Convento prodigioso
En la populosa delegación Iztapalapa se encuentra el antiguo convento de Culhuacán, una de las construcciones del siglo XVI más hermosas e imponentes de la ciudad de México. Fue edificada por los agustinos en esa zona que tuvo gran importancia en la época prehispánica, ya que los culhuas que la fundaron, entre los años 600 y 800 de nuestra era, conformaron con Tula y Otumba el núcleo del imperio tolteca hasta su decadencia, alrededor del año 1100, y finalmente, en el siglo XIV, cayeron bajo el dominio del poderoso imperio de México-Tenochtitlán.
Tras la conquista, los primeros evangelizadores fueron los franciscanos, quienes al poco tiempo se la cedieron a los agustinos, que construyeron el convento como centro para la enseñanza y el aprendizaje de lenguas.
En 1756, año en que la corona española despojó de buena parte de su poder a las órdenes religiosas, se convirtió en casa parroquial. La útil guía que proporcionan en el lugar nos informa que al paso de los años sus usos se diversificaron, siendo un tiempo cuartel zapatista, cayendo en un severo deterioro, que se aprecia en unas fotografías que se exponen en el museo de sitio.
Afortunadamente, en 1944 fue declarado monumento histórico y se inició su restauración, que aún continúa gracias a la pasión y empeño de su actual directora, Thelma Fong, quien, cuando se atora la carreta presupuestal del Instituto Nacional de Antropología e Historia, del que depende el añejo convento, consigue donativos y las mejoras no se detienen.
La construcción es de sólida piedra negra, pero lo que es verdaderamente excepcional es la pintura mural que la adorna con profusión. Aparecen personajes de la orden de los padres agustinos, escenas de la vida de Cristo y exquisitas formas vegetales. La pared del pórtico de acceso está decorada con una cenefa, que resguarda una serie de marcos policromados en el más puro estilo barroco. El vestíbulo muestra la figura de San Agustín, protegiendo a representantes de las órdenes religiosas.
El bello claustro jardinado luce frescos con figuras de ángeles, que sostienen medallones con santos y mártires de la Iglesia. Originales pinturas, posiblemente realizadas por tlacuilos locales, decoran dos esquinas de la planta baja. La mayor parte de los frescos son en grises y negros, pero algunos tienen brillante colorido, en el que sobresale el azul.
La parte alta del claustro conserva algunas de las pinturas más notables, sin duda elaboradas por artistas excelsos, que dominaban el arte plateresco y renacentista: en las esquinas se representan pasajes de la vida de Cristo; en el lado suroeste un fragmento de la Adoración de los pastores y la Adoración de los Reyes; al noreste sólo se salvó una representación de la Entrada de Jesús a Jerusalem.
La esquina sureste se destruyó cuando se levantó la nueva iglesia. Entre las pinturas que decoran los entrearcos, sobresale Los mártires agustinos, que se considera una obra maestra de la pintura mural novo hispana por la excelencia y finura de su trazo. Este antiguo convento sin duda es el que custodia la mejor y más abundante pintura al fresco del siglo XVI en la ciudad de México. Conserva también los restos de la vieja iglesia de esa centuria, muy impresionantes por su dimensión, que se advierte en los altos muros y las basas de las columnas.
Recientemente volvió a la vida el antiguo desembarcadero, que data de la época prehispánica. Tras varios años de esfuerzos, la directora logró que se colocara una geomembrana, para evitar que se filtre el agua, y ha sembrado especies endémicas como ahuejotes, fresnos, pirules y ahuehuetes, que algún día van a acercarse en tamaño y frondosidad a los añejos e inmensos fresnos que sombrean los bien cuidados jardines, en donde los adultos mayores ponen sus mesas para jugar ajedrez y dominó, después de asistir a los talleres y eventos culturales que hay toda la semana.
El impecable convento conlleva detrás un intenso trabajo de restauración y mantenimiento que lo tiene, citando un dicho de las abuelas, "como tacita de plata". Impresiona conocer todo lo que se ha llevado a cabo para evitar las humedades y salvar los frescos. Como seguro lo va a querer visitar le doy la dirección: calle Morelos esquina con avenida Tláhuac; misma vía en donde se ubica la cantina Salón Florida, en el número 825.
El sitio es amplio, moderno, luminoso y limpísimo; con decirle que la cocina está a la vista. El servicio es magnífico y la comida, deliciosa. La especialidad es el cabrito, pero no se quedan atrás la lengua a la veracuzana, que le sirven en un enorme y bonito platón de barro, y el pámpano al epazote. Como cantina de prosapia, ofrece botana de cortesía con las bebidas y tiene buenas tortas.