No eran canciones, sino ritmos demenciales a los que yo llamaba ‘trances’. Estaban más cerca de la música afroamericana que del rock”. Batidoras, tanques de aceite, palancas de metal, eran blandidas por Iggy en escena, quien se pintaba el rostro de blanco o con ropas brillantes, o bien rodaba sobre vidrios rotos. Ya lo diría Scott Asheton, baterista del mismo grupo, hermano de Ron: “Nuestro plan era derribar paredes, cagarnos en todo”. Y sí. Los miembros de The Stooges sólo querían andar drogados, follar en la calle, enardecer a las masas. Si bien sus primeros años el grupo no vendió gran cosa, tanto en Estados Unidos como en Inglaterra fueron forjando, subterráneamente, los basamentos de eso que explotaría en la segunda mitad de los años 70: el punk.
Dos discos de sonido extremo, The Stooges (1969), pero sobre todo Fun House (1970), volaron muchos sesos. Raw Power (1973), uno de los discos más influyentes en la historia del rock, fue producido por David Bowie, quien se había vuelto íntimo de Pop. Esto, porque The Stooges fueron más valorados en Inglaterra. Y fueron instituidos cual padrinos del género cuando el primer grupo en grabar un disco punk en el Reino Unido, The Damned, hizo su versión al tema 1970. Lo mismo hicieron los Sex Pistols con No fun. Adelantados a su tiempo, la conexión era directa: en plena era post-hippie, a unos chicos proletarios de Detroit les había valido sorbete proclamar algún mensaje: vacío, perdición, egoísmo, heroína al por mayor, estallido emocional inmediato, y tres acordes mal tocados (diría Ron Asheton: “no sabíamos tocar, por eso siempre le subíamos al 10 a los amplificadores”), elevados a épicos no sólo por el volumen, sino por la confusión y el éxtasis comunitario.
Así, tres discos, mucha droga y hasta nunca, Stooges. Iggy desde entonces siguió una carrera solvente como solista, añadiendo a cada uno de sus pasos el tufo a leyenda viviente, con su torso desnudo, cicatrizado. Clásicos son sus álbumes Lust for life y The Idiot, ambos de 1977, también auspiciados por Bowie.
Tras su reunión en 2003, ahora como Iggy and the Stooges, el grupo ha sabido recrear algo del sonido de antaño, aunque ya más como leyendas revaloradas. Sin embargo, tres décadas de separación hicieron mella al buscar amacizar una creación actual y contundente: el álbum The Weirdness (2007), es terrible. Sin embargo, es ese ser mítico, ese rucazo corrioso, desquiciado sobreviviente de los excesos, quien pisará suelo mexicano mañana en el coloso de Santa Úrsula. Indispensable será, para quienes se jacten de haber sido “tocados” por la inquietud punk, asistir a presenciar lo tremendo que aún es capaz de ser, quien este año cumplió 60 años. Le acompañan los originales hermanos Asheton, y en el bajo, el ex Minutemen, Mike Watt.
(Declaraciones tomadas del libro Please kill me, the oral history of punk, de Legs McNeill y Gillian McCain).