Fuego interno eterno
Ampliar la imagen La entrañable sillita desvencijada de Gould y su piano
Hay muchas músicas sobre la Tierra que pueden vencer al mal, pero una de ellas es capaz con el solo roce de su aliento, con el mínimo contacto de una parte infinitesimal de sus solfas, acabar con el odio, la envidia, la fealdad de alma de muchas personas que se empeñan en cultivar el mal en su espíritu. Esa es la música de Bach.
Entre los ríos de notas que escribió Papá Bach hay una que nos puede acompañar por el resto de nuestros días y siempre nos dará respuestas para todo, por su peculiar belleza, su profundidad y su altura. Es el aria inicial y todas las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach, un portento de vida.
Y si esa música suena en las yemas de los dedos de Glenn Gould, entonces todo es perfecto. La vida es diferente, todo se ordena, no hay enfermedad ni de cuerpo ni de alma ni de nada. Sólo hay belleza, que es una hermana gemela del amor. Belleza de alma, que es la verdadera. Además de que es buena noticia saber que todo se ha jodido menos la belleza, es decir, que la música de Bach sigue venciendo los errores humanos y sobrevive a todo mal, la buena nueva es que los editores en México de la disquera Sony Classical ponen de nuevo en los estantes de novedades discográficas un tesoro en devedé, en ocasión del primer cuarto de siglo del fallecimiento del que para muchos (el Disquero incluido) es el más grande pianista de la historia, Glenn Gould, quien si como Juárez no hubiera muerto, aún viviría y hace un par de semanas hubiera apagado un pastel con 75 velitas, que en realidad hace cada vez que ponemos en el tornamesas alguna de sus dos grabaciones de las Variaciones Goldberg: teclas como velas, fuego eterno, luz prístina.
Quien no conozca aún el prodigio de Gould con las Variaciones Goldberg, con este filme en devedé quedará enamorado del amor, es decir: iluminado de belleza.