Espino, Fox y la cumbre de Valparaíso
Este fin de semana, en Valparaíso, Chile, se realizará la decimoséptima Cumbre Iberoamericana, mecanismo que desde 1991 reúne a jefes de Estado y de gobierno de los países de América Latina y el Caribe, España y Portugal. Estas cumbres se singularizan por la exclusión de Estados Unidos; pero, como ha venido ocurriendo en cumbres anteriores, la de Valparaíso podría “cubanizarse” y Washington no sería ajeno a eso. La novedad, ahora, es que uno de los agentes principales en los intentos por atacar a Cuba, Venezuela y los “gobiernos populistas” de la región, podría ser el actual presidente del Partido Acción Nacional, Manuel Espino, quien además dirige la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA). Y eventualmente, también, Vicente Fox.
Este año, el tema principal de la cumbre es Cohesión social y políticas públicas necesarias para alcanzar sociedades más inclusivas en Iberoamérica. El concepto tiene que ver con los altos índices de pobreza e indigencia, la extrema desigualdad, así como las diversas formas de discriminación y de exclusión social, y las percepciones de la ciudadanía frente a la forma en que actúan esos mecanismos gubernamentales y cómo se traducen en un sentido de pertenencia a la sociedad. Asimismo, tiene que ver con las sinergias entre equidad social y legitimidad política. Los mandatarios abordarán además distintos “asuntos especiales”. En la pasada cumbre, celebrada en Montevideo, Uruguay (2006), se emitieron sendas declaraciones contra la construcción de un muro en la militarizada frontera de Estados Unidos con México y sobre la necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero de la administración de Bush a Cuba.
En ese contexto, el proyecto de “cubanizar” la cumbre de Valparaíso, a la que no acudirá el presidente Fidel Castro por razones de salud, sigue un libreto conocido. Los enemigos de Cuba, en particular la administración de Bush y los grupos anticastristas de Miami, intentarán impulsar la anacrónica política de aislamiento contra la isla, que acaba de ser condenada en Naciones Unidas con una votación récord de 184 países a favor, cuatro en contra y una abstención (Micronesia). Estados Unidos contó con el voto de Israel (con una población de 7 millones 150 mil habitantes, de los cuales 20 por ciento son palestinos que dudosamente apoyan el bloqueo); de Palau (20 mil 842 pobladores) e Islas Marshall (61 mil 815 habitantes), dos virtuales protectorados estadunidenses. Fuera de sala quedaron Irak, Albania y El Salvador. El resto del mundo se opone al bloqueo, pero a Bush le importa un pito. El bloqueo se ha convertido en asunto de Estado, no de gobierno. Tanto así, que los principales candidatos presidenciales demócratas –Hillary Clinton, Obama y Edwards– han expresado su intención de continuarlo. Pero el bloqueo no opera en el Acta de Ajuste Cubano, la protección a nivel presidencial de terroristas como Orlando Bosch y Luis Posada Carriles, operaciones encubiertas y una masiva cantidad de dinero para las emisoras contrarrevolucionarias Radio y Tv Martí, financiadas con el dinero de los contribuyentes de Estados Unidos. Se trata de una política imperial que tiene que ver con intereses políticos domésticos enfocados en los votos de los cubano-estadunidenses de la Florida y la histórica visión de Washington hacia su patio trasero.
Lo novedoso ahora es que en el contexto de la cumbre de Valparaíso, la herramienta clave para la ejecución de la estrategia de la Casa Blanca contra Cuba será la ODCA, que preside Manuel Espino, la cual es a su vez el brazo regional de la Internacional Demócrata de Centro (IDC), multinacional política de la derecha cuyo co-presidente es Vicente Fox.
Cabe recordar que Espino y Fox llegaron a la presidencia de ambas instancias gracias a los favores de grupos anticastristas de la Florida. En particular, debido a las gestiones de Marcelino Miyares, quien encabeza al Partido Demócrata Cristiano de Cuba, con sede en Miami, constituido por ex miembros de la llamada Brigada 2506 que intentó la fallida invasión en Playa Girón, patrocinada por el presidente John F. Kennedy en 1961. Como recompensa, Espino entregó la vicepresidencia de la ODCA a Miyares, quien está encargado de la “acción política” de la organización. Otros grupúsculos integrados a la ODCA son el Proyecto Demócrata Cubano, el Movimiento Cristiano Liberación y el Directorio Democrático Cubano, cuyos dirigentes han estado históricamente ligados y/o han sido instrumentalizados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y reciben fondos de la Agencia para el Desarrollo Internacional y la National Endowment for Democracy.
En enero pasado, durante la inauguración de la sede de la ODCA en la ciudad de México se acordó potenciar la figura de Felipe Calderón y al PAN como modelos a seguir por las derechas del hemisferio, en lucha frontal contra el “populismo-socialista radical” encarnado, presuntamente, por Fidel Castro y el venezolano Hugo Chávez. Pero uno de los problemas que ha enfrentado la organización en Chile ha sido la disposición de la presidenta Michelle Bachelet de mantener relaciones cordiales con La Habana, evitando toda coyuntura de tensión o discrepancia pública. Ello, pese a los esfuerzos de la Democracia Cristiana local (DC), miembro de la gobernante Concertación por la Democracia, por enrarecer tales vínculos. En meses recientes, Espino protagonizó un sonado incidente con la presidenta de la DC chilena, Soledad Alvear, esposa del ex presidente de la ODCA, Gutemberg Martínez. Pero las desavenencias podrían diluirse durante la cumbre de Valparaíso, ya que la DC y la ODCA son instrumentos clave de la Casa Blanca y los contrarrevolucionarios miamenses para “cubanizar” la reunión. Eso, claro, si Fox no asiste, porque de ir tendría asegurado el show.