Número
131 | Jueves 7 de junio de
2007 |
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Por Maria Mansilla* Una vez viajé en avión, fue cuando estuve más grave, cuando estuve con mi enfermedad y me llevaron a ver a un médico a México. Yo me sentía muy mal, puro vómito y calentura. Pero ahorita ya no me estoy enfermando. Me gusta viajar en bus, a la doctora vamos en autobús. La doctora sí me trata bien. No le tengo que preguntar nada porque ella me lo cuenta todo. No conozco a otros chicos de mi pueblo que tengan VIH/sida. Y no voy a un lugar donde haya otros chicos como yo, para hablar y hacer grupos y eso. Tomo medicina y pronto iré a México, a consulta. Voy a ir con mi abueli... con mi mamá. Vivo con mi abuela, ella me cuida mucho, yo le digo mi mamá. Porque mi mamá se murió cuando yo era pequeña. Menos de dos años tenía cuando me empecé a enfermar, y mi mamá no sabía qué tenía. Un doctor en mi pueblo dijo que me llevaran a mi casa porque me iba a morir porque no había remedios. Después, en el pueblo nos despreciaban. Mi mamá que ahora tiene 73 años siempre vendió una bebida típica de Chiapas que se prepara con cacao y maíz y se llama pozol, y le habían dejado de comprar porque nos tenían miedo. Yo dejé de ir tres años a la escuela. Porque, la primera vez, mi mamá me inscribió sin decir nada, pero cuando empecé con molestias los maestros se dieron cuenta. Los padres de familia habían sacado a sus hijos de la escuela, a más de 40 niños me dijo mi mamá que sacaron de la escuela. Decían para qué quería yo estudiar, si de todas formas me iba a morir. Otros dijeron que estaban dispuestos a pagar un maestro particular, pero no me querían en la escuela. Entonces el director me expulsó. Entonces me enfermé muy grave, del ánimo y también de los pulmones, y como en el hospital no tenían los medios para atenderme me tuvieron que llevar a México. Pero después vinieron de allá de México, de los derechos humanos, a inscribirme. Ahora me aceptan, ven que no estoy enferma. Todas las personas que nos trataban mal ahorita ya no. Hubo una señora que decía que no me dieran la medicina, que me dieran algo para que ya me muriera. Pero llegó un doctor a dar pláticas en la escuela y se enojó mucho con esa señora, le dijo que se callara porque dijo que no sabía si no tenía otra enfermedad más grave ella. Vivo en Ocozocuautla, en un pueblito pequeño de Chiapas, a 3 mil kilómetros de México. Los sábados voy al catecismo y los domingos voy a misa y luego voy a pasear con mi papá, Arturo, él me adoptó. Porque mi papá también se murió. Ya el lunes voy a la escuela. Mi maestra es bien buena. De lo que me enseñan en la escuela lo que más me gusta es hacer dibujos y colorearlos y contar cuentos. Mi cuento favorito es el de Pinocho, porque es chistoso. También me gusta Ricitos de oro, y cuando juego a las escondidas mi escondite es debajo de la mesa. No hay nada que no pueda hacer por tener el VIH/sida. Pues la doctora me ha dicho que los vidrios que se cortan no los toque porque me puedo cortar. Mis mejores amigas no saben que lo tengo. Para pintar, me gusta el color rosado, el azul y el morado. En mi casa tengo nada más un gatito. Nunca navegué en Internet. Mi casa es pequeña, viven mis tías con mi primo. Yo sé cocinar un poquito, me gusta cocinar plátano frito. Cuando estoy sola me gusta mirar la tele, caricaturas o novelas. Nunca vi que en la tele se hable del sida. El regalo más hermoso que recibí en mi vida fue una playera verde. Mi cumpleaños es el 8 de septiembre. Ese día me gusta que vayan mis amigas a mi casa. Cuando sea grande me gustaría ser enfermera. Porque ahorita estoy trabajando en una farmacia. Ahí estoy trabajando con un señor que lo conozco y lo ayudo pero él me ayudó a mí dándome trabajo, y cuando estoy enferma me ayuda con las medicaciones. También me paga, y con eso ayudo a mi mamá. * Texto tomado del libro Ynisiquieralloré. Testimonios de niñas y adolescentes latinoamericanas viviendo con VIH/sida, Comunidad Internacional de Mujeres viviendo con VIH/sida y Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, 2007. |