Usted está aquí: domingo 14 de octubre de 2007 Opinión Esculturas incómodas

Editorial

Esculturas incómodas

El creciente repudio popular que se había manifestado en Veracruz a raíz de que se anunció la develación de una estatua de Vicente Fox Quesada en el municipio de Boca del Río alcanzó su clímax ayer, cuando fue derribada por decenas de priístas, quienes estaban congregados en la plaza donde tendría lugar el homenaje. En días recientes el edil panista de ese enclave porteño había desoído sistemáticamente las expresiones de la población en general, representantes de la oposición y del propio gobernador de la entidad, Fidel Herrera Beltrán, en contra de dicha efigie. Dirigentes de los partidos del Trabajo y de la Revolución Democrática consideraron que el levantamiento de ésta representaba “una ofensa para la ciudadanía”, mientras el mandatario veracruzano calificó el homenaje de “inadecuado” y dijo que podría ser visto por el resto de las fuerzas políticas de la entidad como “acto de provocación”.

El derrumbe de la escultura de Vicente Fox se inscribe en una larga tradición de animadversión en contra de monumentos alusivos a personajes que resultan –por decir lo menos– incómodos a la ciudadanía. Por citar algunos ejemplos cabe recordar la del ex presidente Miguel Alemán Valdés, que se instaló en Ciudad Universitaria en el contexto de la inauguración de ese campus y posteriormente fue incendiada y dinamitada como muestra de repudio; la del conquistador español Diego de Mazariegos, en San Cristóbal de las Casas, derribada por manifestantes indígenas durante la marcha por los 500 años de resistencia indígena, el 12 de octubre de 1992, así como el descontento popular que propició el arribo a México de una escultura de Hernán Cortés, que tuvo que ser renviada a Perú en la década de los 30.

La colocación del monumento foxista forma parte de una campaña emprendida por algunos sectores del panismo para revisar la historia patria y, a guisa de revancha política, ajustar cuentas con el liberalismo: ello contempla la reivindicación de personajes como Agustín de Iturbide –considerado el verdadero “padre de la patria” por ciertas fracciones ultraconservadoras– y el cambio a conveniencia de la nomenclatura urbana.

En ese sentido, es por demás absurdo y lamentable que en pleno siglo XXI se den expresiones de culto a la personalidad de un ex mandatario y que, para tal efecto, se dispendien recursos públicos; es de suponer que la reparación de la escultura foxista correrá por cuenta del erario, lo mismo que el dispositivo de seguridad montado por la alcaldía de Boca del Río para resguardar el maltrecho monumento. Si bien el levantamiento de estatuas en homenaje a personas vivas resulta por lo general polémico y apresurado, en el caso de Vicente Fox lo es aún más: no debe olvidarse que se trata de un hombre cuya reputación e integridad moral son cuestionada por gruesos sectores de la población, sobre todo a la luz de las recientes acusaciones en su contra por enriquecimiento ilícito, pero también por su participación en episodios lamentables, como el desafuero del ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, y su intervención ilegal en los comicios presidenciales de 2006.

Por tanto, si bien el sabotaje a la estatua foxista es, desde cualquier perspectiva, un acto condenable, no puede dejar de mencionarse, por otro lado, la falta de sensibilidad política de las autoridades panistas de Boca del Río al intentar colocar una escultura de tal naturaleza, que representa, como quedó de manifiesto, una ofensa para la comunidad.

 
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