Ratzinger en la refundación de Occidente
La crisis del cristianismo en los países occidentales es un hecho reconocido: se constata un envejecimiento, tanto de contenidos, de estructuras, como de doctrinas. En los pasados 25 años gran cantidad de autores han destacado la alarmante situación, especialmente en Europa, llamando a los altos ministros religiosos a tomar medidas sustanciales para revertir este grave dilema que con mayor agudeza experimenta la Iglesia católica. Pareciera existir ahí un naufragio compartido: mientras Occidente parece ir a la deriva y asiste al derrumbe de sus supuestos fundadores, el cristianismo, y la Iglesia católica en particular, registran un desmoronamiento secular que amenaza su pertinencia.
La percepción de la realidad actual es de pesimismo por parte de la jerarquía católica. Un caos, no en el sentido bíblico, sino, como expresa Umberto Eco: la perturbación del planeta que pide un respiro que permita el rediseño. En el diálogo que sostiene con el cardenal Carlo María Martín en su libro ¿En qué creen los que no creen?, Eco caracteriza esta incertidumbre por las hambrunas, las guerras, las amenazas ecológicas que toman el lugar de las fantasías del pasado y que con el actual nivel de medición de la ciencia se hacen más perturbadoras, y hace una curiosa constatación: “me aventuro a decir que el pensamiento del fin de los tiempos está más presente en el mundo laico que en el cristiano”.
El advenimiento de Benedicto XVI, en 2005, aseguraba un nivel más agudo de interlocución entre las culturas modernas seculares y el catolicismo. El expertise académico de Ratzinger, focalizado en la teología, la filosofía y la historia, garantizaba un encuentro profundo de tradiciones y debates contemporáneos. Sin embargo, no ha tenido la estatura planetaria de su antecesor Juan Pablo II; se le percibe no sólo eurocéntrico, sino con poca disponibilidad intelectual para abrirse a otras realidades del universo católico.
El episodio de Ratisbona 2006 que abrió viejas heridas de la relación entre el cristianismo y el Islam, así como su mensaje de clausura en la quinta conferencia general del Celam, en mayo pasado, que provocó polémica porque afirmó absurdamente que la primera evangelización del continente americano “no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña”, postura que días más adelante tuvo que rectificar.
Estos ejemplos muestran que la cátedra de Pedro anda en otros territorio. Las preocupaciones del actual Papa se centran, como las de sus antecesores, es decir los Benedictos, en la realidad europea. La “cátedra de Pedro” simboliza la autoridad del obispo, en particular de su “magisterio”, de su enseñanza en cuanto sucesor de los apóstoles, por lo que está llamado a custodiar y transmitir a la comunidad cristiana y al mundo.
Ratzinger es crítico despiadado de la modernidad y de su razón instrumental. Desde sus primeros años como prefecto de la congregación para la doctrina de la fe se caracterizaba por el pesimismo; el conjunto de su análisis muestra una estructura determinista que mete en el mismo plano al marxismo, al liberalismo, al materialismo y al relativismo como expresiones de un epicentro cultural que se hereda de la Ilustración.
Hace unos días llegó a mis manos Contra Ratzinger (Grijalbo, 2007), escrito originalmente en italiano por un anónimo, quien así dice rendir homenaje a la antigua tradición de los libelos del siglo XVI. Inicialmente pensé en alguien cercano a la curia romana con datos, informaciones internas e intrigas palaciegas, dignas de Paty Chapoy y los cortesanos del reality show. Sin embargo, mi sorpresa fue mayor al constatar un texto serio que aspira a analizar críticamente los fundamentos filosóficos e intelectuales de Joseph Ratzinger.
En la parte medular del libro, el autor expone que la estrategia cultural de Benedicto XVI se desarrolla bajo tres movimientos conceptuales: “El primero consiste en sustraer a la modernidad su pretendida racionalidad, afirmando que es el cristianismo, y no la Ilustración, el auténtico heredero de la filosofía griega. Ratzinger mueve por segunda vez y pasa a poner de manifiesto las debilidades del concepto moderno de racionalidad a fin de limitar sus pretensiones. Para llevar a cabo el ataque, se alía con la teoría del pensamiento débil, dando un vuelco a su sentido moral y político”. Así se explica cómo la razón que desprecia a las creencias religiosas lleva a la humanidad a experimentar fenómenos sociales como el nazismo, el comunismo totalitario y la decadencia de los valores morales en la actual sociedad relativista que producen infelicidad. Continuamos con la cita: “El jaque, tercer movimiento, se estructura a través de la simple enumeración de las tragedias de los últimos siglos, atribuyéndolas con un determinismo causa-efecto realmente elemental, al pensamiento moderno, esto es, la pretensión del hombre de prescindir de Dios”. Para Ratzinger Europa vive una crisis profunda, culturalmente el relativismo que invita a la tolerancia, a la apertura del otro, a la convivencia con lo diverso puede llevar a la barbarie cuando el relativismo otorga a la razón un valor absoluto que se ufana de la inutilidad de lo mistérico. Por ello debatió con tenacidad la inclusión del cristianismo como identidad en la raíz europea, en la formulación de la Carta Magna de aquel continente.
En el fondo coincido con nuestro autor anónimo al percibir que Ratzinger advierte al mundo que si Occidente no se refunda en Dios, permanecerá prisionero de los tiempos del miedo y de una racionalidad que se decantará en la decadencia de Occidente. Metamorfosis de lo sagrado, diría el español Martín Velasco, o neomedievalismo nostálgico, afirmaría Hans Kung.