Navegaciones
Criaturas peligrosas, o no
Geografía de los Centruroides
Confesión del asesino
El 13 de mayo escribió laurita14 en un foro de mascotas: “mi Pandinus lleva unos días bastante pachucho, no se mueve, está todo el día cerca del agua y está muy manso, hasta el punto que lo puedo coger sin ningún problema; es muy raro, ¿qué puedo hacer?” El usuario o’connor le respondió: “Revisa los valores de humedad y temperatura y nos cuentas, así es difícil; vigila el surgimiento de ácaros o parásitos, mira cuidadosamente si ves bichos diminutos blancos caminando por el terrario o por el animal. Cuéntanos qué tal la alimentación, cuánto hace que come, etcétera, y también descríbenos si está hinchado.” El diálogo se volvió debate; intervinieron, además de esos dos, Paco Molino, geosdark y locomatic, quienes sumaron sus consejos a los de o’connor. Pero fue inútil: Pandinus falleció el día 21 y la discusión se cerró, el 23, entre pésames de los participantes a la desolada propietaria del bicho, que no era otra cosa que un escorpión emperador (Pandinus imperatur). No se inquieten por el título de esta entrega, que no hablaré ahora de gobernantes estadunidenses ni de lideresas sindicales autóctonas, sino de vulgares, modestos y peligrosos alacranes.
Del Pandinus, el Acuario Brisa de Buenos Aires informa que esta porquería (perdón, laurita14) es originaria del África occidental, mide entre entre 12 y 18 centímetros (“aunque se conocen algunos hasta de 20”) y “es la especie más común en cautividad”; tiene “carácter tranquilo”, observa un régimen alimenticio “estrictamente carnívoro” y cada tres días se zampa uno o dos grillos, o bien “otros arácnidos, reptiles, insectos o –Jesucristo– pequeños mamíferos”: “Cuan-do captura a su víctima con las pinzas, le inflingirá un picotazo con su aguijón abdominal que la paralizará con una neurotoxina”. El establecimiento agrega que “debe evitarse al máximo el contacto directo con el animal, ya que es preferible evitar su picadura, dolorosa aunque no mortal para las personas en general”. “¿Y qué tal si uno es una persona en particular?”, me pregunté al leer aquello.
Los emperadores africanos impresionan por su tamaño, pero los güeritos de Durango te pueden llevar al camposanto. De acuerdo con el aracnólogo Edmundo González Santillán, México encabeza la lista mundial de diversidad de escorpiones (les recuerdo que esto no es una alusión a los organismos electorales ni a la curia ni al gabinete): siete familias, 20 géneros y más de 200 de las mil 500 especies conocidas. Le sigue Sudáfrica, con cuatro familias, 12 géneros y 136 especies, India (6/21/98) y Brasil (4/16/89). El Fondo Educación Ambiental afirma que algunos ejemplares de las selvas secas de la cuenca del Balsas llegan a medir 20 centímetros. El país ocupa también el primer lugar planetario en picaduras de estos animales. En la República Mexicana, Morelos tiene el mayor número de casos anuales (casi 18 mil al año), seguido por Jalisco (poco menos de 8 mil). Son tan famosos los escorpiones duranguenses (que habitan además en Sinaloa y Nayarit) que de ellos han tomado su nombre un equipo de futbol y un grupo de música norteña que, según reporta la bloguera Claudia Meléndez, hasta julio pasado tocaba como principal en el Califas. Sin embargo, los Centruroides suffusus no son la especie más venenosa que hay en el país; los más pinches son los de la especie noxius, que se encuentra en Nayarit y Jalisco, y que no son color paja sino de un tono rojizo oscuro. Hay que agregar que en esta segunda entidad proliferan otras dos especies venenosas del género Centruroides: elegans, en el Pacífico, limpidus tecomanus, en los linderos con Colima, e infamatus infamatus, en la zona centro.
Todo alacrán tiene veneno en algún grado, pero realmente peligrosas son sólo siete de las doscientas y tantas especies que hay en territorio mexicano. El doctor Lourival Domingos Possani, alacranólogo eminente, dice que se pueden distinguir del resto porque sus especímenes suelen ser esbeltos y de pinzas largas y delgadas, y porque tienen los segmentos de la cola cilíndricos, y no cúbicos como los de especies más inofensivas. Otro dato importante es que los ponzoñosos suelen tener el esternón triangular, a diferencia de los inocuos, que lo tienen rectangular. Pero todas las fuentes que consulté recomiendan enfáticamente que si un alacrán te pica, procures capturarlo, y en vez de ponerte a buscarle el esternón, te vayas a toda prisa a un centro de salud, de preferencia con el bicho contigo para que el personal sanitario lo examine y pueda determinar su peligrosidad. Olvídate de la automedicación, de tratamientos “alternativos”, de infusiones de la abuela, de beber meados o de jactancias de macho del tipo “pobre alacrán, de seguro se envenenó al picarme”. Domingos Possani señala que “la única solución inteligente es la aplicación del antiveneno” (el Alacramyn, por ejemplo; más referencias en la dirección electrónica navegaciones.blogspot.com). Dice el especialista que “en el Distrito Federal no hay alacranes peligrosos para el humano, excepto en mercados públicos donde, por accidente e inadvertidamente, pudieran haberlos recibido entre las frutas y verduras provenientes de zonas que tienen animales peligrosos”. El Centro de Ciencias Biológicas de la UdG afirma que el uso indiscriminado de insecticidas diezma a los alacranes y favorece las plagas de cucarachas, y que “si enseñáramos a las personas a diferenciar las especies de alacranes peligrosas de las inofensivas y se permitiera vivir en nuestras ciudades a las especies inofensivas, las cucarachas dejarían de ser un problema”.
Cuánto lo siento, pero esas consideraciones no se me cruzaron por la mente, ni me contuvo el respeto a una forma de vida de 450 millones de años de antigüedad cuando descubrí en mi casa una parejita de escorpiones que, así fueran vegetarianos, no tenían nada que hacer ahí, y los maté. Sentí culpa pero no arrepentimiento. Registré sus cuerpos en el escáner para obtener la imagen que aparece aquí, busqué documentos para comprender un poco a mis víctimas y por último, colmo de la frialdad criminal, les escribí unos versos que le gustaron a Gabriel, el otro, y que dicen así:
Bichos incomprendidos,
sobrinos del azufre
peligrosos y torpes:
celebro su diseño,
sus potestades negras,
su venenosa simetría;
admiro ese su empeño de estar solos,
me duele su dolor, me aterra
la cortedad de su existencia.
Habrán de perdonarme, o tal vez no
(nadie les dio lecciones de perdón)
pero reniego de su compañía
y no tengo recursos
para sacarlos de mi domicilio
de manera cortés, civilizada:
aquí no hay orden judicial que valga
ni les puedo exhibir mis escrituras
ni hay tribunal capaz de divorciarnos.
Disculpen (tal vez no): debo matarlos,
debo destruir su arquitectura insólita,
aplastarles prosomas, pedipalpos,
o remojarlos en veneno
(el mío es una brisa perfumada, ¿saben?,
y mucho más letal que los de ustedes)
porque, por mucho que se diga
que son seguramente inocuos,
no me voy a arriesgar a contratiempos
de ambulancia y cuidados intensivos.
Les deseo que exista
un Paraíso de alacranes
y, por tercera vez, perdónenme:
no los quiero en mi casa
como no sea muertos
y en la platina del escáner.