Usted está aquí: miércoles 25 de julio de 2007 Cultura Harry Potter y la democratización de la lectura

Javier Aranda Luna

Harry Potter y la democratización de la lectura

Ampliar la imagen Kristin Turgeon, niña invidente de 11 años de edad, lee la versión en Braille del volumen final de la saga de Harry Potter, en Boston, Massachussets Kristin Turgeon, niña invidente de 11 años de edad, lee la versión en Braille del volumen final de la saga de Harry Potter, en Boston, Massachussets Foto: Reuters

Debemos a una empleada de la editorial Bloomsbury -que rescató el manuscrito de Harry Potter de una pila de textos abandonados- la publicación de uno de los libros más leídos en el mundo.

Si el primer volumen, Harry Potter and the Sorcerer's Stone, sorprendió por una inusitada demanda de lectores, el séptimo y último volumen de la saga del mago huérfano, Harry Potter and the Deathly Hallows, vendió 8.3 millones de ejemplares en 24 horas, según datos de la agencia española de noticias Efe. Algo así como 5 mil ejemplares por minuto.

Los jóvenes lectores que abarrotaron las librerías querían saber, sin duda, cuál sería el final de Harry Potter y sus amigos. Si el mal acabaría liquidándolos o no y de qué manera. Las líneas: ''The scar had not pained Harry for nineteen years. All was well", que leyó emocionada la pequeña Carolina, como a estas alturas cientos de miles, serán las más recordadas de cualquier libro en mucho tiempo por las varias generaciones de lectores que fueron atrapados por esta historia entregada por Rowling a lo largo de 10 años.

La autora de la asombrosa saga, que cautivó a cientos de miles antes de ser llevada a la pantalla grande, padeció lo que aún padecen algunos escritores: el rechazo de muchas agencias literarias para publicar el primer volumen de Harry Potter.

El editor Bloomsbury convenció a Joanne Rowling para utilizar sólo sus iniciales en las portadas de los libros pues, según él, un nombre femenino atraería menos la atención de los niños. Joanne decidió agregar Kath-leen, el nombre de su abuela, como segunda inicial.

La obra de JK Rowling a la fecha no cuenta con el beneplácito de la alta crítica literaria. El Juicio Final de las letras, de Harold Bloom, considera, desde su metafísico Valle de Josafat, que los volúmenes de Harry Potter son nocivos.

Yo creo lo contrario. Más aún: me parece que su famoso Canon ha sido más nocivo que benéfico, pues más que un ejercicio de lectura parece un mero producto de mercado. Creo que su Canon fue diseñado más para ser comprado como una enciclopedia compacta que para ser leído. No me extraña que Bloom menosprecie la obra de Rowling. No me extrañaría que este profesor seducido por el mercado publique, en un futuro, un largo ensayo sobre por qué la saga de Rowling no es literatura.

Pocos escritores escriben lo que merece ser leído. Esa puede ser una de las razones del éxito de Harry Potter. Otra, que existen los textos vivos y los que sólo son literatura.

De cualquier forma esta saga nos ha demostrado que la democratización de la lectura no puede ser dictada por los sacerdotes de la academia a la manera de Bloom, ni por una política educativa o artística sino mediante esa masa informe que, a lo largo de los años hace, con su lectura, que los libros permanezcan.

Ignoro cuál será el futuro de estos siete volúmenes escritos por JK Rowling. Sólo vislumbro su presente y sé que sin presente el futuro no existe. Ahora que hay más cinismo y audacia que ánimo de contar en buena parte de los catálogos editoriales, celebro que miles de jovencísimos lectores anónimos, lejos de prejuicios, colaboren a la democratización de la lectura. El genio de Rowling fue mostrar a millones que los libros pueden ser divertidos y eso, en un mundo donde la cultura audiovisual reina, no es poca cosa.

También Rowling mostró a editores y libreros que los mamotretos sin ilustraciones pueden ser y son leídos si tienen algo qué decirnos. Y finalmente mostró, a los críticos y a los publicistas (cada vez se vuelven más la misma cosa) que, sin toda esa plataforma que manejan, la lectura es, a final de cuentas, cosa de dos que pueden ser miles: la correspondencia, el diálogo que mantienen en silencio, un par de desconocidos.

 
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