Desde Otras Capitales
Moscú y el dilema del agua
Ampliar la imagen Festival de bandas militares en la Plaza Roja de Moscú, con la catedral de San Basilio a la derecha y el Kremlin al fondo Foto: Reuters
Los habitantes de la capital rusa se enfrentan, cada verano, al dilema de bañarse con agua helada o con una olla del preciado líquido calentado en la estufa, opciones que pueden gustar sólo a masoquistas, la primera, y a jubilados sin preocupación de llegar tarde al trabajo, la segunda.
La ciudad entera, pero no todos los distritos a la vez, se queda sin agua caliente durante tres semanas, y muy pocos se permiten el capricho de instalar calentadores en su baño, un dispendio injustificado para los pocos días que se usa el resto del año.
El corte del agua caliente es escalonado, lo cual permite que cada quien se vaya haciendo de familiares, amigos o amantes en diferentes puntos de Moscú, con la idea de intercambiar regaderazos de agua templada.
El esfuerzo, pese a los riesgos más comunes de bañarse con agua gélida o con el método de la olla: pulmonía y quemaduras por descuido, respectivamente, sin olvidar los calambres que suelen acompañar al casi granizo que sale de la regadera y, en el otro extremo, los dolores lumbares por las agachadas, bien vale la pena.
Porque es mucho peor congelarse en invierno y el sistema de calefacción central, asequible en cada apartamento y basado en calentar agua en inmensas calderas, requiere de mantenimiento anual cuando, en teoría, más calor hace. Por eso aquí nadie protesta y, cuando toca, sólo queda contar los días que faltan para que la vida vuelva a ser como antes.
Hasta el siguiente verano, claro.