País grande, gobierno chico
Luego de la pequeñez mostrada por el secretario de Gobernación para explicar los brillantes “logros” del gobierno actual en materia de seguridad, tiene sentido la reflexión que aquí hago.
En 1983 visité por primera vez Venezuela. Me llamó la atención comprobar en un supermercado de Caracas que todos los productos que se vendían eran de origen extranjero, incluido el pan de caja, las latas de verduras y pescado y las carnes procesadas. Lo mismo sucedía con la ropa y los enseres domésticos. La única excepción era el ron, aunque también aquí la mayor parte era de importación.
Buscando una respuesta al fenómeno, la encontré pronto: “Mira –me dijeron–, lo que nosotros producimos es petróleo, eso nos permite comprar todo lo demás, así que no hay necesidad de afanarse.”
En mis siguientes visitas las cosas no cambiaron. Venezuela contrastaba mucho con Colombia, país que no tenía petróleo, compensándolo con la fabricación de una grandísima variedad de productos alimenticios, textiles e incluso metálicos; la producción de libros y materiales impresos también se veía importante.
“Espero que México no repita la historia de Venezuela”, me dije entonces; prefiero la de Colombia, que ha podido prosperar y desarrollar una industria pujante, aun con el problema del narcotráfico en el pleno florecimiento de aquellos años. Lejos estaba yo de pensar que México terminaría reuniendo la dependencia económica del petróleo de Venezuela, con el dominio del narcotráfico de Colombia, superado aquí con los niveles crecientes de consumo local.
Desde luego México produce hoy algunas cosas que Venezuela no tenía, como el cemento, la cerveza y el pan de caja, pero no mucho más. Una cantidad importante de productos viene de otros países, aunque al ser envasados en México parecieran nacionales. Al mismo tiempo otros productos más son fabricados aquí por empresas cien por ciento extranjeras, sólo porque la mano de obra les cuesta menos que en sus países de origen, pero es claro que el control de la producción de lo que consumimos está en manos extrañas a México, y la riqueza que las ventas de esos productos genera tampoco se queda aquí.
De esta manera, lo que México hace hoy en día es producir petróleo alegremente, sin reparar mucho en que quizás se agote algún día; esto ha sido el resultado de una estrategia implantada por el gobierno de López Portillo, y continuada por los siguientes, del de De la Madrid al de Calderón, y con especial esplendor en el de Fox.
En todos estos años, los proyectos de autosuficiencia alimentaria, de explotación pesquera, de desarrollo turístico, de producción acerera y de sustitución de importaciones se fueron al traste, dando su lugar a la apertura irresponsable de nuestro mercado, en clara coincidencia con el auge petrolero, que a diferencia de otras naciones en las que esa industria ha servido como motor del desarrollo tecnológico y económico, aquí ha tenido precisamente el efecto contrario.
Cuesta trabajo entender por qué los estados que circundan el Mar de Cortés no conforman hoy en día una región de enorme potencial pesquero, mientras que Islandia, país dedicado exclusivamente a la pesca y sus industrias conexas, tiene hoy el primer lugar en ingreso per cápita del mundo, pese a sus difíciles condiciones climáticas.
Con una historia y una cultura milenarias, comparables a las de Egipto y Grecia, que se mantienen por ello en los primeros lugares en ingresos turísticos, México ocupa el lugar 17 en ese giro, no obstante su cercanía con Estados Unidos. Los ejemplos pueden continuar indefinidamente. Las explicaciones son sencillas y reducidas. En México, los estados no pueden planear su desarrollo de manera autónoma, pues no cuentan con recursos financieros ni energéticos propios, por lo que terminan sujetándose a los designios y prioridades federales, comprometidas por ahora a extraer el petróleo como prioridad determinante y a como dé lugar.
Independientemente de la pequeñez intelectual y política de los gobernantes, los sucesivos gobiernos que hemos sufrido no han podido o querido ver la potencialidad y capacidad que tienen las diferentes regiones de México para generar riqueza, concretándose a extraer petróleo y venderlo al exterior; tampoco han entendido las carencias y necesidades de esas regiones, sumiéndose en un marasmo de normas y restricciones sin fin, que en nada contribuyen al desarrollo. A estos gobiernos el país les ha venido quedando grande, cada vez más grande.
En años recientes hemos sido testigos de cómo grandes países se han quebrado en pedazos cuando sus gobiernos han perdido la capacidad o la credibilidad para ofrecer soluciones a los problemas de sus pueblos. La lista es conocida, los escenarios y las causas diferentes; la pequeñez e inoperancia de sus gobiernos, el factor común. ¿Qué tan lejos estamos de un desenlace de este tipo?