Usted está aquí: sábado 1 de diciembre de 2007 Opinión La Eva moderna, desde la antigüedad*

Lila Yolanda Andrade**

La Eva moderna, desde la antigüedad*

Ampliar la imagen La maldición que lanzó Jehová a Eva, cuando la echó con su pareja del Paraíso, no ha sido redimida, y después de miles de años, continúa viva y terrible. Sobre estas líneas, Adam and Eve, 1526, de Lucas Cranach La maldición que lanzó Jehová a Eva, cuando la echó con su pareja del Paraíso, no ha sido redimida, y después de miles de años, continúa viva y terrible. Sobre estas líneas, Adam and Eve, 1526, de Lucas Cranach Foto: Tomada del libro 1000 Dessous. A History of Lingerie, de Gilles Néret. Editorial Taschen

Hoy, como ayer, las condiciones de las mujeres en todas partes del mundo apenas han cambiado y, aun en consideración a ciertos avances políticos, en la gran mayoría de los casos las mujeres están en franca desventaja respecto de sus compañeros de especie. Durante casi toda la existencia de la humanidad, las mujeres han vivido sometidas al hombre, y en cuanto éste llegó a la categoría de padre, vio en sus hijas una propiedad más que debía aprovechar. Su primera medida fue determinar con quién habría de casarlas.

Hasta muy adentrado el siglo XX, y sólo en algunas sociedades, la mujer puede rescatar el derecho de elegir al hombre con el que quiere compartir su vida y destino.

Aún ahora, en el siglo XXI, hay muchísimos sitios del mundo, más de los que se cree, donde el voto definitivo para que una mujer se case lo da el hombre de la casa.

El sombrío panorama que ha rodeado a la mujer viene de muy lejos. En la dorada época de Pericles, en la civilizada Atenas del siglo V a. de C., la voluntad de la mujer no contaba para nada. No se le consideraba ciudadana y se le trataba igual que a los ilotas (esclavos, parias, seres humanos casi inexistentes), quienes carecían de todo derecho. Las mujeres, confinadas en el gineceo, lugar expresamente construido para ellas, permitía que los hombres tuvieran la libertad de moverse en academias, baños públicos, ágoras y banquetes, sitios en los cuales las mujeres asistían sólo como sirvientas o, en el mejor de los casos, como objetos de entretenimiento.

Las evidencias están flagrantes en los llamados Libros Sagrados, desde donde surge la versión de que todo el mal de la humanidad parece tener asiento y origen en la mujer. Podemos consignar sólo algunas de las injusticias, muchas de las cuales, para desgracia de la humanidad, siguen vigentes.

En próximas entregas se irán desgranando las cuentas del terrible collar con que han “adornado” a las mujeres en la larga cadena de infamias que parecen interminables. Puede resultar extenuante lo que dice la Biblia, ese texto que es sagrado para las religiones nacidas del judaísmo, y para las cristianas, además de ser base para el islamismo, donde se reprime y se condena a las mujeres en las más variadas formas. La maldición que lanzó Jehová a Eva, la de Adán, cuando la echó con su pareja del Paraíso, no ha sido redimida, y después de miles de años continúa viva y terrible. Es justo y necesario que hablemos de Eva, no sólo de la primera, sino de las millones de Evas del mundo que han sido execradas, maldecidas y, en muchos casos, masacradas de continuo por los Adanes, que a pesar de desearlas y explotarlas, las humillan y rebajan a niveles inconcebibles.

Habrá que entender que no fue Dios, en cualquiera de sus advocaciones, quien escribió ninguno de los Libros Sagrados, sino los profetas, escribas e iluminados que interpretaron sus palabras.

Eva, en el mito religioso judeo-cristiano, fue la primera mujer maldecida por comer de la fruta prohibida del conocimiento del Bien y del Mal, cuyo pecado no ha sido todavía perdonado y por el que sigue siendo castigada. Es cierto que Adán fue castigado también y debe comer con el sudor de su frente. Pero Eva no sólo tendrá, por orden de Jehová, que parir con dolor, sino que además: “Multiplicar en gran número los dolores de tus preñeces; con dolor darás a luz a los hijos, y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti”.

Cuando en 1970 apareció el libro de Esther Vilar, El varón domado, la indignación de muchas mujeres y la satisfacción de los hombres lo convirtió en un éxito de librería. Las ediciones se sucedieron unas a las otras, y la autora, casi de la noche a la mañana, alcanzó una fama tan extensa como inmerecida.

La razón era muy simple: en el libro los hombres fueron absueltos de sus culpas por una mujer. En el texto aseguraba la autora, con ligereza propia de un vals, que el hombre actual sufría de un injusto sojuzgamiento a manos de las mujeres, y que tal debía ser atendido y reivindicado.

De una plumada dejaba atrás no sólo 7 mil años de sometimientos padecidos por las mujeres y distorsionaba casi toda la historia de la humanidad. Uno de los más “sólidos” argumentos que esgrimía tan peregrina propuesta eran las cifras estratosféricas que habían ganado en aquel entonces las empresas estadunidenses dedicadas a la industria de la confección de ropa y de productos de belleza destinado a las mujeres. La señora Vilar consideraba que ese dinero, gastado por las mujeres en la tarea de atrapar a los hombres, era señal indiscutible de haberlo domado. Pero ¿qué hay de los otros núcleos de población femenina extendidos por la Tierra? No recuerdo si también (Esther Vilar) se ocupó de dar cifras de ingreso a la educación femenina elemental y media, y menos aún del acceso que tuvieron entonces las mujeres a las universidades, que en opinión de algunas estudiosas recientes, es la base fundamental de un posible, aunque remoto, cambio positivo de la condición femenina.

El sojuzgamiento que hasta ahora padecen las mujeres en los países orientales y euroasiáticos, así como en las inmensas extensiones americanas, desde el sur del río Bravo hasta la Patagonia, es inhumano. Su situación no ha cambiado desde hace milenios, y ni hablar de las mujeres africanas, quienes, literalmente, caen muertas de hambre con sus hijos en los brazos porque no tienen “permiso” ni posibilidad de controlar su fecundidad.

La llamada “civilización” no ha llegado todavía a más de la mitad de la población del mundo: las mujeres. El resto, los hombres, se ha servido la parte del león, valiéndose de su fuerza para someter, amedrentar y aún exterminar, todavía en estos tiempos, a quienes son sus compañeras de especie.

Algunos años antes de la aparición del libro El varón domado, de Vilar, Simone de Beauvoir había dado a luz en Francia su monumental ensayo El Segundo Sexo, el cual no fue tomado en cuenta por la señora Vilar, ni las ideas revolucionarias expuestas por la escritora francesa.

Por si fuera poco, la señora Beauvoir era entonces relativamente joven y bella, lo cual suponía desde luego una contradición: belleza y talento juntos en una mujer. La escritora era ya compañera del más destacado filósofo de la juventud francesa: Jean Paul Sartre.

Ni siquiera pretendió “llevar al altar” a su inseparable compañero, ni mucho menos asegurar su futuro “dándole” un hijo a Sartre, que lo obligara a pasarle una pensión alimenticia.

Culta y decidida, la Beauvoir sabía que en toda historia amorosa universal no se registra ningún caso en que los insignes amantes hayan hecho vida matrimonial de manera convencional. Para la “gran pareja” contada por la literatura (Romeo y Julieta) no existió jamás el “peligro” de enfrentarse a la rutina cotidiana durante, digamos, 10 años. Muy otra habría sido la historia de Julieta.

El genio indiscutible de Shakespeare detuvo, literalmente hablando, la catarata de males, matando oportunamente a los dos enamorados más enternecedores, admirables y románticos de la literatura amorosa.

El deseo de la mayoría de las mujeres de formar una pareja perfecta no tiene fundamentos en la historia, para suponer que se realice un verdadero “gran amor” a la altura del arte.

La mujer ha sido y sigue siendo, en medida avasallante, propiedad del hombre. ¿Cuánto más continuará siéndolo?

*Del ensayo La infamia contra las mujeres a través de los siglos.

**Escritora de televisión.

 
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