Usted está aquí: jueves 13 de septiembre de 2007 Cultura La luna vista por los muertos

Olga Harmony

La luna vista por los muertos

La primera –y hasta donde se me alcanza la única– incursión en la dramaturgia del joven escritor y ensayista Daniel Rodríguez Barrón, quien tomó cursos y talleres con Vicente Leñero y Jesús González Dávila, por lo que no es un improvisado en estos menesteres, ganó el entonces recién establecido Premio de Dramaturgia Joven Gerardo Mancebo del Castillo establecido por el Centro Cultural Helénico a iniciativa de Luis Mario Moncada, en 2002, que tuvo cinco ediciones hasta que, por desgracia, fue suspendido el año pasado. En otras ocasiones me he ocupado de las características de este certamen que permitió que conociéramos la producción de dramaturgos entonces incipientes, por lo que ahora me referiré al texto y montaje de La luna vista por los muertos bajo la dirección de Zaide Silvia Gutiérrez, que ha tenido un exitoso periplo en otros escenarios para culminar, ahora con la producción completa gracias a los apoyos de Teatro UNAM, en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz por lo que resulta gratificante haber esperado para verla tal como se presenta en la actualidad.

El texto es una crítica muy ácida a ciertos sectores de la juventud, lo que muchos conocen como la generación X, con esa pareja en que tanto Julia como Lotario son sanos y hermosos, rondando la treintena, pero con una vida sin objetivos ciertos, un tanto autistas y con un banal hedonismo que los hace drogarse y tomar pastillas para poder dormir sin sueños, usando la técnica –la televisión siempre encendida y los videojuegos– como un remedio para su tedio vital en que nunca vemos el coito completo, sino sucedáneos como la fellatio y la masturbación. La relación de pareja es la de dos soledades que se han conjuntado por algún tiempo –ella editora y sostén de la casa, él novelista frustrado que trabaja poco– y el final abierto hace que el espectador se pregunte si llegaron a un rompimiento o alargarán esa relación sin amor ni sentimientos, ni siquiera los celos ante la descripción de aventuras pasadas. La crítica se complementa hacia el consumismo cuando el autor pide en un momento dado que la escena se vea llena de basura de comida chatarra en que lo único natural sea una manzana, en abierto simbolismo de la vida de seres como ellos. Lotario y Julia son los muertos del título, mientras que la luna entraña la posibilidad de algo más allá afuera, pero que nunca se intentará alcanzar sino solamente contemplada. A pesar de los visos de realismo de muchos diálogos, el autor traza una alegoría de ese tipo de juventud que afortunadamente no abarca a la totalidad de los muchachos treintañeros, pero que de cierto existe.

En una escenografía de Mónica Kubli (cuya iluminación hace que en un principio la cama con su colcha y almohada se vean pintadas de alegres rayas que desaparecerán cuando el mueble sea volteado) consistente en un largo túnel de un enrejado que se repite, pintado, en la ventana simulada, la acción escénica va siendo dosificada por la directora Zaide Silvia Gutiérrez de acuerdo con lo que el texto pide, con algunos añadidos también simbólicos, como es esa falda roja tiutú de bailarina que Julia viste, junto a los también rojos zapatos de muy alto tacón, como un momento de rebelión ante la inanidad con que ve pasar su vida en la escena muda en que al final llora y que contrasta con la de Lotario, también vestido con calzoncillos rojos pero que no le producen mayor sentimiento. O el juego de patinaje con las bolsas de alimento chatarra, las ficticias peleas con la almohada –que son aparentemente amistosas pero que encubren una animosidad que se va develando poco a poco–, los ruidos –que son iguales a los que burlonamente se han echado en cara– cuando se masturban, a contrapelo de lo que el autor pide. Ambos no ven la luna en el televisor, sino en un cenital en el suelo, tumbados en la cama, con lo que el simbolismo cobra otra dimensión.

La también actriz Zaide Silvia Gutiérrez, con el sello de Mundo Canela con que levanta sus producciones, además de su inteligente trazo escénico es también una buena directora de actores, como lo demuestran Tae Solana como Julia y Tizoc Arroyo como Lotario, ambos muy integrados a sus personajes y a cada momento de la acción dramática. La escenificación se complementa con la música original de Richard McDowell y el diseño de vestuario de Cristina Sauza. Ojalá en este nuevo espacio y ya con la producción completa tenga una larga temporada.

 
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