Entrevista a Rafael Hernández, Politólogo y académico
“En juego, un nuevo modelo del socialismo” en Cuba
Todos los cambios deben estar bajo control popular, dice
“Estamos frente a tareas, a objetivos, a estrategias, a medios, a recursos, a necesidades y a demandas nuevas, no porque nunca antes se hayan manifestado, sino porque en este momento se requieren respuestas de una manera más apremiante que nunca”, señala el director de la revista Temas
Ampliar la imagen Rafael Hernández, investigador y politólogo, durante la entrevista con La Jornada Foto: Gerardo Arreola
La Habana, 29 de noviembre. En la discusión que abrió Raúl Castro el pasado 26 de julio “está en juego un nuevo modelo del socialismo” y un debate así, en el momento más complejo del país en casi medio siglo, muestra “la urgencia” de los cambios, dijo a La Jornada el politólogo y académico Rafael Hernández.
Un cambio “estructural”, como sugirió Raúl, no es sólo económico, sino sobre todo político: incluye la propiedad y el mercado en el socialismo, la forma de hacer política, la descentralización del poder y un consenso que supone desacuerdos y puede enfrentar resistencias de sectores de la burocracia y la tecnocracia, señaló Hernández, director de la revista Temas, una de las publicaciones cubanas de mayor reputación intelectual en décadas.
El Partido Comunista de Cuba (PCC) y luego la población, en reuniones masivas, expusieron en los últimos meses un amplísimo arco de problemas sociales y económicos, a partir del discurso del presidente en funciones. Según el mensaje oficial, a ese caudal de voces seguirán cambios dentro del sistema.
Hernández consideró que esa misma discusión ya se había producido en distintas formas en los últimos años, aunque ahora está organizada y recogió “más de dos millones de propuestas”. A su juicio, todo debería desembocar en el sexto congreso del PCC, que debió realizarse en 2002 “y no es algo que pueda posponerse mucho tiempo”.
Es necesario, dijo el investigador, pensar en el socialismo sin “las orejeras mentales de nuestra propia experiencia histórica, a la cual no podemos renunciar, pero que tampoco se puede convertir en un grillete. ¿Vamos a seguir pareciéndonos a nosotros mismos para siempre? Tenemos que acabar de quitarnos las antiparras teóricas y conceptuales con las cuales seguimos pensando el socialismo”.
Estos son algunos tramos de la conversación:
–En el último número de Temas ustedes hablan de transición en Cuba, ya como un proceso continuo desde 1959, con distintas fases o como una sucesión de transiciones. ¿Cómo se relaciona la situación actual con ese concepto?
–En ese número de Temas (…) todo el mundo está de acuerdo en que estamos en una transición, no porque esto se haya iniciado ahora, sino porque esta es una etapa necesariamente nueva. Creo que es una fase de la transición: no creo que los fundamentos del sistema se hayan alterado esencialmente y por consiguiente no creo que estemos en una nueva transición. Estamos frente a tareas, a objetivos, a estrategias, a medios, a recursos, a necesidades y a demandas nuevas, no porque nunca antes se hayan manifestado, sino porque en este momento se requieren respuestas de una manera más apremiante que nunca.
–¿De dónde viene la urgencia?
–Hay problemas de fondo que no son las guaguas (autobuses) en La Habana, ni los tomates en el agro (mercado), ni –más importante todavía– que la gente no tenga medios para construir o reparar su vivienda. Son problemas que atañen a lo que Raúl llamaba cuestiones estructurales. Nada de eso son cuestiones estructurales. Estas atañen al modelo del socialismo cubano (concepciones sobre la propiedad social, papel del mercado en el socialismo, participación ciudadana en las decisiones y control de la política, construcción del consenso). Eso en este momento está en el centro de toda la problemática cubana y ninguna solución va a ser estructural, como demanda Raúl, si no se abordan esos temas. Lo que está en juego, en debate, es un nuevo modelo del socialismo y creo que eso es suficientemente apremiante.
–Es decir que Raúl no hablaba sólo de cuestiones “estructurales” en la agricultura o la economía…
–El discurso de Raúl tiene una profundidad en la que a lo largo de todos estos debates mucha gente ha podido reflexionar. Su ejemplo de la distribución de la leche es una parábola sobre la hipercentralización. El viejo modelo está “tarado” por los resabios del socialismo real. En El socialismo y el hombre en Cuba, el Che hablaba de las “taras” del capitalismo. Y el otro día, en una encuesta sobre el texto del Che, se preguntó a estudiantes universitarios qué pensaban de las “taras” del pasado. Y los estudiantes dijeron: la burocracia, la hipercentralización, la falta de atención a los problemas sociales, la falta de participación. Porque para la mayor parte de los cubanos que no vivieron el capitalismo, las “taras” del pasado son los rezagos del socialismo viejo que seguimos arrastrando.
–Ha habido una gran discusión antes de cada uno de los últimos congresos del partido (la “rectificación de errores” de los años 80, 1992, 1997), ¿qué diferencias o semejanzas hay con la actual?
–La principal diferencia es que el compás de espera del tiempo histórico de este momento va mucho más rápido y es más corto el crédito con el que la política cuenta para (…) producir cambios que se sientan. Por eso hablo de premura. Aparentemente estábamos en una situación más crítica en 1993 o 94. Sin embargo, entonces el consenso político era mucho más propicio para resistir. Ahora, que no estamos con los grandes apagones o con el agua al cuello, el consenso requiere tiempos mucho más rápidos. Ahora se trata de las maneras de hacer política desde el partido y el poder popular hasta las organizaciones de masas. Esas concepciones tienen que cambiar. No tiene que ver con recursos materiales, sino con los famosos “problemas subjetivos”.
–Es decir que ahora la construcción del consenso no sólo es más urgente, sino más compleja…
–Exactamente. Cuando hablamos de consenso no hablamos nunca, salvo que confundamos los términos, de unanimidad. El consenso supone un apoyo contradictorio, una no-oposición, que está mediada porque tengo un grupo de cosas que me llevan a apoyar, pero tengo cualquier cantidad de reservas y de desacuerdos. El consenso está atravesado por el desacuerdo. El desacuerdo no es una cosa extraña, sino orgánica. Es parte del consenso, que incluye los elementos áridos, negativos, de rechazo. Ese consenso en Cuba, por supuesto, es mucho más complejo que lo que era en los años 80, porque esta sociedad es mucho más heterogénea.
–¿Se puede esperar alguna resistencia entre la burocracia?
–En la burocracia uno se puede encontrar personas más propensas y menos propensas al cambio, pero dentro de la burocracia en posiciones de poder hay un sector recalcitrante, que no querría ceder un ápice de poder, descentralizar, darle más participación a la gente en las decisiones. Es algo que me parece muy lógico. Pero yo diferenciaría incluso a la burocracia, la administración en general, de la tecnocracia, que también es un grupo social distinto, que puede estar muy a favor de los cambios, sólo que habría que preguntarse de qué cambios y eso me espanta: crecer económicamente, con mecanismos de mercado, por vías de liberalización o por reformas, que puedan servir para que la economía crezca, pero que afectan a la mayoría de la gente, con los ingresos más bajos. Ese sector de la tecnocracia es tan peligroso como el otro, el de la burocracia. Esa tecnocracia tiene poder y tiene posibilidad de influir en los cambios y en el debate. Por eso creo que es tan importante que no se considere que la economía es un sector aparte. Todos los cambios, incluidos los económicos y sobre todo esos, deben estar bajo control popular. Un director de una empresa siempre va a tener más poder que un representante del pueblo y eso es gravísimo en un sistema socialista, porque es su negación.