Casi vida
Para escribir de zonas marginales, no queda más remedio que destruir la sintaxis, usar los verbos en infinitivo, desmadrar el adjetivo calificativo y acabar con el adverbio. Agregar a cada sustantivo otro sustantivo con características adjetivadoras y definitivamente acabar con la puntuación, en la búsqueda definitiva de un escrito que tenga, como característica que lo singularice, el máximo desorden.
Escribir de derecha a izquierda, de abajo a arriba, con diferentes polvos, de diferentes colores, repetidos como letanías, enumeraciones, sorpresas, jugando al me escondo, no me encuentras, espacios ocultos que aparecen en caracoleos de milagrería, en ecos del ruega por nosotros, ora pronobis, sustantivo monótono de lo inefable. Misterio que se acerca y nos envuelve y del que salen de los ojos luces negras, cargadas de lodo anaranjado que destruye el tiempo, dando paso a los nuevos espacios, evocando otras, en que se hallaban tierras en las cuales se vislumbraban a la sonora luz de la luna danzas aztecas, vestidos de polvos y lodos azules y verdes, morados y rosa mexicano.
Movimiento de marginados que busca desesperadamente una sintaxis de la nada interna, prehistoria registrada en los genes, con las nubes salitrosas amarillo ocre, enlace que no se da.
Territorios marginales, anhelo de ordenación cósmica, fantasía sin nombre, que choca con los otros, su otro, su propio otro, pero generador de una emoción total, intensa, que no encuentra las palabras por ser el inconsciente de la ciudad, objeto cosa citadino que no llega a la palabra y es aconsciente en un centro parcialmente resolutivo de anhelos, lugar de encuentro de lo antiguo y lo moderno, y salvación de lo fenoménico, destructor de esa sintaxis que es enlace citadino, pero opuesto al pensar indígena. Subrealidad, punto en el que los contrarios dejan de verse como contradictorios, y desaparece la relación del hombre con lo real, para entrar al mundo de las sensaciones en búsqueda de sonidos que armonicen, tengan ritmo y formen otro lenguaje en un mundo que está más allá de lo palpable, guarecido en el fondo de la genética, sobrescrito en otro lenguaje, parte irreal que quiere integrar los territorios de los marginados con las lunas, ¡Sí, como no! Dimensión que vive, dejando de ser, en un entramado de carencias.
Carencia en la que está el otro. Otro que es uno mismo, casi vida, que motiva el deseo siempre insatisfecho, choque de dos, dejando de ser, gana de cachondeo, signo de carencia, ya que todo es circunstancia, incluido el cuerpo, por ello, lo dejado de ser, el objeto cosa freudiano.
Territorio marginado que está y no está, discontinuo que desaparece para aparecer más adelante en una sucesión de más espacios de marginados que no se anexan. Discontinuidad del existir humano, que sólo es atrapable por la palabra en ritmo, que no se encuentra, porque el inconsciente marginal está muy escondido, es desconfiado como él solo, dejando de ser, oración de ausencia que es nuevo renacer.
Espacio de los marginados, lodo que se deshace en un arcoiris de colores indígenas, rosas, anaranjados, morados, verdes, azules; espejos y reflejos que multiplican estos espacios hasta otros espacios, hasta el infinito, y no tienen palabra que los designe.