Usted está aquí: miércoles 18 de julio de 2007 Opinión Política y cáncer

Arnoldo Kraus

Política y cáncer

No se requiere ser médico para diagnosticar lo que sucede en México y en buena parte del mundo: en muchos países prevalecen la injusticia, la miseria, la desnutrición, el odio, las guerras, el expolio, la corrupción, la impunidad, los daños a la naturaleza, las patologías evitables. "Enfermedad política" es el diagnóstico y el ser humano, transformado en político, el responsable de buena parte del pathos. Aclaro que no todo el daño es responsabilidad de los políticos ni que todos sean generadores de enfermedad; algunos logran ver más allá de sus narices y consiguen anteponer las demandas de los ciudadanos y de la nación sobre sus intereses personales. En México, salvo muy honrosas excepciones, casi no han existido esos dignatarios.

¿Es lícito afirmar que buena parte de la catástrofe que se vive en México, donde uno de cada dos ciudadanos sobrevive en la miseria o en la pobreza es responsabilidad de los políticos? ¿Es correcto aseverar que buena parte de los males que afectan al mapamundi se debe a los intereses mezquinos de los políticos y a su contumacia? ¿Es cierto que la mezquindad y la contumacia son "características" que asfixian el diálogo y que impiden colocar los intereses de las naciones y la supervivencia de los seres humanos y del planeta en primer lugar? A las tres preguntas respondo afirmativamente. Una mirada médica puede sintetizar, desde la perspectiva de la enfermedad, la realidad planetaria: aunque política y cáncer no son sinónimos, en mucho se parecen. Hago acopio de la sabiduría médica.

Son seis las características del cáncer: inmortalidad, regulación anormal del crecimiento, autosuficiencia, evasión de la apoptosis, mantenimiento de la angiogénesis y metástasis.

No requieren explicación las siguientes similitudes. Quizás, como parte de su condición, muchos mandatarios buscan la inmortalidad: ¿cuántas calles llevan en México el nombre de políticos siniestros?, ¿cuántas estatuas de Stalin, Ceausescu, o de otros seres similares se han construido para luego ser derribadas?, ¿cuántas veces aparecen en Internet nombres tan nefandos como el de Menem o Pinochet?

La regulación anormal del crecimiento es otra característica que se entiende por sí sola. Así como las células malignas "desoyen las órdenes" de las contrapartes sanas, los políticos crecen y se reproducen sin ninguna regulación; su poder les permite continuar su camino sin escuchar, proliferar, y clonarse sin cesar; les permite también ungir seres similares e incondicionales con tal de no desaparecer del mapa. La autosuficiencia, aunque más clara en los cánceres, también es evidente en los políticos: pensemos en el ideario de George W. Bush con respecto a la guerra de Irak y su sordidez ante las advertencias reiteradas de propios y extraños, o bien, en la desazón que vivíamos en México cada vez que la señora Marta S. de Fox aconsejaba a su marido y también ex presidente Vicente Fox.

La apoptosis es un término médico que requiere definirse: se refiere a la muerte celular programada, que, en lenguaje llano, significa, que las células, cuando envejecen, mueren porque existe un mecanismo interno regulador que detona el fin de la célula por la simple razón de que es vieja. Como es de esperarse, los políticos son, en (muy contadas) ocasiones, seres creativos; en este sentido, son antiapoptósicos: han logrado crear caminos para no morir a pesar de las vilezas cometidas.

Angiogénesis se refiere a la generación de vasos sanguíneos como medio indispensable para nutrirse; esta particularidad es una de las maniobras más admirables de los tumores: sin el flujo de sangre fallecerían. Los políticos, cancerosos o no, hacen lo mismo: generan vías y caminos para expandirse, para apropiarse, para continuar. Metástasis, como se sabe, implica la diseminación del tumor a otro sitio. En el arte de las metástasis los políticos son maestros: no existe reglamento, ni ley, ni orden, ni amo, ni Dios -anarquismo dixit- que los contenga. Llegan a donde nadie ha llegado, destruyen donde nadie ha destruido, proliferan donde nadie ha nacido.

De acuerdo con Antonio Cabral, médico y crítico lector de la vida, es indispensable agregar otra característica, tanto a los tumores como a los políticos: asegura que ambos son mortíferos. Cabral tiene razón, pero no toda la razón: a diferencia de muchos cánceres que logran ser vencidos por la ciencia médica, casi todos los políticos son siempre mortíferos.

 
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