Usted está aquí: domingo 2 de septiembre de 2007 Opinión La devoradora de cadáveres

Ángeles González Gamio
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La devoradora de cadáveres

Pocas ciudades en el mundo guardan otra en sus entrañas, a sólo unos cuantos metros bajo la superficie, como es el caso de la antigua ciudad de México, que hoy llamamos Centro Histórico, construida sobre México- Tenochtitlán, urbe que estaba en plenitud de vida, con rica cultura, elaborada urbanización, templos y palacios magníficos, jardines, acueductos, calzadas, calles y canales. Con Hernán Cortés venían soldados que habían estado en las ciudades más importantes del mundo en la época, como Roma y Constantinopla, que afirmaban admirados que nunca habían visto una ciudad tan bien trazada, tan bella y acompasada. Por eso, cualquier perforación en la zona brinda vestigios de la antigua cultura: cerámica, esculturas, ofrendas, restos de construcciones y un sin fín de objetos, frecuentemente mezclados con piezas de la época virreinal.

Como resultado de las excavaciones del Templo Mayor, que se llevaron a cabo hace ya casi 30 años, coordinadas por el arqueólogo Eduardo Matos, se decidió crear el Programa de Arqueología Urbana, para que permanentemente se estuviera estudiando el área. Los hallazgos han sido múltiples y muchos de ellos de enorme valor histórico y artístico.

Cada vez que se encuentra una pieza particularmente extraordinaria, como fue el caso de la Coyolxauhqui, se piensa que difícilmente podrá haber otra semejante… pero continúan apareciendo. La más reciente fue el hallazgo de Tlaltecuhtli, dios-diosa de la tierra, en su advocación femenina, colocada al pie de la escalinata del Templo Mayor. En un recorrido de privilegio, guiados por Eduardo Matos y Leonardo López Luján, actual responsable del proyecto, junto con la restauradora Virginia Pimentel, contemplamos azorados el inmenso monolito de 4 por 3.57 metros, el más grande de la cultura mexica recuperado hasta ahora, extraordinariamente labrado en piedra de andesita, que fue traída del cercano Cerro del Chiquihuite, y con restos de pintura roja, ocre, azul, blanca y negra.

Fue encontrado el pasado 2 de octubre en el predio que ocupó la Casa de las Ajaracas, junto a las escalinatas y rodeado de enormes lajas rosadas en el pavimento. Dada la importancia del descubrimiento, el predio que iba a volver a ser cubierto para edificar encima, fue donado por el gobierno de la ciudad al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), para que establezca ahí un museo de sitio y el monolito pueda ser admirado por el público, en el lugar donde fue colocado originalmente.

Para que eso suceda va a pasar un tiempo ya que, por ahora, se van a realizar una serie de estudios y trabajos de restauración. La pieza está fracturada en cuatro partes, lo que causó que se colapsara hacia el centro, debido en gran parte a que existe una cavidad bajo la lápida; ello ha llevado a los especialistas a pensar que pudiera ser el sepulcro del rey Ahuitzotl, debido a que usualmente la imagen de Tlaltecuhtli se colocaba boca abajo, ya que la poderosa deidad asumía un papel doble en el cosmos: por un lado, era poseedora de funciones generativas, tanto en el mundo vegetal como en el humano, y por el otro, engullía cadáveres y al sol cada atardecer, regurgitándolo al amanecer. En este caso aparece boca arriba en lo que parece ser una tapadera; para protegerla de la vista pública tenía encima un piso, razón por lo que no la vieron los españoles y gracias a ello se salvó de la destrucción.

Otro indicio es que tiene esculpida en una de las cuatro garras en las que terminan los brazos y las piernas, el signo dos conejo y el numeral 10, lo que corresponde al año de 1502, fecha del fallecimiento de Ahuitzotl. Habrá que esperar a que el monolito sea levantado con una grúa y se pueda explorar el espacio; en tanto, se restaura la impactante escultura que muestra a la diosa de cuerpo entero, acostada boca arriba con las rodillas flexionadas hacia los costados, en una posición interpretada como de parto; los brazos, doblados hacía arriba, adoptan una posición semejante a las piernas. Muestra una cabellera rizada, propia de las divinidades de la oscuridad, y en la boca abierta, descarnada, con los dientes expuestos, penetra un largo chorro de sangre, lo que muestra su aspecto de devoradora de cadáveres.

Impactante en todos los sentidos, mientras podemos verla ya restaurada, junto con las ofrendas que la rodean que están sacando con todo cuidado los expertos restauradores del INAH, vamos a echarnos un “cantinazo” en la cercana Río de la Plata, situada en la esquina de Allende y Cuba, que tiene buena botana y oferta de tortas y cervezas de dos por una y, de paso, una jugadita de dominó.

 
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