Los cauces
del Congreso Nacional Indígena
Ricardo Robles O.
La reciente reunión del CNI, a fines de agosto, se había pensado como taller de trabajo para evaluar y enrumbar a todos. La vida con sus intromisiones y tropiezos hizo que volviera a ser más bien un foro abierto. Quizá se dijo lo mismo que se hubiera dicho en el taller programado, quizá las conclusiones no formularon los acuerdos precisos que muchos esperaban, pero se reforzaron los consensos y se confirmaron los rumbos, se iluminaron los tiempos actuales de despojo creciente, represión, muerte y guerra contra los pueblos.
Se propuso escuchar a los que han acompañado su
existencia de once años, que narraron para quienes no vieron nacer
al cni los pasos andados y los rumbos de horizonte. Fue bueno recordar,
entender lo que hemos sido, para poder caminar con sentido tras un mundo
posible compartido por todos, pues el futuro nos queda ineludible, abrumador
y frágil, como desafío de humanidad.
El agua, como la vida, sigue sus cauces. A veces corre y otras se remansa, se represa o se estanca, se acumula. El agua nunca se conforma con la inmovilidad. Llega el día en que las tempestades la hacen correr de nuevo y nadie la detiene. En su recorrido suele ir dejando horror y muerte tras de sí, y pese a todo fecunda siempre, recrea la vida, la rescata y deja ser.
En tiempos de aguas acumuladas y de tormenta despiadada nació el CNI. Su germen fueron los Diálogos de San Andrés en el Foro Nacional Indígena convocado en enero del 96 para verificar el sentir de los pueblos indios sobre lo dialogado en San Andrés. Era la víspera de aquellas firmas simuladas que muy poco después traicionaría el gobierno. En aquel foro surgió la propuesta de dar cauce a la plural multitud indígena reunida, creando un Foro Nacional Indígena Permanente.
Las reuniones de Oventic configuraron el ser y el rumbo de ese caudal. Desde entonces se le llamó congreso, aunque fiel a su origen ha vivido sus once años más bien como un foro. Se ha discutido ampliamente y prevalece la idea de ser un espacio de encuentro, generador de consensos, a la manera de las asambleas comunitarias, donde todos tienen voz y ánimo de confluir. Se descartó desde entonces la idea de conformar una organización estructurada. No era ésa la forma de conducir al sueño que soñaban.
Nueve meses simbólicos prepararon el parto de las
aguas en aquellos días de esperanza. Nunca más un México
sin nosotros, proclamaba ya la convocatoria. El 12 de octubre marcharon
los pueblos al zócalo tras cuatro días de trabajos a proclamar
su Declaración, la cual sigue siendo un punto de partida memorable
y certero.
Once años después la situación no es buena. Se ensañan los colonizadores y despojan y arrebatan delirantes cuanto a su paso encuentran. Con helada crueldad avanzan en su conquista, con calculado cinismo, con patológica avaricia. Si antes los pueblos indios se declararon "levantados... en pie de lucha... pero con banderas de paz", ahora hay desconcierto pues se agrava lo que entonces vieron como "esa patria que nunca ha podido serlo verdaderamente porque quiso existir sin nosotros", "el país que un pequeño grupo voraz sigue hundiendo en la ignominia, la miseria y la violencia".
En estos once años el CNI ha celebrado cuatro congresos y múltiples asambleas, talleres y distintas reuniones por todo el país; ha acompañado luchas muy diversas y apoyado especialmente las iniciativas, marchas, consultas y declaraciones del EZLN, miembro del CNI desde su gestación.
Desde fuera se ha declarado la muerte del CNI periódicamente, se han descalificado sus maneras organizativas, su reticencia ante la política partidista, sus tácticas ante los conflictos, etcétera. Hay que reconocer no obstante, que sigue vivo, que su ser lo lleva a reaccionar en coyunturas fundamentales, que no ha caído en el oportunismo ni ha entrado al mercado de las ofertas.
Muchos han pasado por él para retirarse luego porque
buscaban otros horizontes. Ha sido congreso cuando se reúne,
actúa o declara y red cuando se dispersa, una red frágil
según se dice, pero que conserva una capacidad de convocatoria ante
los pueblos indios que nadie tiene: ni las grandes instituciones gubernamentales,
académicas o religiosas. Su fuerza reside en ser como es, inspirado
en milenarias maneras indígenas que así han resistido por
siglos la misma devastación actual.
"Hoy las aguas están estancadas, pero tenemos dos palabras fuertes: Nunca más un México sin nosotros del primer Congreso y el Por la reconstitución integral de nuestros pueblos, del segundo", dijo durante la reciente reunión del CNI en una concisa y contundente intervención Víctor Guzmán, de quien tomo las imágenes de los cauces y las aguas. Y se siguió abundando sobre el tema. Se dijo que las aguas retenidas por fuerza, contra su natural fluir, siempre han sido potencialmente más peligrosas que las aguas libres. Lo que ha de venir no lo sabemos, ni el cuándo, ni el cómo, ni el qué. Pero parece aproximarse el momento en que las aguas, necesariamente, buscarán y abrirán sus cauces.
Martín Carrillo, maraka'ame wixárika de San Sebastián, le brindó a la reunión lo trascendente: el símbolo del agua capturó realidad de catarata que parecía venir del centro más profundo de la historia, de la tierra verdadera. Empezó como los rápidos de un río tropezando palabras en castilla. Siguió en un discurso alucinante en wixárika del que podían sentirse las ideas más allá del lenguaje. Terminó traduciendo para todos sus fascinantes convicciones. Interpretaba la manta mural que suele presidir las sesiones del CNI en los últimos tiempos. Emiliano Zapata, los pueblos indios hermanados, la coatlicue o el venado azul, los colores, todo tenía un sentido mucho más hondo que la explicación histórica o arqueológica, todo hablaba de este presente estancado después de tiempos plenos del pasado, la degradación de nuestras sociedades se volvía evidente más allá de la barrera del idioma. Pero había esperanza, desde esa cosmovisión suya, para quien quiso escucharlo y verlo: estaba ahí, como ha estado siempre en los repliegues del alma de los sabios el rostro trascendente del CNI.
Con la tribu yaqui de Vícam, Sonora y con el EZLN,
el CNI convoca de nuevo a uno más de esos encuentros con los que
da y recibe vida. El Encuentro de Pueblos Indígenas de América
está a la puerta. Viene con esperanzas de una vida justa para todos.
Hablarán los indígenas de América toda de "la guerra
de conquista capitalista" de "la resistencia y la defensa de la madre Tierra,
nuestros territorios y nuestras culturas" y de "por qué luchamos".
Sólo ellos tendrán voz y capacidad de decisión, por
consenso y descartando las votaciones como vía realmente democrática.
Están vivos, en lucha por su autonomía y sus recursos, siguen
de pie buscando "una sociedad más justa, humana y democrática",
como cuando en la Declaración del Primer Congreso Nacional indígena,
terminaban diciendo: "Nunca más un pueblo sin esperanza".
Los caminos de la lucha pacifica han sido convicción, propuesta y compromiso de los tres convocantes a la reunión de Vícam. Esta iniciativa de diálogo lo confirma. El Estado mexicano, desde sus tres poderes y con la creciente imposición violenta del ejército va descartando la lucha pacifica por la justicia. Otros actores indígenas van optando por responder con violencia a la violencia del Estado. Las confrontaciones recientes en defensa de las tierras, los derechos o la autodeterminación de los pueblos indios fueron primero propuestas pacíficas: es el Estado quien implanta la violencia asesinando, violando, desapareciendo, humillando al pueblo.
Las aguas contenidas aumentan y buscarán sus cauces
necesaria e inevitablemente. Vícam es nuevamente una propuesta de
humanidad. La rapacidad de los poderosos no parece tolerarla. Podemos estar
perdiendo las últimas oportunidades de civilidad y quizá
lo lamentaremos cuando sea tarde.