Edad oscura americana
El nuevo libro del pensador estadunidense Morris Berman es, en palabras de Gore Vidal, una sombría mirada a la situación actual de Estados Unidos, que de manera acelerada y vertiginosa ha entrado en la fase final del imperio estadunidense. “Basándose en un minucioso análisis histórico que muestra cómo desde sus orígenes esta nación albergaba las semillas individualista, imperialista y maniquea, plasmadas en un pensamiento y discurso binarios de “buenos” (los estadunidenses) y “malos” (los que son distintos), el autor se extiende y profundiza en las ideas abordadas en El crepúsculo de la cultura americana para demostrar que la masacre cultural, social, urbana, política y económica es el colofón de un proyecto imperial empeñado en exportar su visión y su modo de vida a todos los rincones del planeta”. Con autorización de la Editorial Sexto Piso ofrecemos a los lectores de La Jornada el inicio de este libro imprescindible
El ominoso título Edad oscura americana muy probablemente será incomprensible para la mayoría de mis compatriotas, especialmente para aquellos que religieron a George W. Bush en 2004. En realidad, para muchos de ellos, casi no cabe duda de que Estados Unidos se encuentra en el cenit de su poderío militar, de que es capaz de transformar el mundo a su antojo y de que es el encargado de llevar la luz de la democracia a los más oscuros rincones del planeta. ¿Tiene sentido, se preguntarán sin duda, hablar de una nueva Edad Oscura, cuando el poder americano se extiende por todas partes?
Sin embargo, puede ser que para algunos miembros de esta sociedad el título no sea tan descabellado. Para ellos, el futuro parece potencialmente peligroso; piensan que no está tan claro hacia dónde nos dirigimos como civilización o si podemos iluminar a otros pueblos, ya no digamos a nosotros mismos. Estos individuos están muy nerviosos, o incluso abatidos, por la decadencia terminal americana. Para ellos, la espiral descendente de nuestra cultura y el crecimiento exponencial, incluso fanático, de las fuerzas que amenazan nuestros ancestrales valores seculares y humanísticos son causas de creciente alarma. Así, es probable que para este segmento de la población el título Edad oscura americana no sea tan anómalo como podría parecer en primera instancia.
Por supuesto, parece una gran exageración equiparar la fase actual (y, en mi opinión, final) de la historia americana con la Edad Oscura o Media, pero mi intención no es dramatizar. Los imperios y las civilizaciones se levantan y caen y en el proceso pasan por una serie de etapas. Ya estábamos en la fase crepuscular cuando Ronald Reagan, con la perspicacia de un avestruz, declaró que estábamos en “el amanecer de los Estados Unidos”; veinte extraños años después, bajo el mando del “niño emperador” George W. Bush (como le llama Chalmers Johnson), hemos entrado a una edad oscura en pleno y seguimos un camino que no tiene en cuenta el futuro y que tan sólo puede acelerar nuestro declive. Lo que vemos ahora son claramente las características de Occidente tras la caída de Roma: el triunfo de la religión sobre la razón; la atrofia de la educación y del pensamiento crítico; la integración de la religión, el Estado y el aparato de tortura, una troika que para Voltaire constituía el principal horror del mundo preilustrado y finalmente, la marginación política y económica de nuestra cultura. Desde luego, la Edad Oscura no fue uniforme ni monocromática, como recientes estudios han demostrado; pero tampoco lo es Estados Unidos hoy. Lo importante es que en ambos casos la palabra clave es “oscuro”.
Para comprender a qué nos referimos con el término, necesitamos ver, históricamente, qué constituyó la luz. En su famoso ensayo de 1784, ¿Qué es la Ilustración?, el filósofo alemán Immanuel Kant escribió: “La Ilustración es la liberación del hombre de su tutelaje autoimpuesto”, que definió como su “incapacidad para hacer uso de su razón sin la dirección de otro”, Sapere aude!, clamó Kant; “¡ten el valor de usar tu razón!; ese es el lema de la Ilustración”.
Estas palabras son fabulosas, y los ideales que encarnan inspiraron a los fundadores de la nación y la constitución americanas. Con respecto al clamor kantiano a favor de la razón, el historiador israelí Shmuel Feiner escribe:
“La naturaleza explosiva de esta breve definición radica en su arrolladora crítica del ‘viejo’ mundo en el que el hombre, por pesimismo y pasividad, permite que el orden existente dicte su vida y que aquellos que poseen autoridad religiosa y espiritual determinen por él lo que es verdad. En cambio, el hombre ilustrado es una persona autónoma, racional y escéptica que tiene el poder de liberarse de las ataduras del pasado y de la autoridad y de sentar las bases de nuevas y mejores formas para sí mismo y para toda la humanidad.”
Mi pregunta al lector es ésta: con toda seriedad, ¿hacia qué dirección cree que se dirige Estados Unidos en este momento? Supongo que la mayoría se dará cuenta de que esto es algo muy sencillo de responder; pero para abordar el asunto de forma más detallada, puede ser útil considerar el grado en que las cuatro características post Imperio Romano se aplican a nuestra situación actual.
El triunfo de la religión sobre la razón
Con la relección de George W. Bush y ante el panorama de una hegemonía republicana de largo plazo en la política americana, parece plausible que la civilización americana esté pasando de la fase crepuscular que describí hace años en El crepúsculo de la cultura americana a una verdadera edad oscura. De hecho, el historiador británico Charles Freeman publicó una extensa deliberación sobre la transición que tuvo lugar durante el Imperio Romano tardío, cuyo título puede ser como resumen emblemático de nuestro presidente actual: The Closing of the Western Mind. El señor Bush, Dios lo sabe, no es ningún San Agustín; pero Freeman señala a este último como el arquetipo de un proceso más general que se desarrolló en el siglo IV, a saber: “la gradual sumisión de la razón ante la fe y la autoridad”. Esto es lo que vemos hoy, y es un proceso que ninguna sociedad puede experimentar si quiere seguir siendo libre. Sin embargo, es un proceso del que los funcionarios gubernamentales, junto con buena parte de la población americana, están muy orgullosos. Al entrevistar tanto a varios asesores políticos como a gente que ha conocido o que ha estado cerca del presidente Bush, el periodista Ron Suskind halló un consenso: sentían que el presidente –junto con su base evangélica– cree que está cumpliendo una misión divina y que la fe aplasta a la evidencia empírica. “Un mandato de infalibilidad (...) guía la vida interior de la Casa Blanca”, escribe Suskind. De este modo, un asesor de Bush dijo que la Casa Blanca considera que gente como Suskind vive en “la comunidad apegada a la realidad”, es decir, entre gente que “cree que las soluciones emergen de un juicioso estudio de la realidad discernible”. Pero, prosigue,“así ya no es como funciona el mundo. Ahora somos un imperio y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad”.