Usted está aquí: martes 20 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia “En Chilapa las cosas andan mal y se pondrán peor”, dicen sus pobladores

Temen nuevas inundaciones una vez que baje el nivel del agua en Villahermosa

“En Chilapa las cosas andan mal y se pondrán peor”, dicen sus pobladores

Sus habitantes comen boboescama, un pescado que “normalmente nadie consume”

La mala fortuna de este poblado tabasqueño es estar situado entre una laguna y un río

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen Más de 30 familias que viven en casas de campaña en La Escoba, municipio de Centla, se quejan de que las autoridades las tienen abandonadas Más de 30 familias que viven en casas de campaña en La Escoba, municipio de Centla, se quejan de que las autoridades las tienen abandonadas Foto: Alfredo Domínguez

Ampliar la imagen Patio trasero de la casa que habitaba la familia Hernández, en la misma comunidad de La Escoba, municipio de Centla Patio trasero de la casa que habitaba la familia Hernández, en la misma comunidad de La Escoba, municipio de Centla Foto: Alfredo Domínguez

Centla, Tab. 19 de noviembre. En la improvisada mesa que está a la orilla de la carretera quedan los restos del boboescama que las familias que residen en el improvisado albergue acaban de comer. Es la enésima vez que lo hacen en esta contingencia y, hasta ahora, por esas cosas que sólo Dios sabe –dice la gente–, no se ha enfermado nadie, a pesar de que el río que inundó sus casas está muy contaminado.

“El boboescama es un pescado que cuesta cinco pesos por kilo y ahora se compra a dos pesos, para que te des idea de lo que estamos comiendo. No vale nada, normalmente casi nadie se lo come; es como un róbalo con muchas espinas, pero ahora sirve”, explica Francisco Aguilar, pescador y campesino.

Chilapa está hundida –sentencian los lugareños– por las aguas que no terminan de salir de Villahermosa, las mismas que mantiene sus tierras y casas anegadas, las cuales apenas comienzan a salir de la inundación, enlodadas y con una inaguantable cantidad de moscos.

“Si nada más porque tenemos el pellejo muy grueso no pasa nada, pero el riesgo del paludismo ahí está”, añade Carlos Martínez, residente de esta comunidad de complicado nombre: Chilapa margen izquierda, primera sección. “Hay que ser claros, porque los de la margen derecha no están tan jodidos como nosotros, porque tienen la carretera: nosotros estamos entre la laguna y el río, por eso estamos albergados acá”.

La carretera que lleva a Chilapa es una interminable sucesión de “albergues”. Ahí se encuentra la gente que habita en las 17 comunidades de la región. Unas cuantas láminas, plástico, sillas y alguna cobijas y colchonetas dan cabida a 18 familias que viven del otro lado del río, en un estrecho margen de tierra.

No hace mucho tiempo pasó por aquí un camión militar con despensas, pero no se detuvo. “Por más señas que le hicimos –dice Ana Bertha Aguilar– ni adiós nos dijeron; se fue rumbo a Boca de Chilapa” sin dejarles ni agua.

A pesar de las condiciones, Francisco Aguilar se da valor para elogiar la labor del gobernador, quien, lo puede jurar, no los ha dejado de apoyar. “Ese hombre merece que le hagamos una estatua, aunque sea de lodo, porque no hay más”.

Hasta el mayor optimista aquí considera que habrá de pasar un mes antes que la inundación baje, siempre que no llueva más, y de que Peñitas, la presa que nadie conoce, pero de la que todo mundo ha oído hablar en Tabasco, deje de echar agua.

“Las cosas andan mal… y peor que se van a poner”, señala Roberto León. Sus augurios de que el panorama se agravará se basan en el anuncio del gobernador de que se impondrá veda para el pescado y el camarón. La noticia es devastadora para la comunidad, pues de eso viven.

“Dicen que (la reconstrucción) va para tres meses. ¡Imagínese! ¿Qué vamos a hacer?” Ahora nadie les compra el poco camarón en cáscara que pueden capturar en la laguna.

Su otra alternativa son los plantíos, pero éstos no darán nada en meses, debido a que el agua los pudrió. “Sabrá Dios hasta cuándo nos cambiará la suerte.

“Lo que necesitamos de verdad –afirma Ana Bertha– son muros que nos protejan de la inundación. El tiempo está muy cambiado, ya ve que la naturaleza está cambiando y más que va a haber.”

“¿Adónde vamos a ir?”

Al otro lado del río hay quienes han regresado a sus casas. Para llegar allá hay que atravesar el fango, que los niños ya sortean con destreza. En esta margen izquierda, donde no hay carretera, la miseria se asoma sin disfraz. Las láminas no resistieron la embestida del agua y dejaron al descubierto lo que, se supone, fue la casa de Rodualdo Romero, de 27 años, pescador, con tres hijos y una mujer que mantener.

–¿No piensan irse de aquí?

–¿Adónde? –devuelve Mario Romero, quien vive al lado, en una casa de concreto.

Es también pescador, con medio siglo de vida, toda consumida al margen del Grijalva. Son terrenos heredados por su abuelo, quien vivió 105 años, enfatiza, para convencerse de su arraigo en la comunidad La Escoba, que ahora se parece tanto a un pantano.

“Ve cómo apesta el agua, y peor que se va a poner, ahora que Villa (se refiere a Villahermosa) termine de echarnos toda su agua”, dice.

En su vivienda, su hija Yuri prepara lo que comerán hoy, que no es más que camarón en cáscara, del mismo que está vedado consumir en este periodo de contingencia. Ella vino huyendo de Villahermosa con su hija de cinco meses, porque su casa se perdió debajo del agua y “había mucha insalubridad”.

La mayor parte de La Escoba está del otro lado, a la orilla de la carretera, en unas casas de campaña donadas por ciudadanos ingleses. Es lo único de primer mundo que tienen.

Jorge Antonio Pérez, líder “natural” de la comunidad, acaba de llegar de Centla, donde una vez más no fue recibido por el alcalde, Nicolás Bellizio.

A pesar de ello, llegó con un camión repleto de víveres: “esto que ves no fue donado, lo compramos con dinero de la comunidad, porque el alcalde nos tiene olvidados.

“Muy poco ha llegado aquí, y no sabemos por qué”, agrega otra mujer, igualmente irritada.

 
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