Murales en la Facultad de Derecho
El jueves 27 del pasado septiembre en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Fernando Serrano Migallón, director de la Facultad de Derecho, presidió la ceremonia que tuvo lugar en el auditorio Martínez Báez, para dar a conocer a integrantes de la comunidad universitaria el comodato que existe entre el Instituto Nacional de Bellas Artes, presidido por María Teresa Franco, y esa casa de estudios, con Gerardo Estrada como representante, mismo que permitió la reinauguración de los frescos del Sindicato de los Talleres Gráficos de la Nación, ubicados ahora en el foro de ese recinto.
Los murales fueron realizados al fresco en 1936, durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, por el equipo de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR), que entonces dirigía Juan de la Cabada. La dirección, y creo que la mayor parte, sino es que casi la totalidad de la mano de obra, estuvo a cargo de Pablo O’Higgins, aunque en el diseño temático participaron tanto él como Leopoldo Méndez, Alfredo Zalce y Fernando Gamboa. Todos eran entonces militantes del Partido Comunista Mexicano. En realidad, el título original del mural es La lucha sindical: los trabajadores contra la guerra y el fascismo.
Plutarco Elías Calles puso en entredicho el derecho de huelga en junio de 1935 y a raíz de esa circunstancia se integró un sindicato no dependiente de la Confederación Revolucionaria de Obreros de México (CROM), agrupación que entonces dirigía Luis N. Morones, un jefe muy influyente quien en tiempos de Calles fue secretario de Trabajo, Industria y Comercio.
La ubicación original del mural fue el edificio de la calle de Tolsá número 9 y el fresco ocupaba el cubo de la escalera con una superficie aproximada de 100 metros cuadrados. Ante su inminente demolición, los murales fueron estrapados y trasladados a bastidores de fibra de vidrio por técnicos del Centro Nacional de Conservación del Patrimonio Artístico Mueble, entonces bajo la dirección de Tomás Zurián, aunque el primer testimonio sobre restauro data de 1970 y corresponde a Eliseo Mijangos.
Se exhibieron parcialmente (y se veían imponentes, bien que lo recuerdo) en la Exposición-homenaje a Pablo O’Higgins inaugurada en marzo de 1985 (por tanto, antes del temblor) en el Palacio de Bellas Artes.
Por años estuvieron en la Ciudadela y luego en el Centro Nacional de Conservación (ex Convento de San Pedro y San Pablo), ahora bajo la dirección de Lucía García Noriega.
Para el traslado a Ciudad Universitaria debió efectuarse trabajo de reacomodamiento y restauro por parte del equipo técnico, presente y muy aplaudido en la ceremonia que menciono, como también lo estuvo Walter Boelsterly, ex director de dicho centro.
Se aplaudió la presencia de María O’ Higgins, viuda del pintor desde 1983 e incansable cuidadora y promotora de su obra, sin que la animen más intereses que la perdurabilidad de la imagen del pintor nacido en Salt Lake City en 1904 y afincado en México desde los 20 años de edad.
Las intervenciones fueron breves y cada una se ocupó de aspectos distintos relacionados con la preservación de esos frescos. Estuvieron a cargo del director de la Facultad de Derecho, Teresa Franco, Gerado Estrada y de quien escribe.
Aproveché para rememorar ciertas cuestiones que se han olvidado. Por ejemplo, no la totalidad del fresco está allí expuesto, faltan algunos fragmentos. Eso se debe al desarrollo espacial conseguido y se procurará que los faltantes se reincorporen.
La sección inferior del lado izquierdo contiene a los emisarios del mal, como ocurre en la mayoría de los murales; a la derecha, se contraponen los grupos positivos. En la parte central, que es la más amplia, se desarrolla la lucha antifascista, con grandes figuras de obreros y un arengador en la sección inferior, mientras que las masas alertadas se reúnen en torno a una mesa de confraternidad (semejante a la de Orozco en la New School, de Nueva York).
Son retratos de los sindicalistas jefes, cuyos nombres no es posible identificar. La figura femenina a la derecha sí es identificable: se trata de Carmen Molina, joven y aguerrida mujer que trabajaba en las prensas. Entre las figuras negativas a la izquierda, la que luce mano ornada con anillos en cada dedo, corresponde a Luis N. Morones, el jefe de la CROM, quien está protegido por su guardaespaldas, escondiendo tremendo puñal. Visible es también un libro (posiblemente devocionario) que ostenta un rosario enredado.
El rostro de Morones fue alterado mediante procedimiento ligeramente caricaturesco para que no resultara del todo identificable, orden emitida por autoridades oficiales. Los espacios inicialmente ocupados por puertas, están pintados de color gris mezclado con ocre y Teresa Franco comentó en lo particular algo que me parece acertado: esos espacios podrían ser trabajados en trompe l’oeil para dar cuenta del acceso a talleres y dependencias y así los espectadores actuales puedan hacerse una mejor idea de que son linotipistas, diseñadores, prensistas, los protagonistas principales del conjunto.