Usted está aquí: lunes 5 de noviembre de 2007 Sociedad y Justicia En La Isla nadie murió, pero siete de cada diez habitantes están enfermos

Contaminación del agua y hacinamiento desataron males diarreicos, informa médico

En La Isla nadie murió, pero siete de cada diez habitantes están enfermos

Destruidos, los cultivos de ese ejido de Cunduacán; culebras amenazan a habitantes

Alonso Urrutia y René Alberto López (Enviado y corresponsal)

Ampliar la imagen Una familia del ejido La Isla, municipio de Cunduacán, regresó a su casa luego de que bajó el nivel de la inundación Una familia del ejido La Isla, municipio de Cunduacán, regresó a su casa luego de que bajó el nivel de la inundación Foto: Francisco Olvera

Cunduacán, Tab., 4 de noviembre. El motor de la lancha rompe el silencio del ejido La Isla cuando se acerca a la orilla. Es una comunidad de 25 familias que resistieron el embate del río Samaria, el cual las arrinconó en el punto más alto, la escuela primaria Emiliano Zapata. No hubo muertos, pero el saldo de enfermos que ha dejado la insalubridad acarreada por la inundación es muy alto.

Nadie salió de la comunidad a pesar del riesgo. Nunca han salido, aun cuando la pobreza es ostensible, acentuada con el lodazal que dejó la irrupción del Samaria. Esta vez la lancha trae médicos, como ayer les trajo un poco de comida.

“Me llegaron a avisar a las tres de la mañana y ya para entonces el agua subía por segundos”, relata María Nicolasa, mujer regordeta que acumula cargos en la comunidad: es delegada municipal, auxiliar de salud, presidenta de la escuela y tesorera de los desayunos escolares.

Tantos puestos de representación le dan una visión privilegiada de su comunidad. “Hay mucho enfermo”, dice. Los dos galenos que llegaron hoy al ejido lo corroboran: en las decenas de comunidades rurales de Cunduacán cerca de 70 por ciento de los pobladores padecen alguna enfermedad, sea diarreica, febril o fúngica.

“Está muy esponjado”, dice a la doctora Dalia Osoria, en su diagnóstico elemental. Son lombrices, que la representante atribuye a la inundación de la semana, no a la pobreza endémica del ejido, para el cual nada bueno se augura sólo con ver los platanares anegados y el maíz que apenas se distingue. El desbordamiento no sólo destruyó cultivos; lo más grave es que contaminó los pozos de agua potable.

“La contaminación del agua y el hacinamiento que viven ahora han desatado las enfermedades diarreicas”, diagnostica el médico Siloe Martínez.

Poco a poco, la fila de pacientes se acerca a la escuela de la comunidad, donde se da la consulta. Por ahora la emergencia ha permitido que los doctores lleguen a La Isla por tercera ocasión en la semana. Demasiadas veces si se compara con la visita mensual que se hace en tiempos de normalidad.

“Todo el plátano se fue”, lamenta María Santos Zapata. Sin duda, por este año no habrá pencas que vender ni maíz que comer. Las despensas que ha llegado a repartir el ayuntamiento no parecen ser una solución inmediata, y menos duradera.

Los ejidatarios lamentan el desastre que traerá el desbordamiento del río. Los platanares tardarán en volver a darles para sobrevivir, pues los tres pesos que reciben por penca de plátano explica las miserables condiciones en que se encuentran. Y cuando hay mucho, les pagan sólo 1.50.

La escasez augura que las pocas gallinas que sorteron el torrente servirán para mitigar el hambre de los próximos días.

–¿Se murieron muchos animales?

–Nada más los de pluma –responde Ramiro Santiago, jefe operativo de protección civil del ayuntamiento, que ha recorrido en lancha toda la zona, que abarca unas 30 comunidades, la mayoría de cuyos habitantes se negaron a salir, lo cual ahora dificulta su atención.

Falta apoyo a municipios

El nivel del agua ha bajado sensiblemente, pero aún está a las puertas de muchas de las chozas de bambú que hay en la comunidad. Y las culebras amenazan. Hay mucha nauyaca.

–¿Han mordido a alguien?

–Ni lo mande Dios –responde María Nicolasa, quien bien sabe que una picadura de ese animal sería casi mortal en la comunidad.

Cunduacán es el segundo municipio más afectado en Tabasco, después de Villahermosa, pero aquí parece que el ayuntamiento se vale por sí mismo.

La gravedad de la situación que prevalece en la capital del estado ha dejado prácticamente sin ayuda a los municipios.

En la cabecera municipal hay más de 20 albergues, ocupados por damnificados de decenas de rancherías y comunidades rurales. Quienes salieron de sus comunidades son atendidos en mucho mejores condiciones a las que padecen quienes rehúsan abandonarlas.

Comida, agua y atención médica marcan la diferencia. Felipe Custodio atiende las dolencias de quienes esperan en la sede del PRI del ayuntamiento. “Tenemos enfermedades diarreicas, respiratorias y mucha tensión, no sabe cuánta. Andan muy tensas las personas, y aquí vienen. En la mayoría de los casos no necesitamos darles pastillas, sólo dejar que hablen, que nos digan, que lloren. Con eso se van más reconfortadas.”

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.