Usted está aquí: lunes 5 de noviembre de 2007 Opinión Un mundo ancho y disperso

Hermann Bellinghausen

Un mundo ancho y disperso

Cuanto está en misión, Voltaire se convierte en un animal de escena. No deja de sorprenderme. De su personaje Doris Day, que no imaginaba cómo resolvería ir a un desfile de modas, esa tarde emergió del bungalow convertida en Amanda Palmer, la de Dresden Dolls, lo que para asistir a un acto social me pareció más bien una provocación. Ni siquiera supe qué comentario hacer.

Adiós espantoso sombrero. Se había amarrado desaliñadamente el pelo atrás de la cabeza, como si se dispusiera a trapear el baño. El rostro lo maquilló blanco, moderadamente. Se trazó con negro las cejas, las pestañas y un lunar en el pómulo. Y los labios de un rojo sangriento. El resto supongo que era un traje de baño o un elástico de gimnasia, negro, que le cubría pecho, tronco y vientre, muy fifties. Medias de cebra hasta los muslos, mordidas por un liguero de hule. Y botas de minero.

Yo iba normal, de jeans y tenis. Como si no fuera ella el espectáculo, y no lo supiera, me barrió de pies a cabeza y dictaminó:

–Estás hecho una facha.

El carro también cambió. Era un jeep blanco, descapotado y cursi. Míster Jim necesitó su convertible ecológico y Voltaire rentó ese mamarracho de playa. En cuanto puso el estéreo adiviné el soundtrack de su juego. Algún personaje de John Le Carré se preguntaba de otro: “A éste, ¿quién le escribe el guión?” Ella se lo escribía solita, al fin que el mundo es ancho y disperso.

Los Dresden Dolls no son lo más playero que se le pueda ocurrir a uno, nada tiene de mediterráneo ese punk cabaret de mucho sudor y gritos, más bien es música de sótano, de calle a expensas del neón, the girls are crying and the boys are masturbating y cosas así. Como de costumbre, el eufemismo de Voltaire me había engañado. Su “desfile de modas” resultó una mega party internacional. Antorchas encendidas por toda la playa en un hermoso atardecer frente al aburrido mar de California con el sol a nuestra espalda.

–Esta gente llegó aquí en sus yates o en jet privado. Ninguno voló en Aeropatito como tú –dijo Voltaire a la vista de montones de guaruras afuera, y de la concurrencia misma, que en esa hora del lounge time era consentida por un diyéi famosísimo de cuyo nombre no puedo acordarme.

Lo que menos me apetecía era salir el mes que entra en Quién o Caras u otra bitácora de la burguesía, en la misma fiesta que un hijo de ex presidente, la hermana buena de Paris Hilton, dos o tres estrellas melladas del canal de las estrellas, jóvenes millonarios gringos, y viejos también. Y una muchedumbre de mujeres cuya profesión era ser guapas, y que tuvieron un efecto de sobredosis que me anestesió. Al lado de Voltaire y su aspecto estridente (nadie vestía como ella, la onda era casual), de seguro los cronistas de sociales me iban a plaquear y ahí sí yo paso.

Reconocí entre tanto yuppie nacional y de importación a dos o tres pupilos de la maestra, a los herederos de un magnate turbio de Monterrey y a los franquiciarios de un pequeño y rentable partido político, hasta que me dije “¿qué hago aquí?”, y me arrimé al rincón donde se congregaban los meseros y por allí me quedé, entre los invisibles.

Voltaire, en cambio, alcanzó pronto el corazón de la fiesta y a la hora que comenzó el desfile ya ocupaba una mesa junto a la pasarela, en compañía de un calvo que supuse sería Duncan y no parecía nada zen, más bien playboy tardío. De gazné, me cae. Los acompañaba una pareja joven que después me enteré eran policías secretos de Los Ángeles pero se presentaban como directivos de una empresa high tech ligada a las películas de Hollywood. Al menos a ellos alguien les escribe el guión, pensaría luego. De momento parecían riquillos en su luna de miel.

El martirio comenzó más noche, cuando todos estaban hasta atrás, no sólo de alcohol, que fluía más que el golfo enfrente. Alguien dijo que por ahí andaba Bono y se armó cierto alboroto, pero yo nunca lo vi, así que no me consta, y supongo que alguien como él se hace notar (lo necesita tanto como otros necesitamos respirar).

El desfile me quedaba lejos, y como no me pensaba aproximar, lo vi por uno de los televisores del circuito cerrado. Y pensé que qué bueno que ya les exigen a las modelos que coman más. Los meseros cotilleaban en sus intermedios:

–¿No que no está permitida la entrada a menores?

–A las de acá nadie les pide identificación, y las otras llegaron por el mar.

–Pues esas mesas de por allá. Si ganas dan de llevarles su nieve de fresa.

–Las morritas de acá las trajeron en limusina, vato. Unas diez.

–Yo digo que más.

Algo harto, me desentendí y refugié en un estribillo de los Desden Dolls, cortesía de Voltaire: and thats the way it is in Minnesota/ and thats the way it is in Oklahoma/ and thats the way it is science protozoa/first climbed onto the shores of California.

 
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