Regnar Kristensen y Claudia Adeath plasman en un libro su visión sobre el fenómeno
Con la Santa Muerte “haz lo que te nazca, m’ijo”, dice doña Queta
El antropólogo danés y la fotógrafa mexicana indagaron en el barrio de Tepito, donde se encuentra uno de los principales altares a la Niña Blanca, como la llaman sus seguidores
Ampliar la imagen La devoción a la Niña Blanca se expresa lo mismo en tribus urbanas, que en amas de casa, niños, choferes y comerciantes Foto: Claudia Adeath
Ampliar la imagen Dos imágenes del sincretismo religioso Foto: Claudia Adeath
Hoy y mañana tiene lugar una de las celebraciones populares más profundamente enraizadas, y que ha sido desde siempre el referente más sólido del imaginario popular mexicano: el día de muertos.
En la actualidad, una de las manifestaciones más extravagantes derivada de esos festejos es la devoción por la figura de la Santa Muerte, que se ha “destapado” públicamente con los más de 300 sitios de culto que existen hoy en la ciudad de México, sin preocuparse demasiado por la falta de reconocimiento de la Iglesia católica.
El fervor multitudinario de quienes acuden a pedirle favores y protección a la Niña Blanca, sobre todo en el altar de Alfarería 12, en el corazón del barrio de Tepito, sedujo al antropólogo danés Regnar Kristensen y a la fotógrafa mexicana Claudia Adeath, quienes plasmaron su acercamiento con este fenómeno en el libro La Muerte de tu lado, editado por el Centro Cultural Casa Vecina.
En el volumen, los autores ofrecen su visión del producto más reciente de los sincretismos históricos en torno de la muerte, y uno de los rituales paganos contemporáneos más característicos del Distrito Federal.
Del Mictlán al barroco tepiteño posclásico
Uno de los motivos por los que el día de muertos se celebra con tanta fe en todo México, tiene que ver directamente con la importancia que las culturas indígenas le daban al tema del inframundo.
Para los mexicas, el fallecimiento sólo era parte de un viaje hacia otras formas de existencia, un paso entre la tierra y el “lugar de los descansos”, como lo definió el rey texcocano Nezahualcóyotl.
Esta civilización tenía por lo menos seis fiestas al año para recordar a sus muertos, pero las dos más importantes eran el Miccailhuitonitli (fiesta de los pequeños muertos) y el Micailihuitl (para los muertos adultos), en los meses de julio y agosto, cuando se hacía la cosecha del maíz, el frijol y la calabaza.
Según diversas investigaciones, los anahuacos pensaban que el muerto debía de atravesar los nueve ríos del Chignahuapan, antes de llegar a la tierra de los muertos o Mictlán, o en su defecto al Tlalocan, equiparable al paraíso de los católicos.
La invasión española le incorporó diversos elementos religiosos judeo-cristianos a la fiesta de muertos mexica, enriqueció la estética del ritual y lo hizo coincidir con la celebración del día de Todos los Santos.
Uno de los elementos que terminó de consolidar la mezcla entre ambas tradiciones fue el mito de la aparición de la Virgen de Guadalupe, el 12 de diciembre de 1531.
En su figura confluyen tanto elementos católicos como rasgos culturales con presencia indígena, a tal punto que hasta la fecha al nombre de Guadalupe, se le agrega el apelativo náhuatl Tonantzin (nuestra muy venerable madre), relacionado con Coatlicue, la diosa azteca de la vida y la muerte.
Las ofrendas de día de muertos son también una muestra del sincretismo cultural entre lo prehispánico y lo mediterráneo. En ellas, se incorporan lo mismo las flores de cempasúchil, que el papel picado, las veladoras, los pequeños cráneos de azúcar y la comida, bebida y música que le gustaban (gustan) al difunto.
La herencia gráfica de Posada
La aparición de la muerte como un personaje básico de la cultura gráfica popular se debe, en gran medida, al trabajo del grabador de Aguas Calientes José Guadalupe Posada (1852-1913).
Con sus ya célebres ilustraciones de las calaveras –las composiciones rimadas sobre la muerte, escritas por lo general en grupos de cuatro octosílabos–, Posada le otorgó a la calaca el estatus de señora elegante, pero también de gente del pueblo en un fandango, de revolucionario, de catrín y hasta de Quijote.
Muchos de los elementos visuales de las calacas de Posada pueden encontrarse, reconstruidos y adaptados a la modernidad, en la figura de la Santa Muerte, cuya existencia y adoración no es nueva, aunque las noticias sobre ella sí lo sean.
De hecho, una de las primeras alusiones a la Flaquita aparece en el libro Los hijos de Sánchez (publicado en 1961), del historiador y antropólogo estadunidense Oscar Lewis, quien se metió durante meses al barrio bravo, y narró en forma de novela la vida diaria de una típica familia tepiteña.
“Cuando mi hermana Antonia me contó en un principio lo de Crispín, me dijo que cuando los maridos andan de enamorados, se le reza a la Santa Muerte. Es una novena que se reza a las 12 de la noche, con una vela de sebo y el retrato de él. Y me dijo que antes de la novena noche, viene la persona que uno ha llamado”, se puede leer en la página 29 del citado libro.
El auge de altares comenzó, según el libro de Kristensen y Adeath, en octubre de 2001 en Tepito, aunque también hay evidencias de este culto en diversos pueblos y ciudades de Hidalgo, Zacatecas, Puebla, Veracruz, Oaxaca y Chiapas.
Uno de los elementos que fascinó a los autores, además de la estética barroca de sus altares, fue “la inclusividad del culto. Todo mundo es bienvenido y nadie te dice qué hacer. No es un ritual institucionalizado ni inducido por ningún líder”, afirman.
Por eso, cuando alguien le pregunta a Doña Queta, la guardiana del lugar, cómo se debe manifestar el amor o el agradecimiento a la Santa Muerte, ella sólo les responde con su sonrisa beatífica, y les dice: “Haz lo que te nazca, m’ijo”.
Esta fe popular sin liturgia establecida cuenta entre sus adeptos lo mismo a amas de casa, que a niños, delincuentes, prostitutas, policías y darks, así como a danzantes mexicanistas, santeros cubanos y comerciantes, quienes sobreviven en riesgo continuo con “economías informales y clandestinas”, como define Kristensen.
La Iglesia católica, por su parte, nunca ha reconocido a la Santa Muerte por considerar que el credo oficial debe estar basado en la vida, y no en su opuesto.
“Creemos en la resurrección y la vida eterna. Nuestro modelo es Jesucristo, porque él venció a la muerte. Sería absurdo de nuestra parte idolatrar o fanatizar a la Santa Muerte, porque ni es santa ni es muerte. Es sólo un amuleto de protección”, afirmó el padre Angel Lauro Sánchez Montalvo, de la Parroquia de la Sagrada Familia.
Para Doña Queta, la creadora y guardiana del altar de Alfarería 12, el asunto es más fácil. “Para mí es un rayo de luz, es como mi madre. A mi niña la veo muy hermosa, y ya es una cuestión personal de quienes no la ven así”, dice mientras prende su veladora y contempla a su Flaquita con amor, en un acto íntimo, casi tierno, como si los flashes de los fotógrafos no estuvieran ahí, durante el acto de presentación del libro.
La Muerte de tu lado puede conseguirse en librerías o directamente en el Espacio Cultural Casa Vecina, Calle de Regina esquina Callejón de Mesones, Centro Histórico. Teléfonos: 5709-1117 y 1079.