Wim Wenders en México
En cuanto empieza a sonar este álbum, el asombro no cesará aún horas, días, meses después de escucharlo. Es un encantamiento peculiar, un estado de conciencia que despierta sensaciones, sentimientos, ideas, atmósferas, imágenes, un manantial de prodigios. El disco se titula Basso profondo y es uno de esos hallazgos que debemos a los profesionales que aman su trabajo y brindan a los demás el fruto de ese bienestar.
Me refiero a esas personas que viven entre novedades discográficas a diario y que sí saben de qué se trata su oficio: convidar belleza, compartir con el mundo el bien común que representa la música y sus misterios, prodigar el bien haciendo uso de sus conocimientos, sabiduría, luz interior.
Este disco maravilloso fue grabado hace siete años en el Conservatorio de Moscú, bajo el sello discográfico harmonia mundi y lo compré en la Librería Rosario Castellanos, en el Centro Cultural Bella Época, gracias al consejo del maestro Eduardo Enzúa, quien funge como guía espiritual en esa isla de placeres.
Me cuenta el maestro Eduardo que el maestrísimo Francisco Toledo ha quedado tan prendado de la belleza infinita y misteriosa de este disco, que regresa, lo vuelve a comprar y lo regala a algún amigo, regresa y lo vuelve a comprar y lo regala a alguna amiga, regresa y lo vuelve a comprar y vuelve a quedar encendido de belleza.
El contenido del disco: las notas increíblemente bajas, ¡tres octavas hacia abajo en la escala cromática!, ¡caracho!, de los grandes cantantes bajos rusos. Como el maestro Enzúa, hay en la ciudad de México otros ángeles como los de los filmes de Wim Wenders que nos guían en las buenas tiendas de discos: el maestrísimo Luis Pérez, en Sala Margolín; Carla y Teo, en la Sala Nezahualcóyotl y en Bellas Artes; Víctor Daniel Flores, en Tower Records Altavista. Una demostración enésima de que los ángeles existen.