A la mitad del Foro
El dulce encanto de la oligarquía
Ampliar la imagen Lázaro Cárdenas del Río, expropiador Foto: Archivo La Jornada
Llegó a noventa dólares el precio del barril de crudo. Son catorce millones cuatrocientos mil los mexicanos hundidos en la pobreza alimentaria. Los que se acuestan con hambre y se levantan con hambre, dicen los organismos financieros de la globalidad que dieron la receta y hoy urgen al paciente para que busque un antídoto.
Noventa dólares y vuela rumbo a los cien por barril. Mientras sus mercenarios protegen a los contratistas en Irak, en Washington hablan de la amenaza de terrorismo nuclear y exponen sus planes para bombardear Irán. De Rusia llega Putin a Teherán a formalizar la alianza regional y petrolera del Caspio. Pero la presión de la demanda de energía que no cesa en China y la India es mayor que la incertidumbre geopolítica. A pesar de que las tropas de Turquía incursionan en el norte de Irak para combatir a los independentistas kurdos. A pesar de la desestabilización de Pakistán y el retorno de los señores de la guerra a Afganistán, donde mandan los talibán y los cultivadores de amapola, mientras las fuerzas de ocupación vagan sin rumbo. Volvió Benazir Bhutto del destierro y un atentado cobró la vida de 139 personas de entre la multitud que la recibió en Karachi.
Todo en nombre de la democracia sinónimo de capitalismo; del Nuevo Orden Mundial; del libre mercado que sirve de mampara a las tendencias monopólicas y a la más brutal concentración de riqueza de que se tenga memoria. La América nuestra es, para vergüenza de las clases dirigentes recicladas y entremezcladas por la transición en presente continuo, la región de la Tierra en la que es mayor la desigualdad. Pero Brasil, Argentina, Chile, Bolivia, Venezuela, entre otros, rechazaron el yugo de la austeridad paralizante y la incontenible concentración de la riqueza generada por la economía del mercado. En México lamemos la coyunda del consenso de Washington y mientras Paco Gil goza la beatitud del cero déficit, el veinte por ciento que obtiene el ochenta por ciento de la riqueza generada por todos, vive el dulce encanto de la oligarquía.
Nuevo régimen fiscal para Pemex, dicen. Nuevo federalismo en el que el reparto de los excedentes petroleros sustenta la reforma fiscal, en la que las entidades federativas son “las grandes ganadoras”. Esto dijo Felipe Calderón en Manzanillo, Colima, el Puerto Viejo donde se reunió la Conago: los estados recibirán 45 mil millones de pesos de los 127 mil millones adicionales considerados en el presupuesto de 2008. Una vez que se apruebe. Porque en San Lázaro no hubo quórum debido al tradicional recurso parlamentario de abandonar la sesión, a cargo de la bancada del PRD. Por lo pronto, entre sonrisas y voluntades expresas de colaboración plural, los “grandes ganadores” recordaron que no se ha distribuido algo más de 30 mil millones de pesos de excedentes petroleros correspondientes a los últimos años del sexenio de Vicente Fox.
Treinta mil millones a sumar al fondo perdido de los miles de millones de dólares que ingresaron al fisco vía ordeña de Pemex en el establo que les escrituró la alternancia. Y que se diluyeron en el gasto corriente. Ni un peso en obras de infraestructura, escuelas, carreteras, hospitales, restauración de los sistemas de riego abandonados por los que se fuga el 80 por ciento del agua, libre o no de contaminación. Ni un peso para invertir en mantenimiento, en exploración, explotación de nuevos campos petroleros, ya no digamos en refinerías cuya construcción se ha pospuesto durante lustros, mientras crecían demanda y consumo y llegamos a importar gasolinas. Según algunos estudiosos, no todos partidarios del inmovilismo que condujera a la imposible privatización, en diez años podríamos convertirnos en importadores de crudo.
A 100 dólares por barril. Pero México sigue sin rumbo, atado al timón fijo de la tecnocracia timorata; la de la inversión diferida a nombre de la disciplina fiscal, o porque rebasaría los sacrosantos “techos fiscales” y nos condenaría a una espiral inflacionaria vertiginosa, incontenible, capaz de dificultar la competitividad rentista de nuestras cúpulas empresariales y ensombrecer el dulce encanto de la burguesía. Gloria a Gil en el insondable cero déficit. Y el premio de ministro de Finanzas del año para Agustín Carstens, seguramente por la inesperada habilidad de los juegos de birlibirloque en una reforma fiscal que no cobra un centavo más a los que más ganan, no acomete a los molinos de viento del impuesto sobre la renta progresivo, pero asegura mayores ingresos con el tributo empresarial prepagado, con lo que casi recuperaría en cinco o seis años el 3 por ciento que dejará de ingresar en un año con el nuevo régimen fiscal de Pemex.
País petrolero. Nunca como ahora, causa de optimismo, instrumento formidable para enfrentar el reto de generar y distribuir riqueza. Pero en plena euforia de transparencia oficial, pareciera tenderse un lente opaco sobre el sector energético; sobre Pemex y el papel fundamental que habrá de desempeñar en el logro de los planes de gobierno y los objetivos del Estado mexicano. La Secretaría de Energía trabaja en monacal discreción, con humildad franciscana, se diría. Aunque hay presencia firme y accionar constante en la Comisión Federal de Electricidad; quizás porque genera la única energía que no puede almacenarse; o porque los agoreros del fatalismo zedillista toparon con una empresa de Estado cuyos servicios llegan a más del 90 por ciento de la población.
La conspiración del silencio en torno a Pemex cede ante los estallidos de bombas en los ductos de gas. Dan voz a una guerrilla que reivindica los atentados y demanda la presentación de dos de sus integrantes; desaparecidos, dicen, por las fuerzas del orden. La tímida discreción oficial contrasta con el sonido y la furia de las denuncias sobre el influyentismo de la familia del ex presidente Vicente Fox, quien promueve en la televisión de Estados Unidos su autobiografía y su proyecto de liderazgo mundial de la ultraderecha velada de la antigua democracia cristiana. No hacen falta fiscales especiales, ni comités de salud pública. El de San Cristóbal Potemkin se basta solo para exhibir el vacío, la prepotencia intolerante de quien se alzó con el poder y nunca supo que no era por mandato divino. No cayó una pobre estatua, se desplomó un colosal engaño.
De petróleo hablaba. El viernes se conmemoró el 37 aniversario de la muerte del gran expropiador, de “Lázaro Cárdenas, general de América”. En el Monumento a la Revolución, como cada año, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano depositó una ofrenda floral ante el mausoleo. Con él, su madre, su esposa, sus hijos y algunos amigos. Ningún dirigente del PRD. De espaldas a la historia, agobiados por el servilismo, se imaginan actores de una épica revolucionaria y son partiquinos de una disputa sin sentido: pecado de lesa majestad de Cuauhtémoc Cárdenas al decir “que hay un gobierno, que está tomando decisiones, que tiene secretarios de Estado, que firma decretos, que cobra impuestos y (le) parece que esta es una realidad que no puede desconocerse.”
Frente a un socavón de la ciudad que se hunde bajo sus pies, Marcelo Ebrard pontifica: “Las declaraciones de Cuauhtémoc Cárdenas simplemente reflejan su altura política”.
La expectativa, unto del sistema. Frente o atrás del espejo, el dulce encanto de la oligarquía.