Escucha el Presidente peticiones de habitantes en uno de los municipios más pobres
Primer baño de pueblo en 6 meses 18 días en el poder
Mecatlán, Ver., 18 de junio. Durante más de 10 minutos, el presidente Felipe Calderón estrechó manos, repartió besos y recibió toda clase de peticiones de ayuda, hasta que una mujer lo confundió con el gobernador de Veracruz.
"¡Qué milagro, Fidel, qué vienes!", lo saludó la anciana. "Ese es otro, no soy yo", respondió medio serio, pero la dejó pasar y cruzó la calle a seguir con éste su primer contacto cercano con el pueblo en seis meses y 18 días de gobernar.
El Presidente sudaba, pero perserveró y siguió aproximándose a los habitantes de uno de los municipios más pobres del país, quienes, detrás de las vallas metálicas, se mostraban ansiosos de plantear sus necesidades.
Necesidades que Ignacio de Luna, beneficiario de Sedeso, había resumido en la ceremonia oficial cuando contó que los campesinos no tienen tierra donde trabajar, sienten "tristeza" porque los precios del café están muy bajos y los jóvenes dejan sus estudios a medias.
El hombre, de camisa, calzón de manta y huaraches, se quejaba en el micrófono de que no reciben dinero de los proyectos productivos, porque hay organizaciones que los manejan "políticamente". Otro lo secundó con un grito: "¡Que le bajen los sueldos a los diputados!"
Calderón Hinojosa llegó a un estado donde ya huele a elecciones. Como el 2 de septiembre los veracruzanos elegirán diputados locales y presidentes municipales, la propaganda inunda este pequeño pueblo.
Pero la figura principal de los carteles no son los futuros candidatos, sino el gobernador veracruzano, Fidel Herrera Beltrán, quien mandó colocar en la cancha de basquetbol con techo de láminas -que sirvió de auditorio- mantas rojas con enormes fotos suyas.
En estas, el ex senador priísta aparece llevándose la mano al pecho con la frase: "Esta comunidad es beneficiada con el programa Piso fiel", a la que sólo le faltaba la d para que fuera "Piso Fidel".
Finalizado el acto y animado por los gritos de "¡Felipe, Felipe!", el Presidente llamó a la banda de música El Palmar, que a esa hora ya amenizaba la despedida, para que lo acompañara a hacer una caminata por la agreste calle principal de Mecatlán.
Eso sí, la seguridad no aflojó. En los techos de algunas casas, las mejor construidas -las de concreto y no de teja o de palma, como las que abundan aquí- había elementos del Ejército que no perdían detalle de sus movimientos.
Junto al mandatario, el general Jesús Castillo, el teniente coronel Mario Castro y unos cinco elementos del Estado Mayor Presidencial consentían los acercamientos, pero mantuvieron estrecha seguridad en medio del gentío, ése que generalmente es observado por los funcionarios desde los templetes o las camionetas.
Para precisar, el recorrido duró 16 minutos y segundos, en los que Calderón aguantó la aglomeración y se dejó tocar por los habitantes de esta comunidad totonaca. Las mujeres, algunas vestidas de gala con quixquén bordado, y otras con sus ropas de diario, se estiraban para besarlo y abrazarlo o le acercaban a sus hijos.
Sus ayudantes no se daban abasto. Los oficios, los pedazos de papel, los carteles, los fólders, pasaban de mano en mano hasta que el Presidente volteaba hacia los colaboradores de la secretaria de Desarrollo Social, Beatriz Zavala, con una instrucción: "Oiga, tómele los datos, por favor".
A veces el mandatario veracruzano se despegaba de su invitado, pero se movía con familiaridad y hasta parecía complacido con la multitud. "Somos fieles a usted, gobernador", le gritó una mujer, que como otros lucía una chillante playera roja con el nombre de Fidel, quien le obsequió su tarjeta personal.
Con menos soltura, Calderón respondía con expresiones como "Déjeme un papelito" o "Déme una tarjetita para acordarme" a los habitantes que enunciaban todo tipo de peticiones: un jardin de niños, médicos, agua potable, obras, becas, empleo.
Lejos de hacer promesas en automático, llegó a aclarar incluso a los peticionarios que no todo corresponde a la Federación. "Vamos a ver qué podemos hacer, porque nosotros nos encargamos del Seguro Popular", respondió en torno a la precariedad de una clínica.
Y cuando faltaban unos metros para que la hilera terminara, el Presidente alzó la vista y puso fin a la marcha con un "¡Vámonos!" El gobernador alcanzó a aconsejar a los que gritaban porras en su nombre: "Mejor échenle una a Felipe".