Ciudades hermanas
Acabo de llegar de la ciudad de Chicago, a donde fui invitada por el campus que tiene la Universidad Nacional Autónoma de México, la entrañable UNAM, a dar la conferencia De Tenochtitlan a la ciudad de México del siglo XXI, conjuntamente con el historiador estadunidense James R. Grossman, cuya conferencia People and urban space in Chicago's history versó acerca de los fundadores y el espacio urbano en la historia de Chicago. El es director de la Biblioteca Newberry, que custodia uno de los acervos de planos de América más importantes del mundo; entre otros, conserva uno de los originales, coloreado, del plano que mandó hacer Hernán Cortés en el siglo XVI.
Ambas urbes fueron declaradas hace varios años ciudades hermanas y en esta ocasión se recordaron sus mutuas historias, teniendo como marco el hermoso edificio sede del Museo Nacional de Arte Mexicano, que ahora muestra una exposición sobre Nahui Ollin.
Los orígenes de las dos ciudades fueron a la vera de lagos: la primera, cruzada de canales; la otra, de un caudaloso río, que aún conserva y que permite disfrutar de maravillosas vistas de arquitectura urbana, que se aprecian soberbiamente paseando en un barquito, que surca sus límpidas aguas color verdeazul.
Han conservado sus construcciones antiguas de ladrillo rojo, restaurándolas y adaptándolas al uso actual, que conviven armoniosamente con imponentes rascacielos, que en el horizonte brindan un paisaje muy impresionante, que poco le pide al neoyorkino. Con fríos inviernos de ocho meses, en el verano llenan la urbe de flores multicolores, que le imprimen un aspecto festivo que invita a caminarla.
Un paseo indispensable es por la avenida Michigan, que es -toda proporción guardada- su Paseo de la Reforma, muy amplia, con un camellón jardinado y bordeada de espléndidas construcciones que alojan tiendas de súper lujo, restaurantes, oficinas y departamentos, obviamente para ricachones.
Muchos de ellos se ve que aman el arte y son generosos, ya que han apoyado, según muestran infinidad de plaquitas de bronce, al Instituto de Arte, que es un museo magnífico, que entre otras obras de primera conserva el que se considera el mejor cuadro del pintor puntillista Seurat, que perteneció a la generación de los impresionistas franceses, de los que tiene una excelente colección, conformada en su mayoría por donaciones.
En esta ciudad se calcula que hay alrededor de dos millones de mexicanos, que son parte importante de la bollante economía de Chicago; de hecho, la avenida 26, que se encuentra en el barrio mexicano, es el segundo sitio, después de la avenida Michigan, en donde se produce más riqueza. Conmueve su arraigo emocional con México, ya que en los barrios que habitan nuestros esforzados compatriotas, se vive la cultura mexicana en su sentido más amplio.
Es fácil comprender el valor que tiene la escuela que abrió hace escasos seis años la UNAM, que bajo la dirección de Fausto Vallado, hombre culto, sensible y apasionado, se ha venido ganando un lugar importante dentro de la comunidad mexicana y entre los estadunidenses que quieren acercarse a la cultura de nuestro país. Además de clases de inglés y español, hay la oportunidad de concluir el bachillerato y estudios profesionales. Muy demandadas las enfermeras, les han brindado apoyo para su profesionalización, lo que les ha abierto muy buenas oportunidades de trabajo
Otro encanto que tiene la institución es que ocupa un bello inmueble antiguo de ladrillo rojo, con un enorme elevador de carga, en donde es fácil imaginar a Al Capone y su banda haciendo alguna maldad. Fue una magnífica adquisición que va a permitir el crecimiento, ya que ahora ocupa sólo una parte y con buen tino alquila lo demás, pero ya está ahí, para ampliarse cuando sea necesario, lo que seguro sucederá, en la medida que la población conozca y valore lo que le ofrece la escuela.
Muy orgullosos regresamos de la UNAM, conminados a volver a esa ciudad fascinante y dispuestos a disfrutar la nuestra, que no se queda atrás, aunque hayamos cometido el crimen de secar los lagos y los ríos. No perdemos la esperanza de que algún día se lleve a cabo el proyecto del arquitecto Alberto Kalach, de volver a dar vida al Lago de Texcoco.
No se rían pero regresé con un antojo tremendo de comer una tlayuda con asiento y tasajo, acompañada de un mezcal, con su sal de maguey, así es que bajando del avión me trasladé a la colonia Guerrero, que por cierto, qué bonitas casonas conserva, a la calle de Violeta 92, sede del restaurante Oaxaca en México. Aquí me recibieron con un tamalito de chipil y el aperitivo; después vinieron la tlayuda, mole negro y coloradito y demás suculencias oaxaqueñas.