Usted está aquí: viernes 30 de noviembre de 2007 Cultura Dos horas con cuatro de entre las 12 primmas ballerinas de México

La vorágine de los libros

Tihui, Irma, Sandra, Sylvie, en charla pública con Juan Arturo Brennan

Dos horas con cuatro de entre las 12 primmas ballerinas de México

En el ciclo Conociendo a..., que se realiza en el Centro Cultural del Bosque, una pequeña muchedumbre conoció del mundo interior de artistas que aman su trabajo

Ángel Vargas

Ampliar la imagen Juan Arturo Brennan (a la derecha), ayer, durante la entrevista a cuatro bailarinas de la Compañía Nacional de Danza, dentro del ciclo Conociendo a... Juan Arturo Brennan (a la derecha), ayer, durante la entrevista a cuatro bailarinas de la Compañía Nacional de Danza, dentro del ciclo Conociendo a... Foto: José Antonio López

¿Hasta qué punto el ballet es un arte masoquista? Lo es, totalmente. Así piensan muchos de quienes no lo practican ni ejercen. Pero quienes sí lo hacen tienen otra forma de apreciarlo e incluso lo consideran una expresión altamente gozosa, indispensable en su vida.

No importa que a consecuencia de él se padezcan lastimaduras crónicas y/o degenerativas, como es el caso de la que padece Sandra Bárcenas, primera bailarina de la Compañía Nacional de Danza (CND), quien, a causa del ejercicio de esta profesión, sufrió una deformación del pie que la ha obligado a medicarse para poder continuar bailando.

O se deban superar dolores insoportables, como ocurrió con otras dos primeras bailarinas de esa agrupación, Tihui Gutiérrez e Irma Gutiérrez, quienes en alguna ocasión concluyeron sus respectivas funciones no obstante de que sufrieron sendas lesiones en pleno escenario. La primera, en la rodilla y la segunda, más grave aún, la fractura de una de las costillas flotantes.

La deformación de los pies es otro aspecto a considerar, o los sacrificios para mantenerse en no más de 50 kilogramos de peso, renunciar a convivencias sociales, a veces al propio amor, y tener que dedicar gran parte de su tiempo al estudio y los ensayos.

Cierto, “detrás de la magia del ballet existe, a primera vista, mucho sufrimiento, pero para nosotras no lo es tanto, ni siquiera sacrificio, porque cuando uno está decidida a ser bailarina, mata por bailar”.

Tal es, en resumen, la opinión de cuatro de las 12 Primeras bailarinas que ha tenido la CND en los últimos 50 años, quienes la noche del pasado miércoles se reunieron en el Teatro de la Danza para compartir sus experiencias con el público, como parte del ciclo Conociendo a …, organizado por el Centro Cultural del Bosque.

Dos horas de charla amena, entretenida, en las que el público que desbordó el recinto (incluso hubo necesidad de colocar más de un centenar de sillas afuera del mismo, que fueron también insuficientes) conoció de primera mano anécdotas, experiencias y vivencias de Sylvie Reynaud, Tihui Gutiérrez, Sandra Bárcenas e Irma Morales.

Sin delirio de grandeza

Como conductor y moderador del diálogo fungió el crítico de música Juan Arturo Brennan, colaborador de La Jornada, quien con sus preguntas y comentarios exprimió, en buen sentido, mucha de la esencia sobre el quehacer y la vida de esas cuatro figuras del arte dancístico nacional, dos de ellas ya en retiro, Tihui y Sylvie.

Recuerdos, momentos tanto de gloria como bochornosos, sueños, consejos, compromiso, pasión, una cortina viva amplia la que se fue descorriendo poco a poco ante los ojos de los espectadores, quienes al final de la sesión pudieron hacer también algunas preguntas a las artistas.

De acuerdo con ellas, el ballet es una profesión que no permite “para nada el delirio de grandeza, porque es un arte sumamente objetivo”. Coincidieron asimismo que para adentrarse a él resulta esencial la vocación, pero también depende mucho la formación en la infancia.

Se mostraron confiadas y animosas sobre el estado actual del ballet en México, y consideraron que en la compañía nacional mantiene un nivel artístico muy alto, por lo que cada día resulta más difícil y competido llegar a ser primera bailarina.

Sin dudarlo, las cuatro intérpretes sostuvieron que dedicarse al ballet ha valido la pena, sin importar el sufrimiento y los sacrificios intrínsecos a éste.

Y es que, definieron, se trata de una expresión que va en contra de la naturaleza del cuerpo humano; desde allí comienza el sufrimiento. Pero estar el escenario lo vale todo, por la adrenalina y la emoción el dolor y las lesiones se sienten hasta el final de la función.

 
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