¿Vale la pena arriesgar la vida por las ideas?, se pregunta la autora de Isla de bobos
Ana García Bergua cuestiona “la naturaleza destructiva” de los héroes del atolón Clipperton
Aquella tragedia todavía impacta hoy a propios y extraños: a principios del siglo XX, un grupo de soldados y sus familias fueron enviados por el gobierno de Porfirio Díaz a resguardar la isla Clipperton (en el oceáno Pacífico), que México disputaba a Francia e Inglaterra.
Durante un tiempo, un barco del gobierno les surtía periódicamente de provisiones. Al estallar la Revolución, el suministro se suspendió y los colonos fueron abandonados. Del centenar de habitantes de la isla, sólo sobrevivieron siete niños y tres mujeres en condiciones inenarrables.
Los protagonistas de la tragedia –que ha dado lugar a varios libros, dos documentales y por lo menos una obra de teatro– suelen ser vistos como héroes que defendieron la soberanía nacional. En su novela más reciente, Isla de bobos (Seix Barral, del grupo Planeta), Ana García Bergua da una vuelta de tuerca al tema y propone una reflexión “sobre la naturaleza destructiva” de esas formas de heroísmo.
Las líneas generales de la trama de Isla de bobos se ajustan a los hechos históricos conocidos y documentados. El joven capitán de origen francés Ramón Arnaud Vignon es enviado en 1906 a resguardar, en calidad de gobernador, el atolón de cuatro kilómetros de largo por dos de ancho, prácticamente desierto, situado a mil 250 kilómetros de Acapulco. Hábitat natural de miles de pájaros bobos, el excremento de éstos es una codiciada fuente de fertilizante natural, él único que se conoce en la época.
En 1908, la novia de Arnaud, Alicia Rovira –de 17 años– decide casarse con él y trasladarse a la isla. Juntos, se sueñan como Adán y Eva en su edén particular. En 1914 se suspende la ayuda. Cuando ya están abandonados, surge la oportunidad de dejar el atolón en un barco extranjero, pero Arnaud Vignon, quien ya antes había tenido problemas por un intento de deserción, rehúsa la ayuda en nombre del patriotismo y del honor militar.
Sin embargo, pasado el tiempo, urgidos de alimentos y agua, Arnaud y otros soldados deciden ir por ayuda y mueren en el intento. En la isla sólo quedan las mujeres, los niños, y un hombre encargado del faro a quien apodan El Negro. Émulo de Barba Azul, el farero empieza abusar de las mujeres y a matarlas, e infligir a los niños maltratos. Cansadas, humilladas, aterrorizadas, las sobrevivientes logran matarlo, justo el día en que son rescatadas por una fragata estadunidense, en junio de 1917.
Decisión y tragedia
En Isla de bobos, los personajes y lugares donde ocurren los hechos no aparecen con sus nombres reales: al capitán lo llama Raúl y a su esposa Luisa. Lo que más le importaba a García Bergua es indagar sobre las motivaciones de los principales protagonistas para actuar como lo hicieron: “Ni siquiera me enfoqué en lo que significó estar abandonados en una isla, en la robinsonada, de eso ya se ha escrito; quería indagar en la decisión de no ser rescatados por unos extranjeros, de decir México es mi patria y espero que México me rescate. Toda la tragedia tuvo que ver con esa decisión”.
En gran parte, poner nombres ficticios tiene que ver con disponer de la libertad necesaria para recrear las circunstancias, introducirse en la subjetividad de los protagonistas y cuestionar esa forma de heroísmo.
Al respecto, la escritora considera importante tomar en cuenta algunos antecedentes. Por ejemplo, que el capitán había tenido una relación conflictiva con el ejército. Cuando decidió ingresar tenía una visión superficial e idealizada de la institución: glamur, uniformes de gala, medallas, gloria, admiración, mujeres, influencia. Le costó mucho entender conceptos como honor, patria, heroísmo. Una vez que los asimiló, se adhirió a ellos a sangre y fuego, aunque nunca perdió la esperanza de cumplir, como una retribución justa, sus sueños de gloria y poder.
Ante eso, García Bergua se pregunta: “Hasta qué punto se puede sembrar destrucción con la idea de que se está haciendo el bien. Ese es un poco mi cuestionamiento. Las ideas son muy bonitas –patriotismo, nacionalismo, soberanía– pero cuando todo eso empieza a tambalearse y empezamos a darnos cuenta que quizá vale más lo pequeño, la vida concreta de los seres humanos. ¿Hasta qué punto vale la pena arriesgar la vida por las ideas? Ese es un poco mi cuestionamiento.”