Bajo la Lupa
Un millón 200 mil muertos más tarde, Greenspan admite que la guerra de Irak fue por el petróleo
Ampliar la imagen Un iraquí sospechoso de ser insurgente yace en el piso, esposado y vendado de los ojos, tras ser detenido en posesión de armas en las afueras de Muqdadiyah, 90 kilómetros al norte de Bagdad, el lunes pasado Foto: Ap
En medio del estallido de la “megaburbuja Greenspan”, que puede significar la mayor crisis conocida del capitalismo israelí-anglosajón, el mago malhadado y malvado Alan Greenspan (mejor saxofonista que banquero) obtiene de entrada 8 millones de dólares por su polémico libro Era de turbulencias: las aventuras del nuevo mundo (ver Bajo la Lupa, 16/09/07). ¿Para qué sirve tener tanto dinero a los 81 años, en el umbral del despido terrenal, cuando su metabolismo se encuentra en franca entropía acelerada? Greenspan, miembro prominente de la secta esotérica del “objetivismo” fundada por Ayn Rand, habrá sido un furibundo materialista monetarista hasta el final.
No faltarán quienes le crean a pies juntillas todos sus nuevos engaños al saxofonista decapitado en las arenas movedizas de la antigua Mesopotamia, al unísono de los Clinton y los Bush, es decir, las últimas dinastías del putrefacto imperio colmado de deuda impagable.
El Maestro (Bob Woodward dixit) de pacotilla y taquilla es un saltimbanqui consuetudinario, quien se ha disfrazado de todos los trajes carnavalescos posibles tanto en la teoría como en la práctica. Ayer, gran aliado del nepotismo dinástico de los Bush, el principal economista del Partido Republicano nombrado por Ronald Reagan, hoy desecha a sus aliados políticos sin rubor para apostar en favor de la presidencia de Hillary (una tendencia marcada de la omnipotente banca israelí-anglosajona de Nueva York) para lidiar con los estragos que legó después de 19 eternos años de permanencia dictatorial en la Reserva Federal.
El imprescindible Ambrose Evans-Pritchard (The Daily Telegraph, 17/9/07) lo caracteriza como “un artista de rock, más que un sabio temible”. El espurio Maestro inició su carrera como “ayudante político (sic) de Nixon; no como economista (sic)”, cuando exhibió su pasión por la guerra de Vietnam; su padrino fue “Arthur Burns, el mandamás de la FED que inundó con masa monetaria para relegir a Nixon en 1972, y quien engendró la Gran Inflación”. ¡Demoledor! Porque Greenspan repitió con Baby Bush la misma receta mediante el tsunami inflacionario del M3 que fue ocultado desde marzo del año pasado por la Reserva Federal, lo que dio el aviso ominoso sobre las calamidades financieras posteriores. Hoy la inflación no es de consumo (gracias a la deflación importada desde China), sino de activos: “el virus es tan letal, el uno como el otro”, con una inundación inconcebible de deuda, ya vivida por “Estados Unidos en los 20 y por Japón en los 80”.
Graham Peterson, de The Times (16/ 9/07) aduce que su confesión sobre las motivaciones de la guerra en Irak para capturar su petróleo “ha cimbrado la Casa Blanca”, a la que fustiga sin piedad.
La frase greenspaniana –“Estoy triste (¡supersic!) de que sea políticamente inconveniente (¡supersic!) reconocer lo que todo el mundo sabe (¡supersic!): la Guerra de Irak es en términos generales sobre su petróleo”– redundará per secula seculorum, en similitud a su hipócrita crítica en contra de la “exuberancia irracional” bursátil.
Es cierto, “todo el mundo lo sabe”: hasta los leguleyos quienes le consagramos un libro: Irak: Bush bajo la lupa (Editorial Cadmo & Europa, 2004). ¿Por qué hasta hoy, después de más de 1.2 millones de muertos y 5 millones de refugiados (en un país de 27.5 millones de habitantes martirizados por la ilegal invasión de la dupla anglosajona), además de la devastación generalizada, rompe el silencio el Maestro, contrario a las pocas buenas costumbres bancarias que exigen la mayor discreción?
Los cataclísmicos centralbanquistas, tanto de los globalizadores (v.gr. Greenspan) como de los globalizados (v.gr. el cordobista-zedillista Ortiz Martínez, del Banco de México, quien está más preocupado por el Seguro Popular y la manutención de los billetes de 20 pesos que por sus cuantiosas pérdidas, calculadas en 30 mil millones de dólares; por mantener neciamente las reservas en dólares en lugar de euros, oro y plata, como le habíamos aconsejado públicamente ante el Congreso), andan como pollos decapitados corriendo alocadamente antes de sucumbir y pretenden encubrir sus calamidades mediante su disfuncional locuacidad.
Peter Beaumont y Joanna Walters, del rotativo británico The Observer (16/ 9/07) titulan soberbiamente: “Greenspan admite que Irak fue por petróleo, mientras las muertes alcanzan 1.2 millones”. Señalan que los “comentarios condenatorios de Greenspan sobre la guerra aparecen cuando un reporte publicado la semana pasada clama que hasta 1.2 millones de iraquíes habrían muerto debido al conflicto” (agencia británica de encuestas ORB).
Dicho reporte sobre las muertes violentas de iraquíes se asemeja a los hallazgos macabros de hace un año en The Lancet, la excelsa revista médica de Gran Bretaña (una de las mejores, si no la óptima del mundo). ORB había previamente destacado que “uno de cada cuatro iraquíes adultos había perdido un familiar en la violencia (…) En Bagdad, el número sería de uno por cada dos miembros”. Peter Beaumont y Joanna Walters concluyen que “en caso de ser ciertas estas cifras, el recuento de las necropsias excedería el genocidio de Ruanda, donde murieron 800 mil personas”. ¿Perturbarán los genocidios perpetrados directa e indirectamente por la banca israelí-anglosajona a los monetaristas centralbanquistas neoliberales?
Las mendacidades de Greenspan son proporcionales a su locuacidad cuando exime al clintonismo del pecado primigenio de la globalización financiera y la creación de la megaburbuja en vías de desintegración (en realidad, viene de más atrás: a inicios de los años 70, desde la “era tecnotrónica” de Zbigniew Brzezinski).
Las dinastías Clinton y Bush representan las dos caras de la misma moneda neoliberal global para ejercer la hegemonía unipolar estadunidense: la primera con métodos financieros y la segunda con instrumentos bélicos. Ambos (personajes e instrumentaciones) son complementarios y se retroalimentan mutuamente.
Cabe recordar “El engaño infernal del milenio” de nuestro libro agotado El lado oscuro de la globalización: postglobalización y balcanización” (Editorial Cadmo & Europa, 2000), donde expusimos la forma diabólica en que la banca de inversión y las corredurías de Wall Street (cuando el espurio Maestro despachaba en la Reserva Federal) colocaron al anterior gobernador de Arkansas William Jefferson Clinton en la Casa Blanca para concretar la desregulación financiera, según el luminoso reportaje seriado de Nicholas D. Kristof y Edward Wyatt (The New York Times 15, 16, 17 y 18/2/ 1999), retomado por el lúcido William Pfaff en The Internacional Herald Tribune (1/3/1999), quien resume espléndidamente que “las series de The New York Times documentan el proceso por el cual la desregulación financiera internacional le fue vendida a la administración Clinton (de hecho, a Bill Clinton, mientras era todavía gobernador de Arkansas) por Wall Street para que Estados Unidos rehiciera (¡supersic!) el mundo financiero”.
Una dura lección para quienes todavía crean en el cuento de hadas hollywoodense de las (s)elecciones “democráticas” en Estados Unidos.