Hidalgo: a cada quien su mito
En el panteón laico, ¿cuál es el lugar que ocupa el llamado padre de la patria?
Ampliar la imagen Don Miguel Hidalgo y Costilla (o al menos una de sus interpretaciones)
Los festejos del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana se han convertido en una suerte de pila de agua bendita, donde todas las autoridades meten las manos, mientras la sociedad civil está ausente. En días pasados (La Jornada, 18 de septiembre), Humberto Moreira Valdés, gobernador del estado de Coahuila, aseguró que la imagen de Miguel Hidalgo y Costilla no corresponde a la realidad. Agregó que la que conocemos los mexicanos se debe a la insidia de Maximiliano, quien hizo posar a un sacerdote belga para darnos una imagen apócrifa de Hidalgo.
De haber leído a un historiador tan reconocido como Ernesto de la Torre Villar, se habría enterado que la idea de dejar plasmada la figura de Hidalgo venía de muy atrás, mucho antes de ser llamado el “padre de la patria”. Desde el temprano 23 de enero de 1811 se encontró en el colchón de la casa del capitán José María Obeso un proyecto de monumento que ya lo representaba y que las autoridades españolas consideraron “insolente efigie”.
Se tiene noticia de que en 1819 se erigió el primer monumento, pero se desconoce el sitio donde se ubicó. En 1826, la revista Iris, de Claudio Linati, Fiorenzo Galli y José María Heredia, prometió divulgar “los semblantes venerables de los caudillos de la revolución”, y en las primeras placas representaron a Hidalgo, Morelos y Guadalupe Victoria. Más adelante, Lorenzo de Zavala propuso que se erigiera su escultura en el Monte de las Cruces, que fue aceptada hasta 1851, pero la idea terminó en Toluca y la estatua de Hidalgo fue diseñada por Joaquín Solachi y José María Monroy.
Cuando llegó Maximiliano a México, en 1864, su pensamiento liberal y su afán de agradar a los mexicanos le hizo concebir varios proyectos. En el primer septiembre que pasó en el país hizo colocar la primera piedra de una columna a los héroes de la Independencia en la Plaza de la Constitución de la ciudad de México. Cuando visitó el taller de Miguel Noreña le impresionó la escultura de Vicente Guerrero que realizaba. Decidió entonces encargar la de José María Morelos y Pavón al italiano Antonio Piati. No entendía por qué los mexicanos no habían divulgado los rostros y las hazañas de los héroes nacionales; entonces pidió a Santiago Rebull, con su grupo de discípulos, que los pintara.
Correspondió a Joaquín Ramírez realizar el retrato de Hidalgo en 1865, para lo cual se basó en una escultura de madera atribuida a Silvestre Terrazas, pero también existía un retrato de Antonio Serrano realizado 20 años después del fusilamiento de Hidalgo y él había conocido a un hermano del héroe, a quien la familia le atribuía enorme parecido.
Al término de la guerra en contra de la intervención, Benito Juárez se encargó de divulgar aún más la idea de Hidalgo como padre fundador, empresa que continuó con ahínco Porfirio Díaz, inspirado en los liberales, quienes sellaron la idea de que el indiscutible “padre de la patria” era el cura Hidalgo. Su culminación fue el Monumento a la Independencia, inaugurado en 1910, después de una década de penosos trabajos.
El panteón laico consagró así a su santo por antonomasia; ya poco importaba el verdadero rostro, sino su representación mítica y movilizadora. La misma a la que recurrieron todos los artistas para hacer la imagen oficial, porque lo importante eran las coincidencias y su uso político. Aun ahora es difícil no tener en mente, cuando se habla de Hidalgo, el impresionante mural de José Clemente Orozco en el Palacio de Gobierno de Jalisco, que a lo mejor no se parece físicamente tanto al verdadero, pero poco importa; expresa la fuerza del mito, construido a lo largo de dos siglos, de quien iniciara la rebeldía que dio inicio a la nación mexicana.