El mandatario concentra la entrega de despensas en la sede del gobierno local
Granier convierte la Quinta Grijalva en el mayor centro de acopio del estado
“Está evitando un estallido social; con las filas, la gente se entretiene en algo”, señala un funcionario de su administración
“El químico sí ayuda, aunque las filas sean largas”
Ampliar la imagen Vecinos de la colonia La Manga (sección tres) recibieron despensas luego de esperar por horas entre toneladas de basura. En esta región de Tabasco la limpieza de calles comenzó apenas esta semana Foto: Alfredo Domínguez
Villahermosa, Tab., 23 de noviembre. “¡Ora si nos rayamos!”, grita la feliz malabarista María Guadalupe Rodríguez León, cargando a su bebé, una mochila, un paquete de pañales y la bolsa negra de una despensa bien surtida. Las seis horas de cola en la Quinta Grijalva, residencia del gobernador de Tabasco, han valido la pena.
Guadalupe y su amiga Yesenia Gómez arriban por la tarde y se forman, como centenares más. Al llegar a las vallas metálicas extienden la mano derecha: deben probar que sus manos están limpias, es decir, sin la marca de tinta indeleble, como la usada en elecciones. Eso revela que no han recibido una despensa en los días recientes, al menos no de las del químico Andrés Granier. Más adelante, ya cerca de la puerta de la Quinta Grijalva, les entintan el pulgar derecho.
Cerca de medianoche hay cuatro filas de 400 pasos cada una. Guadalupe y Yesenia se quejan porque la vez anterior la despensa era “de apenas 30 pesos”. Hoy se rayan.
La fila avanza despacio sobre una alfombra de botellas de plástico vacías. Los pocos botes de basura están repletos, igual que los sanitarios portátiles, más de 30, puestos en el parque frente a la Quinta. Una romería que comenzó con la tragedia, cuando el gobernador Andrés Granier decidió que las despensas del estado se entregarían sólo en la casa de Gobierno.
La capital de las colas
La entrega apenas se suspende unas horas de la madrugada, pero adentro de la Quinta todo el tiempo hay decenas de personas descargando tráileres, abriendo cajas y bolsas, armando despensas.
Afuera, las filas son variadas. Muchas para despensas, otra para pañales, una más para colchonetas, dos para ropa. Las hay también de voluntarios dispuestos a trabajar unas horas armando paquetes, cargando bultos y cajas. Después de unas horas, ellos, como todos, se llevan su despensa. En esa fila está Carmen Muñiz, una anciana que fue rescatada del techo de una escuela. Hoy vive en un albergue porque su casa sigue “hecha una mugre y la loza se está cayendo a pedazos”. Como muchos, Carmen perdió todo. Ahora nomás tiene despensas.
Igual que su tocaya Carmen Guzmán, compañera de albergue, quien se dedicaba a vender pozol y tamales en la colonia Anacleto Canabal y hoy no tiene a quién venderle. La piensa cuándo se le pregunta qué perdió. Hace una lista de tres o cuatro cosas. Y su casa, de láminas y palos, no sirve más.
Doña Carmen Guzmán es reincidente. Recuerda la inundación de 1999: “Mi casa se me fue a pique, pero entonces no hubo ninguna ayuda”. Ahora, en cambio, “el químico sí da, aunque la cola sea larga”, coinciden las señoras formadas.
La decisión de Granier ha sido cuestionada por sus críticos locales y por autoridades federales que han manifestado su descontento, pero entorpecen el fluido de despensas porque reparten las suyas en otros albergues, por otras vías. Muchos villahermosinos tampoco están de acuerdo, pero apechugan, resignados, a pesar de que a las horas de cola se suman otras de traslado al centro de la ciudad.
Concentrar el reparto en un punto ha generado colas enormes, sin contar lo difícil que resulta meter grandes camiones de carga a la zona centro y las estrechas calles de la Quinta Grijalva. “Es poco práctico pero es muy útil”, dice un alto funcionario del gobierno de Granier.
El gobernador y su gabinete, explica, están convencidos de que gracias a su decisión de concentrar la ayuda han evitado “un estallido social”. “Suena absurdo, pero con las colas la gente tiene algo qué hacer”, añade.
Las cúpulas tabasqueñas son sabias, a fuerza de experiencia, en el reparto y el uso político de las despensas. Y buena parte de la población lo es al recibirlas.
“Las familias hacen acopio”, dice Emilio de Yguarta, rector del campus de la Universidad del Valle de México, quien calcula que cada familia avezada se ha hecho en estos días de unas 10 despensas.
De Yguarta abrió un albergue en la sede de esta institución. Cuenta que las familias salían a hacer su vida normal y también a formarse en las filas para obtener despensas. Cuando el albergue debió cerrar para reiniciar las actividades académicas, reunió a las familias que quedaban y les informó que serían trasladadas a otro albergue. Esa misma madrugada varias personas llevaron camionetas para cargar las despensas reunidas, las colchonetas y sus pocas pertenencias rescatadas. Al final, sólo 85 de las 200 personas albergadas se fueron a otro refugio.
En el gobierno de El químico no niegan que una parte de la población se ha hecho, a golpe de campañas electorales, hábil en la recepción de despensas. “Por algo tenemos el voto más caro del país”, dice un funcionario estatal.
No es difícil recordar, por ejemplo, la reciente campaña electoral (hace apenas un año), en la cual los partidos se acusaron del reparto indiscriminado de despensas, y los perredistas descubrieron bodegas repletas de bicicletas y enseres que regalaron a los votantes.
Entonces como ahora nadie sabe cuántas despensas se han repartido. El alud de ayuda nacional e internacional y la emergencia misma han hecho imposible el cálculo. “¿Cuántas despensas llegaron? Todas. ¿Cuántas se repartieron? Todas”, dice, para acabar el debate, Francisco Reséndez, coordinador de asesores del gobernador.
Tres minutos de ropa
La despensa es cosa de suerte, de qué productos estén entregando cuando se llega al principio de la fila. Una noche tocan bolsas negras de cinco o seis kilogramos; al día siguiente, cajitas de 50 por 60 con el sello del Fondo Nacional de Desastres (Fonden).
Asunto y cola aparte es la ropa. Pasan en tandas de 20 o 30, por sexos. La ropa está en el suelo, sobre trozos de plástico. A los buscadores les pintan una cruz con plumón en la mano derecha.
Cada tanda es de tres minutos para elegir prendas y zapatos. La gente es colocada detrás de una raya imaginaria. A una señal, señoras y niñas se lanzan sobre la ropa. Los encargados gritan: “¡No pisen la!, ¡No empujen!, ¡Dejen los zapatos para el final! ¡Un minuto!” Tiempo. Y no hay protesta que valga, aunque no haya tiempo para probarse nada.
“Todos tenemos sarna”
“En la televisión dicen que las despensas están bien surtidas y no es cierto”, refunfuña María Guadalupe Rodríguez, quien acaba de volver a esta ciudad luego de pasar 22 días en Coatzacoalcos, Veracruz, en calidad de damnificada. “Allá todo está bien organizadito, ¡qué atención, mis respetos!, pero acá…” María Guadalupe se levanta la blusa unos centímetros para mostrar unos peculiares rasguños: “Mire, mire, todos tenemos sarna”.
Pese a las quejas, todos reconocen que “El químico sí ayuda, aunque la fila sea larga”. Hartos y cansados, los voluntarios o empleados del gobierno estatal reparten a veces las cosas con desgano.
“Sí, tenemos necesidad, pero no por eso nos tienen que humillar”, dice María Hernández Ocaña, a quien una empleada le avienta los pañales al suelo. Es el castigo por protestar que le den pañales para recién nacido cuando su bebé tiene ocho meses. Se conforma. “Hace nueve años nos fuimos al agua y no nos regalaron ni un café”.
De los pañales se queja también Magdalena Galván, quien porta uniforme de mesera de una cadena de restaurantes. “Normalmente salgo a las 12, pero ahora, como no hay clientes, me dejaron salir a las siete, por eso vine”.
–¿Le dejaron de pagar cuando cerró el restaurante?
–Pues no, pero da igual porque gano el salario mínimo.
El fin del reparto
La historia de las despensas en la Quinta Grijalva está a punto de terminar. Aunque no ha fijado el día, el gobierno estatal ha decidido poner fin al reparto en los próximos días.
La ayuda sigue llegando, pero ahora, es de entenderse, se repartirá de otra manera. O la gente comenzará a buscar despensas por todas partes. Hace unos días, en el municipio de Cárdenas, el infortunado chofer que se detuvo a preguntar la ubicación del centro de acopio fue retenido. Los vecinos querían apoderarse de las despensas que cargaba en el tráiler. Lo tuvieron que rescatar funcionarios municipales y soldados.
Analistas locales advierten que la escena se repetirá cuando cierre el mayor centro de acopio del estado. Mientras eso ocurre, esta tarde de leve lluvia –que hace a los villahermosinos evocar los aguaceros de la tragedia–, las colas siguieron ahí. Llueve, llueve, y la gente avanza en la cola, lenta y resignadamente.