Johann Sebastian, muy bien temperado
Hace unos días, la notable pianista canadiense Angela Hewitt ofreció dos recitales en la Sala Nezahualcóyotl, en los que acometió una auténtica proeza musical: la ejecución integral de los 48 preludios y fugas que conforman El clave bien temperado, de Johann Sebastian Bach, obra cimera de la literatura para el teclado.
Para aquilatar el reto que representan estas fascinantes sesiones musicales, baste mencionar que formaron parte de una extensa gira mundial en la que Angela Hewitt llevará este evangelio sonoro a salas de concierto de Inglaterra, Estados Unidos, Canadá, Colombia, Singapur, Japón, Corea, Australia, Polonia, Italia, España, Portugal, Suiza, Alemania, Escocia y Sudáfrica.
No se equivocó el cronista que hace unos días afirmó que estos dos recitales estaban llamados a convertirse en el acontecimiento musical del año en esta ciudad, y de hecho ya lo son, a menos que ocurra algo fuera de este mundo en las semanas que restan hasta el fin de la temporada de conciertos 2007.
El primer acierto notable de esta interpretación del Clave bien temperado fue permitir que aquellos que no somos expertos en temas pianísticos pudiéramos reconocer lo mucho que nos falta por conocer de esta monumental obra y, a la vez, situar correctamente a Angela Hewitt en el lugar que le corresponde entre los ejecutantes que han abordado esta partitura en su integridad. En un extremo del espectro se encuentran los seudopuristas, aquellos que tocan El clave bien temperado en el piano como si se tratara de un clavecín, omitiendo por completo el uso del pedal, empleando una articulación hasta cierto punto rígida, propia de este rústico instrumento, y evitando el menor asomo de variedad dinámica.
En el otro extremo están los libertinos, es decir, los pianistas que se toman tantas libertades con la ejecución del Clave bien temperado en el pianoforte, que aquello suena como si lo hubiera escrito Ferruccio Busoni. Entre estas dos radicales líneas de conducta se encuentran los intérpretes sensibles, los pianistas inteligentes que saben adaptar el pensamiento musical de Bach a su propio instrumento y a su propio tiempo, conservando lo sustancial del espíritu de la obra y, a la vez, comprendiendo cabalmente que un piano no es un simple clavecín-plus. A este grupo pertenece, sin duda, Angela Hewitt, cuya interpretación del Clave bien temperado de Bach resultó completa, redonda y altamente satisfactoria, tanto en el plano de lo puramente intelectual como en el del mero disfrute sensorial.
La versión ofrecida por Hewitt se caracterizó, ante todo, por esa difícil conjunción de unidad en lo general y variedad en los detalles que suele definir a las grandes interpretaciones musicales. Su empleo del pedal del piano fue de una inteligencia y discreción admirables, provocando sólo la resonancia necesaria para completar el perfil de su fraseo y su articulación, sin ensuciar nunca el discurso con excesos de sonido.
De manera análoga, la versátil pianista canadiense no se arredró ante el uso de la variedad dinámica pero, de nuevo, sin rebasar los límites del espíritu original de esta ejemplar composición para el teclado. Por otra parte, Angela Hewitt fue generosa en la creación de colores pianísticos, manteniéndose de nuevo muy cerca de Bach y sin convertir su instrumento en una paleta tímbrica raveliana o debussyana.
Tratándose de esta obra de Bach, me provocaría un poco de pudor utilizar el término rubato, por aquello de las inevitables asociaciones chopinianas, así que lo diré de otra manera: en importantes puntos de inflexión de la música, sobre todo en los preludios, Angela Hewitt propuso, y realizó de manera espléndida, ciertos respiros (suspiros, casi) que hicieron resaltar de forma discreta pero efectiva los aciertos armónicos (de una lógica impecable) de las cadencias de Bach.
Quizá, lo que más me sorprendió durante el espléndido par de recitales de Angela Hewitt fue atestiguar en vivo, por primera vez, la enorme variedad de estados de ánimo que Bach supo imprimir en los 48 preludios de la serie.
La pianista canadiense tuvo uno de sus mayores logros, precisamente, en la sensibilidad con la que comunicó esa amplitud de expresiones, esa cornucopia de temperamentos que van desde la delicadeza pastoral hasta las fogosas tormentas en el espíritu de una toccata. De eso se trató, finalmente, esta impecable lección de música: de una exquisita y generosa suma de temperamentos.