Antrobiótica
Intermedio: Arte çisoria
Ampliar la imagen Qué delicada razón: entre escribir poesía, cortar sabiamente un jabato, nadar, cocinar y cabalgar no hay ninguna diferencia. En la imagen, colgados de sus cuartos traseros penden caballos en canal en el rastro municipal de Ciudad Juárez. La demanda de su carne ha aumentado en las poblaciones mexicanas de la frontera Foto: Ap
Cierto: ninguna materia es, por sí misma, frívola. O acaso todas lo son. Al pie de la página 135 de la historia del español del querido Alatorre hay una nota. Ésta informa que algunos libros del nigromante Enrique de Villena (1384-1434) fueron quemados por fray Lope de Barrientos, confesor de Juan II; informa también que Villena era un escritor “atraído por la astrología y la fascinología y por formas de vida señoriales”; y que “su Arte çisoria enumera manjares exquisitos y enseña el ‘arte de cortar’ con diferentes cuchillos las diferentes carnes: aves, terneras, jabalíes, pescados, etcétera. A un moderno le parecerá pueril escribir sobre eso, pero hay que trasladarse a los tiempos de Villena: alguien tenía que decirles a los grandes señores que no era correcto agarrar una pierna de vaca y comérsela a mordiscos (en público). Además, ¿dónde está el límite entre lo serio y lo frívolo…?”
II
Y es que el Arte çisoria está llena de detalles bellísimos. A Villena le es necesario, por ejemplo, contar brevemente “cuándo e por quién las artes fueron falladas e ésta del cortar en cuáles d’ellas se cuenta” y probar con su historia que las artes son cosa buena; entonces comienza irreprochablemente: “El mundo sensible crió Dios a similitud del architipo eternal en su idea entendido. E por eso, pues era la mundial e sensible máchina començada e nueva, convernía los usos mundanos oviesen comienço por los omnes razonables, capaçes de fallar las cosas a ellos nesçesarias, convenibles e buenas, a conservaçión e inducçión de virtuosa vida, que los apartase de la sensualidat e bestial partiçipio”. El primero que las “falló” fue Cam, hijo de Noé, dijo que eran 100 y las escribió en siete columnas o pilares de cobres; ese conocimiento pasó a “lo que es oy Athenas, la çibdat”, donde hubo grande estudio, y de ahí fue a Roma trasladado, donde la Iglesia desechó 40 artes y ciencias, porque eran “vatiçinatorias e superstiçiosas” (sólo en Salamanca y en Uxonia, en Inglaterra, dice Villena, queda “d’ellas letura”), y las 60 restantes fueron en tres géneros divididas: “liberales, naturales e mecánicas” y “asignaron en la parte de las mecánicas la çisoria o de cortar nombrada”. Cortar no sólo es un arte, por supuesto, sino una de las “doze probidades” por las que puede un hombre pertenecer a la casa de un señor. ¿Las otras once?: “dançar, cantar, trobar, nadar, jugar d’esgrima, jugar axedrez e tablas, pensar e criar cavallos, cozinar, cavalgar e las maneras e tempramiento del cuerpo”. Qué delicada razón: entre escribir poesía (Villena es también autor de un manual poético: Arte de trobar), cortar sabiamente un jabato, nadar, cocinar y cabalgar no hay ninguna diferencia.
Villena cree que un cortador de cuchillo no puede ser cualquiera, y enlista “las condiçiones e costumbres que les pertenescen”. Ejemplos: “debe guardar la salud e vida del rey, en manera que, en la vianda cortando o en otra guisa, non le ponga nin consienta cosa que muerte o dolençia conocida”, es decir: no ha de envenenar a su señor; debe traerse “bien guarnido, segúnt su condiçión, su barva raída e los cabellos fechos e uñas mondadas a menudo e bien lavado rostro e manos”; debe ser “mesurado en su comer e bever por que non tenga mal gesto, segúnt fazen los bevedores e desordenados comedores”; debe apartarse de “todas las cosas que son contra limpieza e buen odor”. Dice con hondura Anton Ego en Ratatouille: “Not everyone can become a great artist, but a great artist can come from anywhere.” Villena –así era su tiempo– no habría compartido esa sabia máxima: el capítulo trezeno de su tractado pondera “cómo deven ser criados moços de buen linage bien acostumbrados, para tomar d’ellos para el ofiçio del cortar”; estos mancebos deben andar en la corte “lo más del tiempo”; deben ser “de buen linage e conosçido, de fidalguez non dubdosos”; deben ser “abezados a mantener lealtad”; no se les debe consentir “ser chismeros o acusadores d’otro; dévenles mostrar de bien fablar, con buen gesto, cortés e atentadamente, e a estar todavía entre gente de bien”. Agrega Villena, como para limpiar nuestros ridículos prejuicios siglo XXI: “Estos tales mançebos non deven ser muy poderosos nin muy pobres, mas de mediana condiçión, porque la riqueza e el poderío trae menospreçio e negligençia e la pobredat trae vileza e rudeza.”
Villena también es cachondo, sensualísimo. Así, en su descripción de un pavón, “el cual asado comúnmente comerlo es costumbre e algunas vezes por fiesta en combites con su cola sin ge la quitar, conservándola e guardándola de socarrar en panos embuelta mojados, eso mismo fazen del cuello e, mejor d’esto, sacada la cola e cortado el cuello, e cuando es asado pégangelo con estacas de palo, que non den mal sabor a la carne d’él. E la cola, puesta en rueda, con mantellina al cuello, de paño de oro o de terçenel, en que las armas del Rey son pintadas. E su cuerpo del pavón, aborraçado con lañas anchas como la mano, de toçino entreverado”. ¡Precioso pavón entreverado, frívolo pavón con paños de oro!
III. Querido Enrique nigromante:
El lunes recibí tu Arte çisoria en la cárcel más solitaria de la tierra: sin perro, sin amigos, sin dinero, loco por una loca bailarina. Dos noches la leí y la releí. Hoy, cuando desperté, alguien había echado por debajo de la puerta mi acta de libertad condicional. Saludos desde acá.