Los cien años del obispo Sergio Méndez Arceo
-¿Es cierto, señor obispo, que le mandó una carta a José Revueltas pidiéndole los nombres de los presos políticos y el lugar donde nacieron para que sus párrocos recen por ellos?
–Es absolutamente cierto. Por lo menos esto sirve para crear una conciencia, conciencia nacional. Vea usted, Elena, es terrible que nuestro país caiga en la indiferencia. Yo creo que todos tenemos necesidad de brindar, por amor a Cristo, un apoyo moral a dichos presos. ¡Además, la mayoría son estudiantes, son muchachos, gente que apenas empieza a vivir!
–Pero monseñor, usted seguramente viene a visitar a hombres que no son creyentes o que por lo menos no han tenido nada que ver con la Iglesia... ¿no lo irá a tildar la opinión pública de comunista? En fin, qué sé yo...
–¿Acaso no han dicho que el Papa es hereje? ¿Recuerda usted la crítica cuando pidió que la misa ya no se oficiara en latín sino en los idiomas de los distintos países? Por lo que se refiere a su pregunta, creo que le respondo en mi homilía del domingo pasado, en la que hago un llamamiento al respeto y amor entre los hombres, y al decir que a imitación de Cristo, todos somos servidores espontáneos, unos de los otros, sin distinción de grados o posiciones.
–¡Ay, doctor, pues ojalá y hubiera muchos servidores espontáneos como usted! (Reímos) ¿Y por qué se está usted portando tan bien, señor obispo?
–(Se ríe) No, Elena, eso no es portarse bien. Es la única reacción posible ante el sufrimiento humano. (Abre la portezuela de su coche, Héctor sigue imprimiendo placas fotográficas. Aunque hace sol, siento frío.)
Excomunión a los torturadores
El 17 de abril de 1981, don Sergio Méndez Arceo, séptimo obispo de Cuernavaca, desde su púlpito excomulgó a los torturadores, ya fueran ejecutantes o planeadores. La tortura se ha instaurado en América Latina en los pasados 30 años, un instrumento de control que abarca no sólo al contestatario sino a la familia entera, la esposa encinta, los hijos que ven entrar a su casa las botas militares. Méndez Arceo denuncia: “Entre las formas más graves en que se ofende al hermano más pequeño, su vida, su integridad y dignidad, está la tortura, tanto física como síquica, o moral, sobre todo cuando se hace con todos los agravantes, pues la hace la autoridad puesta para proteger y promover todo lo que contribuye a la vida y dignidad de los ciudadanos”.
–¿No teme al Vaticano, don Sergio?
–Mire Elena, le temo a mi conciencia. Recordemos ahora, usted, Héctor y yo las torturas infligidas a Jesús durante su pasión por la autoridad religiosa y la autoridad romana. Apenas si cumplo con mi deber de pastor, de servidor de la vida y dignidad del hombre, al decretar la pena de excomunión a los torturadores...”
Don Sergio se declaró partidario del “socialismo democrático, con rostro humano”, firmó con los laicos de Cuernavaca, la que él mismo llamó Carta de Anenecuilco, que entregó a Luis Echeverría Álvarez cuando era candidato.
En 1971 fue intermediario en el secuestro del rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, Jaime Castrejón y su secuestrador, Lucio Cabañas.
Al morir Lázaro Cárdenas, el 19 de octubre de 1970, don Sergio lo declaró “un hombre naturalmente cristiano, por ser profundamente hombre” y amigo de los sacerdotes comprometidos con el pueblo.
Echó a volar las campanas de la catedral de Cuernavaca en señal de duelo por la muerte de Salvador Allende, en 1973. Condenó el golpe a Excélsior y acompañó al proyecto de la revista Proceso. Vicente Leñero lo quería mucho y cuando hizo su escandalosa obra de teatro sobre el sacerdote belga Lemercier que mandó sicoanalizar a su comunidad (de ahí que algunos descubrieran que no tenían vocación), el obispo lo apoyó y conversó con él en varias ocasiones.
Don Sergio admiró al obispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero, seguramente porque se le parecía. Presidente del Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina, lo que más le gustaba era visitar a los paracaidistas de la Rubén Jaramillo y allí lo vi en una que otra ocasión echándose un taco y bromeando entre todos con el espléndido buen humor que siempre lo caracterizó. Cuando reía se veía muy guapo.
Don Sergio murió el 6 de febrero de 1992 y hoy más que nunca, en esta época sombría e hipócrita, se extraña su actitud ante la vida y su apoyo a las causas sociales. Gracias a Dios, nos queda don Samuel Ruiz, cercano a Dios y cercano a las necesidades del pueblo y del mundo.