Usted está aquí: jueves 5 de julio de 2007 Gastronomía Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
http://antrobiotics.blogspot.com y [email protected]

Ciudades II: final en Chueca

Ampliar la imagen El Museo del Jamón, con sus eternas patas de Joselitos, 5 Jotas y Eusebios, queda a unos pasos El Museo del Jamón, con sus eternas patas de Joselitos, 5 Jotas y Eusebios, queda a unos pasos Foto: Tomada de www.talkingtree.com

I

No se si esto es una salmonelosis, pero no me había sentido tan mal desde que Rocío intentó asesinarme con Raid Max, el primero de mayo del año pasado. Camino como flotando, como bajo la influencia de una anestesia impredecible; en la oficina vomité varias veces; no sé qué temperatura tendré, pero anoche padecí sueños aterradores. O extraños: en uno comía tapas de jamón Joselito en el Museo del Jamón, en Madrid, con V. Me sorprendía que estuviera vivo, obviamente, pero más que me dijera que él le había puesto la bufanda a la Cibeles porque había ganado el Real Madrid. Nos íbamos a coger al NH pero nunca bajaba el elevador. Cuando iba a decirle que nos subiéramos por las escaleras me desperté.

II

A Madrid los grandes glotones no le tienen mucho cariño. El querido Hasier Etxeberría, por ejemplo, atina apenas a recomendar el Nodo (Velázquez 150) de Alberto Chicote. Así va su descripción: “Como para no olvidar un tomate seco, con aceite de oliva y otros jugos sobre caballa ahumada. De quitar el hipo. O el bonito con crujientes, tostado por fuera y crudo por dentro, que era una delicia. Y un muslo de codorniz, que ni en sueños había yo imaginado. Todo así. ¡La madre que lo parió!” Y sí, es buenísimo, pero hay más cosas. V. y yo, por ejemplo, íbamos a Lhardy de toda la vida (Carrera de San Jerónimo 8), pero no a la parte de arriba, que es como el Prendes y donde hay que comer puchero madreador, sino a la tienda de abajo: barquetas de riñones, medianoches de ibérico, palitos de lenguado, huevos en gelatina, tartaletas de langostinos. (El Museo del Jamón, con sus eternas patas de Joselitos, 5 Jotas y Eusebios, queda a unos pasos.) En el centro también, en la Cava Baja, huevos estrellados con yema perfecta y patatas en Casa Lucio; por bacalao a Casa Labra; por berberechos y tarta de queso al Moaña (Hileras 4).

Pero tambien eramos unos mamones (¿quién no?): pedíamos el menú pica pica en el Arola del Reina Sofía, patatitas bravas, coca de caracol bobé y bacalao y ventresca, hamburguesitas catalanas con huevo poché, habitas con butifarra, cazuelita de pulpos y guisantes; o de plano (pero sólo una vez) el menú degustación del Santceloni: terrina de ternera con foie y pistaches, ensalada de pichón fresquísima con berenjena y salsa de aceitunas, langostinos con crema de hinojo, extraviado con membrillo y aceite de curri, lomo de ciervo con salsifís y luego de los quesos y sorbetes un borracho con pepitas de calabaza y helado de semillas de cacao. Y luego por cañas al Angel Sierra en Chueca. La última vez me quedé jetoncísimo en una banca. Un güey me despertó, que seguro me pillaría un resfriado. V., supongo, se había metido a su depa y yo me fui al NH porque al rato salía el avión. Después, en México, me hablaron para decirme que a V. se le había complicado no sé qué en un pulmón y que se había muerto hacía una semana.

III

Segun Socrates, habia la creencia de que las palabras finales de alguien que está a punto de morir tenían algo especial: “Hombres que me condenan, es tiempo de que les profetice; estoy por morir, y ésa es la hora en que a los hombres se les da el don de la profecía”. Dan ganas de escuchar las últimas palabras de quien está a punto de morir. La pobre Andrómaca, en el adiós a su marido Héctor, domador de caballos, dice: “No moriste en el lecho ni tendiste los brazos hacia mí, ni me dijiste una postrera palabra que pudiese recordar siempre, en todos los días y las noches de mi llanto”. Aunque hay de últimas palabras a últimas palabras. Las de Sócrates son un poco anticlimáticas: “Critón, le debo un gallo a Esculapio; ¿recordarás pagar la deuda?”; es decir: hay que sacrificar un gallo para el dios de la medicina y la salud pues, como Pope escribió, Sócrates sanaba “of this long Disease, my Life”. Las de Kevin Spacey en LA Confidential son una clave para desentrañar una red de corrupción: “Rollo Tommasi”. (Hay que verla para comprender su densidad.) Shakespeare es especialista en últimas palabras. La gente recuerda las de Juliet: Yea noise?/ Then ile be briefe. O happy Dagger./ ‘Tis in thy sheath, there rust and let me die, pero las de Romeo, envenenado, son más cabronas: Come bitter conduct, come vnsauory guide,/ Thou desperate Pilot, now at once run on/ The dashing Rocks, thy Sea-sicke wearie Barke:/ Heere’s to my Loue. O true Appothecary:/ Thy drugs are quicke. Thus with a kisse I die: Ay, boticario, rápidas son tus drogas... Las palabras finales de Hamlet en el first folio se graban como un tatuaje venenoso: The rest is silence. O, o, o, o...

Casi tan especialista como Shakespeare es Jesús, que en los varios evangelios se echa algunas memorables. Por ejemplo, las que están en Lucas (23:46): “Entonces Jesús, clamando á gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, espiró.” O cuando el pobre se muere de sed en el capítulo 19 de Juan: “Después de esto, sabiendo Jesús que todas las cosas eran ya cumplidas, para que la Escritura se cumpliese, dijo: Sed tengo. Y estaba allí un vaso lleno de vinagre: entonces ellos hinchieron una esponja de vinagre, y rodeada á un hisopo, se la llegaron á la boca. Y como Jesús tomó el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, dio el espíritu”. Y por supuesto el peor momento. Está en el libro de Mateo (c.27), el más tramposillo de los evangelistas, que hace al joven Jesús (¡33 años apenas!) ser demasiado patético: “Y cerca de la hora de nona, Jesús exclamó con grande voz, diciendo: Eli, Eli, ¿lama sabachtani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Ahora que la salmonela me tiene en cama, incapaz de desdoblarme del dolor, con sueños absurdos, extrañísimos, terribles, me pregunto si alguien querrá escuchar mis últimas palabras y, más aún, si valdrán la pena. De repente pienso que me gustaría saber cuáles fueron las últimas palabras de V. De repente, también, pienso: “Da igual.”

 
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