Tecnología y desarrollo
En el verano de 1911 un par de funcionarios del servicio postal del estado de Washington se presentaron una tarde a un próspero taller de carpintería ubicado al norte de la ciudad de Seattle, pidiendo hablar con el dueño. El taller, que en un principio se había dedicado a fabricar muebles de madera para el uso doméstico, recibía también encargos, de tiempo en tiempo, para hacer carretas y construir cabañas.
La razón de la visita de esos hombres sorprendió tanto al jefe del taller como a los trabajadores: lo que ellos necesitaban eran dos aeroplanos para transportar la correspondencia entre Washington, Oregon y California. El pedido tenía sentido porque más del 90 por ciento de los aeroplanos sería de madera y tela, pero la gente del taller no tenía la menor idea de cómo fabricar un avión; se trataba de un desafío mayúsculo pero no imposible. Así comenzó la historia de una de las empresas aeronáuticas más grandes del planeta, la Corporación Boeing, fabricante de decenas de miles de aviones militares y comerciales, en la que hoy prestan sus servicios cientos de miles de trabajadores alrededor del mundo.
Aquí en México, en el sexenio anterior, el presidente de la República dio instrucciones de instalar el proyecto Enciclomedia en todas las escuelas primarias públicas del país; ello implicaba la adquisición e instalación de unos 200 mil pizarrones electrónicos con un valor comercial superior a los mil 200 dólares cada uno. A ninguno de los directivos de ese proyecto se le ocurrió indagar si en algún lado del territorio nacional hubiese uno o varios talleres que pudieran fabricar esos pizarrones, para encargarles su producción (lo cual habría permitido crear una industria mexicana con muchas posibilidades de crecimiento posterior).
La diferencia subyacente entre estos dos ejemplos tiene que ver con las concepciones de país implícitas en las conductas descritas. Mientras los estadunidenses han pensado durante más de un siglo que ellos pueden fabricarlo todo, por complejo que sea, la gente que toma decisiones en México y en particular los funcionarios públicos, piensan que los mexicanos carecemos de las capacidades mínimas para fabricar y fabricar bien cualquier cosa. Los resultados de esta concepción arraigada en todos los niveles de nuestra sociedad saltan a la vista. Para los últimos presidentes del país, por ejemplo, los mexicanos sirven para cortar manzanas en Washington, o para trabajar como jardineros en las residencias de los estadunidenses, pero no para hacer otras cosas.
A principios de la década de los 80, participé con un grupo de ingenieros y técnicos mexicanos en la elaboración de una propuesta que planteaba la importancia de comprometer a las empresas fabricantes de computadoras, las cuales las vendían en México con grandes utilidades, a establecer centros de desarrollo de software, como lo estaban haciendo otros países, incluyendo Alemania, Francia, Suiza, Inglaterra y Suecia. Existía entonces un programa en la Secretaría de Industria y Comercio (hoy Economía) para el desarrollo de la industria de cómputo, cuyos directivos sin entender nuestra propuesta la rechazaron como inviable. “Los mexicanos no tienen capacidad para desarrollar software, además de que éste carece de importancia económica; lo que nosotros queremos es generar empleos para soldar circuitos y armar tarjetas electrónicas”. Esas fueron sus razones.
Veinte años después los productos europeos de bases de datos, de administración de bancos, hoteles y hospitales representan miles de empleos de buenos niveles y cientos de millones de euros para esos países, mientras los egresados de las carreras de informática de nuestro país están desempleados o perciben ingresos similares a los de un peluquero, o de un comerciante de ropa.
Los ejemplos se repiten en muchos campos, constituyendo un fenómeno de gravedad creciente; así, con miles de kilómetros de litorales ricos en recursos marinos, no contamos con capacidad para establecer una industria naviera propia, capaz de producir las embarcaciones pesqueras que se requieren.
La explotación del petróleo, con toda la riqueza que produce, no ha sido capaz de conformar una industria electrónica, de transporte, o de bienes de capital, como sucede en otros países, y cuando el gobierno habla de grandes proyectos de infraestructura, de transportes, de comunicaciones, de energía o de alimentos, sus directivos están pensando en qué empresas extranjeras habrán de contratar para resolver los retos tecnológicos que esos proyectos implican, porque empresas tecnológicas mexicanas que puedan hacerlo no existen, pues simplemente por eso.
La incongruencia es total. ¿Para qué se gastan tantos recursos en crear universidades y escuelas de tecnología, si después la tecnología se les encarga a empresas extranjeras? Quizás en la “filosofía foxiana” está la respuesta: “Es que alguien debe encargarse de traer los refrescos”.