La saña enseña
Margo Glantz no tendría por qué estar en La edad del lápiz, pero la incluyo porque, si no fue mi compañera en este periodo formativo de mi aprendizaje de escritora, sí fue una de mis maestras. Quien me mandó con ella en 1967 fue el doctor Arnaldo Orfila, fundador y director de la editorial Siglo XXI. Yo era entonces una veinteañera inconsciente y mucho más ignorante de lo que soy ahora, pero también era la ilusa irredimible que he sido siempre. Y en aquel momento lo que pretendía era que el editor de Rayuela me publicara mi primer libro. Era un manuscrito sin nombre que consistía en fragmentos tomados al azar de no sé cuántos cuadernos míos que, numerados cronológicamente, yo llenaba día con día y llamaba “mis diarios”. Había trascrito a máquina la selección una amiga mía estadunidense que se encontraba en México aprendiendo español para sacar una maestría en Letras Hispanoamericanas. Quizá mecanografiaba bien; pero, ¿qué habrá podido hacer con mi escritura, la de una adolescente confundida que, entre abreviaturas en una clave demasiado personal para ser identificable por otro, se expresaba indistintamente en inglés, en castellano y en francés, cuando no en un idioma críptico y que, por si este caos no fuera suficiente motivo de alarma que justificara su rechazo, además mezclaba sin diferenciar sueños, lecturas, ficción y realidad? El doctor Orfila hojeó el montón de hojas de papel escrito y, al regresármelo con una sonrisa, generosamente me refirió al taller de Margo Glantz en la universidad nacional.
De entonces para acá he tratado de desentrañar a Margo Glantz, académica, escritora, figura pública, amiga. Y en la instancia en la que menos elusiva la he encontrado es como autora de Sañas, una configuración simbólica, o un patrón de elementos tan unidos en un todo que sus propiedades no pueden derivarse de una simple suma de sus partes. Sañas conforma un gestalt.
Sañas podría haber sido un ensayo literario erudito en el que Glantz recogiera lecturas, propusiera enigmas, plasmara recuerdos, estudiara problemas de un orden u otro, pero fue Sañas, y no un ensayo literario erudito.
El resultado fue que al evitar la narración o ilación, la posible vinculación de unas cosas con otras, la autora no sólo dio su máxima expresión potencial a cada una de las partes integrantes de ese todo que creó sino que literariamente perfeccionó su expresión escrita.
Sañas no son fragmentos, porque fragmento quiere decir cada una de las partes de algo roto o partido, o parte conservada de un libro, escrito, u obra artística desaparecidos. Fragmento es un texto incompleto, o es una parte de una obra musical que forma un todo completo. Y Sañas no es lo que quedó de algo roto, partido ni desaparecido; es un texto completo y también es una obra musical completa. No importa cómo sea leído, pero para disfrutar el libro íntegramente sí importa ir escuchando su lectura estructurada, sus pausas, su gravedad en equilibrio con su melódica levedad.
¿Qué es ser culto? ¿Desarrollar las facultades de la mente y de los sentidos? Las facultades de la mente son tantas que se sabe que incluso hay muchas todavía desconocidas. Y es sabido que los sentidos no se limitan a ser cinco. Sañas manifiesta una mente culta y sensual. Glantz parece tacharse a sí misma cuando en persona habla con vacilación. Su habla vacilante parece una excusa, ¿por saber más de lo que debe saber? ¿Por ser mujer? ¿Por ser judía? ¿Por tener un nombre que ella necesita deletrear cada vez que se lo preguntan? Glantz conoce de artes y humanidades, no sé qué tanto de ciencia, pero sí todo de intuición y de mitología, y en su libro dadivosamente muestra la intención de abolir sus propios límites. Sañas me parece admirable. Si yo lo hubiera leído en 1967, habría contado con el modelo ideal para orientar el manuscrito que presenté al doctor Orfila.
En otro tiempo habría invitado a Margo a comer para celebrar su libro. Pero el talento de invitar a sus amigos a comer para celebrar sus diferentes gracias es de ella; no mío. Ahora yo celebro los éxitos de mis amigos como mejor puedo hacerlo yo, que es con unas líneas, las lean o no, se den por celebrados con ellas o no. Y en éstas pretendo celebrar, además, dos riesgos insólitos en la edad del mercader que vivimos. Me refiero al riesgo de Glantz en escribir Sañas, así como al riesgo de la editorial Era en publicar este libro. Riesgos felices que animan la esperanza, de lectores y escritores por parejo.