Una justicia laboral inexistente
Hará unos 30 o más años le escuché a Néstor de Buen una conferencia sobre el sistema de justicia laboral en nuestro país. Empezó explicando lo que es un verdadero sistema judicial en materia laboral. Dijo, en síntesis, que debe ser como todos los demás sistemas judiciales (civil, penal, administrativo, etcétera). Luego pasó a examinar lo que es nuestro sistema de resolución de disputas laborales y dijo que éste no era tal. Las llamadas Juntas de Conciliación y Arbitraje y de Conciliación que inventamos no son tribunales, sino instituciones que sólo permiten el control del gobierno sobre los conflictos laborales. Se preguntaba qué rayos tenía que hacer un representante del Ejecutivo en órganos que se suponía que debían ser judiciales. Finalizó repudiando ese sistema y proponiendo un sistema de verdaderos jueces laborales.
Muchas veces Néstor ha vuelto sobre el tema (y también Arturo Alcalde Justiniani), manteniéndolo vivo en estas páginas. Últimamente no he revisado mis ficheros y sobre la materia escribí hace muchos años, pero recuerdo que cuando se discutió en 1931 el proyecto de Ley Federal del Trabajo del gobierno, el delegado Delhumeau, patronal, les dijo a los representantes del gobierno que por qué no dejaban que los “factores de la producción” (empleadores y empleados) se arreglaran como quisieran, sin peligro para los empleados porque ya la Constitución los protegía. Uno del gobierno le respondió que los obreros necesitaban la protección del gobierno de la Revolución. Y ahí acabó la cosa.
El domingo pasado, Néstor de Buen escribió sobre el tema, de modo por demás jocoso y claro. Seguimos en las mismas. En otra charla le oí decir a Alcalde Justiniani que los abogados de los trabajadores no tenían nunca esperanzas de ganar un pleito en las Juntas y debían esperar la vía de amparo o de revisión, ante el Poder Judicial de la Federación, para poder ganar algo. Eso siempre me ha parecido ridículo y cínico a la vez. ¿Para qué diablos existen las Juntas? Todos los iuslaboralistas de los trabajadores lo han dicho en mil tonos: para joder a los trabajadores, porque el sistema de justicia laboral no está hecho para ellos, sino en contra de ellos. Aquí sí que ni siquiera podemos apelar a nuestra justiciera Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, porque es ella misma la que, ya desde el 17, estableció este sistemita.
Hace muchos años yo escribí que uno de los pilares del poder presidencial estaba, precisamente, en el artículo 123 de la Constitución, que establecía el arbitraje obligatorio del Ejecutivo sobre los conflictos laborales. Juan Felipe Leal anotó que el antecedente remoto del corporativismo que luego dominó la política mexicana estaba en ese artículo. A veces De Buen y Alcalde Justiniani me conmueven: son los únicos editorialistas, creo, que se ocupan de esta materia, siempre insistentemente, como voces que se esfuerzan por predicar en el desierto. Ojalá todos los leyeran. Se darían cuenta de que estos colegas nos presentan siempre la realidad monstruosa de un sistema de injusticia que urge cambiar y del que las fuerzas políticas más importantes no dicen ni media palabra. Creo que todos sabemos que las víctimas de tal “sistema” son, nada más ni nada menos, que nuestros trabajadores asalariados.
En su artículo, Néstor nos muestra la imagen patética de un boxeador que tiene que luchar contra su contrincante y contra el árbitro que, además, es el más poderoso. Así no se puede, concluye desconsolado y con mucha razón. En su ejemplo, el boxeador es el trabajador, pero él sabe que el mismo problema lo tienen los patrones. Recuerdo que en la época de Salinas los patrones querían tratar con los trabajadores y estaban dispuestos a conceder en sus demandas, porque les parecía que podían hacerlo y porque creían que ello beneficiaría a la economía. El gobierno se opuso y obligó a los patrones a aceptar las condiciones leoninas que se imponían al trabajo. Algunos funcionarios se permitieron ir contra las órdenes superiores y conceder que los patrones negociaran un poco con sus trabajadores. Todos ellos, a las pocas semanas, fueron cesados de sus puestos.
Si algo urge modificar en nuestro sistema constitucional y político es el régimen judicial laboral. Hay que disolver las Juntas e instituir en su lugar verdaderos tribunales de justicia, donde haya jueces que digan el derecho de cada quien y no representantes del Ejecutivo que dictan la razón de Estado del Ejecutivo. Ese sistema judicial nuevo debe, además, como lo han postulado nuestros más insignes constitucionalistas y iuslaboralistas, ser parte integrante del Poder Judicial y ser sólo federal, porque esa materia no tiene razón de dividirse en “local” y “federal”. Por desgracia, aquí no puedo invocar la Constitución, porque está visto que en ella misma radica el huevo de la serpiente. En esta materia hay que crearlo todo ex novo, de la nada.
En sus obras de derecho del trabajo, el insigne maestro Mario de la Cueva justificó las Juntas, sobre todo, por su papel conciliador. En las suyas Néstor ha hecho hincapié en la imposición que se genera, por su estructura misma, de la razón de Estado en la lucha de clases. Amo a mi maestro De la Cueva, que además fue un constitucionalista de los buenos, pero en esta materia yo estoy con mi amigo De Buen. Hay que desaparecer las Juntas y establecer un verdadero sistema judicial laboral. El que tenemos es una inmundicia y Néstor dio muy buenas razones sobre ello en su artículo al tratar del conflicto minero. Me gustaría que nuestros políticos bajaran del éter en donde se mueven y, finalmente, se dieran cuenta de que ésta es una cuestión vital para el pueblo mexicano.
Al corrector de mis artículos no le gusta el modo en que yo subrayo o entrecomillo. Muchas veces se permite omitir palabras (en mi artículo desde Italia yo escribí que mi esposa estaba absolutamente libre de prejuicios “racistas” y me suprimió el calificativo). En mi artículo sobre el PRD me eliminó unas comillas que puse sobre la expresión líder “moral” (no sé si por- que él cree que sí lo es y no lo que dicen). Me suprimió la mayúscula inicial de mi expresión Chuchos y Bejaranos y a los últimos no los subrayó. Le quiero decir, finalmente, que hay una gran diferencia entre “no hizo menos al”, como él me puso, y “no hizo a menos del”, como yo escribí, al referirme a la relación de López Obrador con el PRD.