Violencia de género y feminicidio: un rostro de la impunidad
Actualmente la violencia hacia las mujeres es
considerada un atentado contra sus derechos
humanos, por lo cual debe ocupar un lugar
prioritario en la agenda política democrática
de nuestro país. La visibilización de la violencia
de género y los daños que provoca en la vida
y la integridad de las mujeres, para emprender
procesos de corrección en las políticas públicas
en sintonía con la normativa internacional de
protección a los derechos humanos, ha sido el
resultado de los esfuerzos históricos emprendidos
por las organizaciones civiles que trabajan
por la defensa de los derechos de las mujeres.
A pesar de la promulgación de la reciente
Ley General de Acceso a las Mujeres a una Vida
Libre de Violencia, y de las 52 recomendaciones
internacionales (visitas in situ 2000-2006) sobre
violencia de género jurídicamente vinculantes
emitidas al Estado mexicano, la violencia de
género continúa cobrando la vida de cientos de
mujeres y lacerando a diario la conciencia nacional;
basta hacer un breve recuento de las cifras:
De 1993 a 2005, en Ciudad Juárez se registraron
442 asesinatos en contra de mujeres,
En Guadalajara, Jalisco de 1995 a 2005 fueron
asesinadas 493 mujeres entre los 15 y 45
años de edad.
En el estado de México más de 300 asesinatos
de mujeres desde 2006
La violencia de género alcanza hoy a 67 por
ciento de las mujeres mexicanas de 15 años
o más1.
Es necesario reconocer que la violencia contra
las mujeres es un problema cultural, social,
político, como producto de una grave crisis de
derechos humanos que tiene su origen en la
estructura misma de la sociedad. Esto ha sido
reconocido por el Comité de la Convención
sobre la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación contra la Mujer (CEDAW), en su
Recomendación número 19 emitida en 1992,
en la que se afirma que la violencia contra la
mujer es una forma de discriminación que
les impide gravemente el goce de derechos
y libertades y que define la violencia basada
en el sexo como: la violencia dirigida contra la
mujer porque es mujer o que la afecta en forma
desproporcionada.
Por tanto, la violencia de género es un
problema cultural que tiene su origen en la
estructura de la sociedad; en la cual algunas
creencias religiosas contribuyen a la discriminación
contra las mujeres, justificando las
limitaciones de las mujeres por su condición
de género en la supuesta concepción de la ley
natural determinada por Dios, para perpetuar
a través de textos bíblicos el modelo patriarcal
de la desigualdad entre el hombre y la mujer.
El papa Benedicto XVI durante su prefectura
en la Congregación para la Doctrina de la
Fe, en 2004, publicó la Carta a los Obispos de la
Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre
y la mujer en la Iglesia y el Mundo, donde
dice: “…es ella la que, aun en las historias mas
desesperadas posee una capacidad única de
resistir las adversidades, de hacer la vida todavía
posible incluso en situaciones extremas, de
conservar un tenaz sentido del futuro y, por
último de recordar con las lágrimas el precio
de dar vida humana”, esta cita refuerza una
cualidad asignada socialmente de soportar el
sufrimiento a costa de la propia vida. Aquí nos
tenemos que preguntar cuál ha sido el avance
que en materia de derechos humanos hemos
tenido, pues se continúa fortaleciendo la idea
de que “el amor lo puede todo”, “en la tierra
venimos a sufrir como medio para alcanzar
el cielo”.
La teóloga Ana Lutterman-Aguilar2 establece
que existen juicios teológicos que violentan
la dignidad de las mujeres: el pecado y la
creencia de que todo lo que sucede es voluntad
de Dios; afirma que para hacer realidad una
promesa de una vida sin violencia y rescatar la
dignidad de las mujeres, es necesario rechazar
o reinterpretar el sacrificio y la abnegación. Al
sacrifico, como un valor religioso importante,
se le ha otorgado demasiado peso sin cuestionarlo;
muchas mujeres interiorizan estos valores
ante la violencia física que sufren de sus cónyuges,
ante la idea del abuso como “la cruz que
les toco cargar”, ante la idea de que su papel
está en el hogar y servir al hombre, ante la idea de
obedecer lo que se le diga. Las mujeres pasan su
niñez recibiendo enseñanzas de cómo servirle a
los demás (sobre todo a los hombres), y sacrificarse
hasta la ignominia. Lo anterior, nos da la pauta
para comprender lo complejo de la violencia de
género que en la actualidad nos ha colocado
en la reflexión del fenómeno del feminicidio.3
Los patrones culturales han venido reforzando
una cultura misógina que violenta los
cuerpos de las mujeres, lo cual se complica
con la falta de procuración e impartición de
justicia a mujeres víctimas de violencia, colocándolas
en riesgo inminente de indefensión,
que puede culminar en asesinatos, accidentes
o suicidios, pues éstos se derivan de la inseguridad,
la desatención y la exclusión al desarrollo
y de la protección de la ley. Muestra de
este clima de impunidad, promovido desde
las instituciones, son las recomendaciones
permisivas de la Comisión Nacional de los
Derechos Humanos, quien omite y permite la
evasión de militares en activo responsables de
violación, agresión y presunción de asesinato
contra mujeres; o los resolutivos judiciales que
exoneran de hecho a la mayoría de los militares
que violentaron.
1 Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2006 (ENDIREH)
2 Profesora de Teología Cristiana de la Iglesia Unida de Cristo; residente en Cuernavaca,
Morelos, México; es Directora Académica del Centro de Educación Mundial.
3 La categoría o constructo feminicidio fue desarrollado a partir del trabajo de Diana Russell y Jill Radford, expuesto en su texto Femicide / The politics of woman killing, Prentice Hall International, Nueva York, 1992. En castellano femicidio es una voz homóloga a homicidio y sólo significa asesinato de mujeres. En cambio, feminicidio —definido por Russell y Radford— es un crimen de odio contra las mujeres, es el conjunto de formas de violencia que en ocasiones concluye en asesinatos e incluso en suicidios de mujeres. |