La segunda ciudad con más mexicanos en el mundo fabrica ilusiones y crea esperanzas
Los Ángeles, epicentro de las luchas que inciden en las transformaciones en EU
Antonio Villaraigosa, de origen mexicano, es el primer alcalde latino en 140 años de historia
Ampliar la imagen El jefe del Pentágono, Robert Gates, y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, saludan en Novo-Ogaryovo a Vladimir Putin Foto: Reuters
Los Ángeles, 12 de octubre. En esta ciudad uno puede vivir tiempo completo en México porque sólo hay unos cuantos turistas estadunidenses en kilómetros y kilómetros de lo que es la segunda o tercera ciudad con más mexicanos en el mundo y cuyo alcalde es hijo de mexicanos.
Pero aunque 50 por ciento de la población se considera latina (nacida aquí o migrante), también son de la diáspora mundial. Casi la mitad de la población de Los Ángeles es nacida en otros países. Hay historias de despedidas de hijos a sus madres en Filipinas, Corea, China, México y El Salvador.
Una iglesia ofrece misas en español, coreano, filipino y, ah sí, inglés en una ciudad donde los anglosajones –que antes dominaban estas tierras– son minoría ante la nueva mayoría “de color”, la combinación de latinos, asiáticos, afroestadunidenses que habitan Los Ángeles. Hasta hay algunos viejos restaurantes de fast food que anuncian un menú de hamburguesas, pastrami, tacos y tortas. Por supuesto hay sushi y todo lo de la cuenca del Pacífico, ya que es el principal puerto estadunidense para todo ese mundo.
Hay curanderos mexicanos junto a expertos en shiatsu y otras variedades de relajamiento, con sus respectivas recetas de alcoholes, lociones y hierbas. Aquí está Filipinotown y no tan lejos Little Tokio, y a la vuelta Koreatown, pero no hay nada como las grandes extensiones de México y América Central dentro de esta ciudad y su periferia.
Éstas a veces se topan o se mezclan. Uno de los restaurantes Guelaguetza está en medio de mil anuncios en coreano en Koreatown. También algo llamado “Plaza México”, que es réplica de varios de los símbolos nacionales, con una estatua de Benito Juárez, cuyo dueño –que es coreano– decidió traducir todo lo que vio en México.
Y dentro del mundo latino se encuentra el mosaico de América Latina. En la cooperativa Hot Momma Tamales hay exquisiteces de varios países latinoamericanos. Las pupuserías están al lado de taquerías por todas partes. Pero también están todos los Méxicos: oaxaqueños, zacatecanos, jaliscienses, duranguenses, michoacanos y tantos más, cada uno con sus propios clubes de oriundos y sus federaciones.
Muchos viven en zonas que, en su conjunto, se conocen como el “megabarrio”, y que el profesor Gaspar Rivera, de la UCLA y oaxaqueño, caracteriza como gran “territorio liberado”. Toda la vida dentro de los restaurantes mexicanos, los conciertos, las tiendas, los festejos, es México. Dice que esa nostalgia creó un “mercado” que “es una defensa ante un mundo estadunidense hostil”, donde uno puede refugiarse en este México recreado en Los Ángeles.
Antonio Villaraigosa es el primer alcalde latino de Los Ángeles en 140 años, y cuenta cómo llegó su abuelo desde México; dice que “no sé si fue ilegal”, pero lo que sí se sabe es que su familia contribuyó a este país. El nieto de ese migrante declaró que el momento de mayor orgullo en su vida fue “salir a saludar frente a la alcaldía a ese medio millón, tal vez un millón, de gente que marcharon el primero de mayo” de 2006 en defensa de sus derechos y por la dignidad de los migrantes.
Ésta es la llamada “capital latina” de Estados Unidos, y el epicentro de lo que es una transformación nacional no sólo por el cambio demográfico, sino por las luchas, los proyectos, las iniciativas y los diálogos que se desarrollan aquí, que cambian al estado más rico del país y finalmente a este país.
También es una ciudad que padece de todos los males: un sistema de educación y salud en pleno deterioro –donde los latinos y afroestadunidenses son los más negativamente afectados– junto con un serio déficit de vivienda (hay un sector del centro donde habitan unos 13 mil personas sin techo, una zona que parece de película sobre una ciudad perdida o de posguerra).
También la brecha entre ricos y pobres es plenamente manifestada aquí, ya que Beverly Hills y Malibú no están lejos de enormes barrios de pobreza. Entre las playas de Santa Mónica y el valle de San Fernando, al otro lado de las montañas de Los Ángeles, hay mil mundos de esta metrópolis. Hippies y beats que aún se rehúsan a salir de sus épocas en la gran explanada de Venice Beach, mientras que a cuatro cuadras todo está habitado por oaxaqueños.
No tan lejos están las enormes mansiones que asoman sobre el Pacífico en Malibú, y por supuesto los surfeadores y las güeras californianas soñadas por los Beach Boys, mientras que en el puerto, hoteles y oficinas han estallado algunos de los movimientos sindicales más dinámicos de este país.
En Los Ángeles a veces se siente –por ser escenario de tanto filmes– que uno está viviendo una película. Por ahora no se sabe si es comedia, tragicomedia, drama, thriller, de horror o tal vez todas a la vez, cada una con rutas sonoras que se escuchan por los famosos freeways que enredan la ciudad.
Sin embargo los actores en cualquier momento podrían irse por la libre, lo cual ha ocurrido en varios momentos de la historia de esta ciudad, y es algo que se siente en muchas calles (aunque no en Beverly Hills). Esta ciudad fabrica ilusiones, pero también crea esperanzas. Lo difícil, a veces, es saber la diferencia aquí bajo el gran letrero sobre la montaña que dice “Hollywood”.