Usted está aquí: jueves 4 de octubre de 2007 Opinión Desde el PAN

Soledad Loaeza

Desde el PAN

El discurso del presidente Calderón del pasado viernes 21 de septiembre, ante los 300 y algunos más invitados de la revista Líderes, es un pronunciamiento doctrinal que no únicamente estaba dirigido a los presentes. Si los miembros de su partido lo leyeron con atención en su momento, entonces seguramente sabían con unos días de anticipación que Germán Martínez Cázares sería el contendiente por la presidencia de Acción Nacional, que buscará recuperar las tradiciones del partido de manos de los foxistas que encabeza Manuel Espino. Martínez Cázares representa las preocupaciones tradicionales de muchos panistas por las ideas, las creencias y los valores trascendentes que conectan al partido con la doctrina social de la Iglesia. Una inclinación personal y una especialización profesional que lo ponen a leguas de distancia de la mayoría de los líderes del partido que llegaron con Vicente Fox, e incluso con Manuel Clouthier. Pero, además, este candidato a la dirigencia del PAN tiene la experiencia de la práctica política que adquirió como representante del partido en el IFE en los dificilísimos momentos del conflicto poselectoral de 2006. Hasta aquí podría decirse que seguía muy de cerca los pasos de Carlos Castillo Peraza, el filósofo que impulsó la transformación del blanquiazul mediante una actualización ideológica –o doctrinaria, como les gusta decir a los panistas– que estuvo guiada por ideas, pero también por la alianza que estableció con el gobierno de Carlos Salinas. Castillo Peraza nunca tuvo una responsabilidad de gobierno, Martínez, en cambio, rozó la administración pública durante una corta estancia al frente de la Contraloría.

El tema y el tono del mensaje que dirigió Calderón a las 300 mujeres y hombres “más influyentes en la vida nacional” evocan a los fundadores del panismo, al mismo tiempo que lo distinguen de su antecesor. El repudio a Vicente Fox y a todo lo que significa dentro de su partido no será necesariamente asunto de la Contraloría; por lo pronto, el Presidente lo condenó –aunque implícitamente– desde los principios que Acción Nacional ha buscado sustentar incluso en medio del más descarnado pragmatismo que en ocasiones ha empujado al partido a aliarse con el diablo. Como hizo en 1999, cuando se dejó llevar por el arrastre popular de Fox, cuya defensa del individualismo exacerbado está muy lejos del llamado a la responsabilidad social de las elites, de las minorías selectas, a las que aludió el Presidente ante los líderes mexicanos. La intención, entonces, parece haber sido restablecer los rasgos ideológicos de la identidad legítima de Acción Nacional y rescatarlos de la mala lectura del panismo que durante seis años impusieron Vicente Fox y Marta Sahagún.

No obstante, el discurso no fue solamente una manera de hacer valer las diferencias entre el presidente Calderón y el dúo Fox-Sahagún. Paradójicamente, esta definición doctrinal también quería ser un llamado por encima de preferencias ideológicas a todos aquellos que entiendan la importancia de la coyuntura. A pesar de que Calderón no mencionó explícitamente a Manuel Gómez Morín, lo trajo al debate cuando planteó el tema de las generaciones que son corresponsables de su tiempo. Esta es una de las ideas centrales del ensayo de 1915, inspirado en la lectura de José Ortega y Gasset, y publicado en 1926. En este documento, escrito más de 10 años antes de la fundación del PAN, Gómez Morín hace un llamado al grupo de hombres “…unidos por esta íntima vinculación…: la exigencia interior de hacer algo…”, que les impone el momento histórico que les ha tocado vivir por encima de diferencias ideológicas, e incluso de edad. Lo que tienen en común es una actitud y la oportunidad de hacer algo por el país: “Socialmente… nuestro deber es obrar, remediar males…” Así, el Presidente llamó a los asistentes a transformar el país, aunque no precisó cómo ni en qué sentido había de ir ese cambio. Esta omisión puede explicarse porque apeló a todos aquéllos que están movidos por “un sueño”, sin adentrarse en el hecho patente de que una de las diferencias políticas más importantes del momento deriva de la prolongación de los antagonismos de la campaña electoral, que ha hecho del sueño de un actor político la pesadilla de otro.

El Presidente tampoco nos dijo por qué piensa que atravesamos una coyuntura crítica, pero si leemos su discurso en el contexto del descontento y la creciente inquietud que provocan las noticias a propósito de la profundización de la desigualdad, es posible que su discurso haya sido motivado por esa preocupación y por el deseo de hacer un exhorto, pues en última instancia no fue más que eso, a todos los privilegiados a que asuman el compromiso moral que acarrea esa condición. Fue un llamado a la solidaridad entre desiguales, y a la acción. Curiosamente, la referencia más agresiva del discurso no estuvo dirigida a los ricos, ni a sus opositores políticos, sino a “…la oruga docta que pontifica y se sube allá a su torre de marfil y que tarde o temprano queda convertida en pedestal de imbéciles…”, pero ese animal es justamente el que ayuda a los políticos a construir sueños.

 
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