Eva y Adán
En el Génesis, Eva, tentada por el Mal, decide desestimar la prohibición de Dios e induce a Adán a comer, junto con ella, el fruto del árbol del conocimiento. Él, por supuesto, accede. De ahí, de acuerdo con la tradición judeocristiana, se origina la caída y el lamentable estado en el que nos encontramos. Es bellísimo, por el lado que se le vea. Eva, la primera mujer, surgió de la costilla de su compañero y Adán, a imagen y semejanza del Creador. Quiere decir que el primer hombre poseía en su esencia lo masculino y lo femenino... De acuerdo con esta tradición, de los expulsados del paraíso se origina la especie humana y el aprecio por el conocimiento, fruto de la desobediencia.
Todo esto lo pensé después de asistir el viernes a una conferencia en la que, por razones diferentes a las que aquí me refiero, se hizo alusión al Génesis. No pude dormir. Me perseguían las imágenes paradisiacas del cuadro de Alberto Durero pintado en los inicios del siglo XVI. La ingenuidad de Adán; la belleza infinita de Eva, su mirada y su decisión; el fruto, entre durazno y manzano, la serpiente y las hojas cubriendo la vergüenza por el pecado cometido.
¿Qué pasaría si la especie humana estuviera en peligro de extinción? Es algo que no es improbable, al paso que vamos y dentro de algunos miles de años –o tal vez antes. Nada nos impide imaginarlo. ¿Habrá nuevos Adanes y Evas? La respuesta es definitivamente sí, y proviene del mismo árbol que fue la tentación de ella.
El embrión humano, por ejemplo, no tiene sexo antes de las primeras siete semanas de desarrollo. Es sexualmente indiferenciado. Tiene la capacidad para desarrollarse, bajo ciertas condiciones, en una dirección masculina o femenina. Es esencialmente hermafrodita. Pero no sólo eso.
La investigación sobre las células troncales de embriones muestra que pueden desarrollarse, a partir de ellas, tanto espermatozoides como óvulos. Esto confirma la condición hermafrodita del embrión humano. Las células troncales son las que aparecen en los primeros días de la división celular y, como su nombre indica, pueden dar lugar, a partir de un tronco común indiferenciado, a células especializadas (es preferible llamarlas troncales en lugar de madre, pues, como bien decía Hugo Aréchiga, lo segundo tiene otras implicaciones).
Estos hallazgos muestran que en el futuro inmediato será posible contar con líneas de células sexuales humanas especializadas, como los óvulos y espermatozoides, que pueden ser mantenidas en condiciones de laboratorio durante periodos prolongados. La aptitud funcional de estos elementos (o sea, su capacidad reproductiva) se ha demostrado hasta ahora en modelos surgidos de la experimentación en animales. No se trata del almacenaje de óvulos y espermatozoides adultos en nitrógeno líquido, sino de la generación permanente de estas células a partir de tejidos primarios de embriones indiferenciados.
La capacidad de las células troncales para producir óvulos o espermatozoides no sólo se encuentra en los embriones, sino también en individuos adultos. Células troncales del ovario, de la médula ósea, o de otras regiones en adultos, pueden dar lugar simultáneamente a óvulos y espermatozoides. O sea, que todos tenemos de algún modo una condición hermafrodita. A pesar del Génesis, esto queda muy lejos de la comprensión de las mentalidades retrógradas.
Eva y Adán son de algún modo inmortales. En caso de riesgo sobre la supervivencia de nuestra especie, el conocimiento ha creado la posibilidad de mantener una fuente inagotable de células germinales para garantizar la permanencia de la vida humana.
Es difícil comprender cómo quienes se ostentan como defensores de la vida se oponen sistemáticamente al desarrollo de estos proyectos científicos.