Usted está aquí: lunes 8 de octubre de 2007 Opinión Bombones de fruta y chocolate

Sergio Ramírez

Bombones de fruta y chocolate

El periodista argentino Rogelio García Lupo recibió en Monterrey el Premio de Homenaje de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, que preside Gabriel García Márquez. La lista de los premiados desde 2001 viene a ser en todos sentidos ilustre, modelos en el ejercicio de esta profesión tan llena de riesgos, desafíos y aventuras, sobre todo porque le han dado una dimensión ética, que los vuelve por eso ejemplares a los ojos de las nuevas generaciones de periodistas hispanoamericanos.

Comenzó a ser periodista a los 21 años, desde entonces en constante alternancia entre la pasión por vida y la pasión por el oficio. Más que un testigo de los acontecimientos históricos de Argentina, Rogelio es siempre un protagonista, y por tanto puede narrar desde los propios acontecimientos, más que desde una sala de redacción a prueba de ruidos y a prueba de balas.

No le contaron los acontecimientos del mítico 17 de octubre de 1945, cuando nació el peronismo. Él estaba allí, a los 13 años de edad, en la Plaza de Mayo, entre los integrantes de aquella manifestación que sería disuelta a balazos, y terminó refugiado en una bombonería que tenía el azucarado nombre de Las Delicias, donde amaneció comiendo bombones de fruta y chocolate.

Al niño refugiado en aquel paraíso de dulces mientras afuera llovían los balazos le tomará años someter los acontecimientos de ese día a la rigurosa investigación propia de la manera en que ve su oficio, y atar todos los cabos sueltos. “Había una cantidad de historias que no me cerraban”, dice, “y me puse a estudiarlas, en principio, para poder cerrarlas en mi propia cabeza. Y luego empecé a escribirlas, como fatalmente ocurre con quienes vivimos de escribir historias.”

Todo aquello no representaba sino la culminación de la carrera de 15 años de Perón como agente de inteligencia del ejército, las masas movilizadas como un ardid de la cúpula militar para contrarrestar la presión internacional, encabezada por Estados Unidos, que cobraba entonces a Argentina su neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial, y no pocas veces su simpatía en favor de Alemania. Y de aquel movimiento defensivo nació el fenómeno del peronismo. Es uno de los grandes hallazgos periodísticos de Rogelio.

Cuando había pensado que podía dedicarse a la carrera de abogado y se preparaba para aquel oficio como escribiente de juzgado, ocurrió la muerte de Eva Perón, en 1953, y lo echaron del humilde trabajo porque rehusó ponerse luto, como era la regla oficial. Y así, por un acaso del destino, de escribiente de actas judiciales pasó a escribiente de crónicas. Tenía 22 años. Y durante los siguientes cinco años tocó diferentes violines: periodismo cultural, periodismo de cine, periodismo económico, en publicaciones peronistas, valga la contradicción. O valga la ironía, pues no había entonces sino publicaciones peronistas.

La política, que es parte de la vida, arrastra consigo al periodista, lo revuelve en sus meandros, lo contamina de vicios y virtudes. Pero quien ama su oficio de pesar las palabras, sacarles filo, convertirlas en instrumentos de la búsqueda de la verdad, iluminar con ellas los secretos, sabe que la pasión crítica es una pasión independiente, y que esa pasión no puede existir al lado del poder, sino en contraposición al poder, que siempre exige pleitesías absolutas, cualquier clase de poder.

De allí que su inconformidad, sin la que no hay pasión crítica, lo llevó a disentir siempre del peronismo como sistema de poder –el individuo que busca incesantemente la verdad libre disiente siempre del poder que sólo admite la verdad oficial– y fue a dar por tres meses a la cárcel de Devoto, antes de la caída de Perón.

No podía ser militante del peronismo, porque era militante del periodismo, ni tampoco podía, por tanto, ser militante de la revolución libertadora que derrocó al peronismo. Su entusiasmo era por los hechos, más que por los individuos, por los ideales que encendían los acontecimientos, antes de que el poder terminara consumiendo esos ideales. Es la única manera de entender la consistencia de su oficio, que es siempre un ejercicio de la libertad, y eso lo probará con creces después, a la hora de las dictaduras militares, que niegan cualquier asomo de libertad.

Tras el triunfo de la revolución cubana, en 1959, sería uno de los fundadores de la agencia de noticias Prensa Latina –junto a Jorge Masetti y Rodolfo Walsh, entrañables compañeros suyos desde los años de la adolescencia–, una empresa novedosa de la que fue parte el propio García Márquez. Se trataba de una gran aventura: crear una alternativa a las grandes agencias multinacionales de la información y su papel fue el de fundador. También en este caso sabe que no debe acercarse demasiado, ni por mucho tiempo, a las llamas del Estado, que siempre terminan quemando. Y regresó a Argentina porque quedarse significaba convertirse en un personaje del mundo oficial, “de la interna cubana”, como él mismo dice.

Después vinieron los golpes militares, y, prohibido de escribir bajo la dictadura de Onganía, debió usar el seudónimo de Benjamín Benegas, escogido al azar en la guía de teléfonos. Y prohibido también de escribir bajo la dictadura de Videla, tuvo que trabajar de ejecutivo en una empresa de construcción, y fue entonces cuando descubrió, dice, “que en Argentina si uno cambia de actividad es como si cambiara de país…”

Una larga vida en lucha por la majestad de la palabra impresa. Sus numerosos libros nos dan un panorama iluminador de la historia contemporánea de Argentina, el peronismo, la historia secreta de las dictaduras militares, los negocios sucios a la sombra del poder y la guerra de las Malvinas, el acontecimiento que lo devolvió en 1982 al ejercicio del periodismo.

Cincuenta y cuatro años dedicados al ejercicio insobornable de ese periodismo de riesgo y de garra, siempre triunfante frente al peso de la represión y de las prohibiciones, de los halagos y las amenazas. Un periodista de cuerpo entero.

 
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