Vinos
El vino y la Segunda Guerra Mundial
Ampliar la imagen Portada del libro de Don y Petie Kladstrup
COMO LAS JOYAS del museo del Louvre, el vino fue un preciado tesoro que los franceses buscaron resguardar de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
POR ESO RESULTA atractivo leer La guerra del vino, escrito por Don y Petie Kladstrup, ambos periodistas estadunidenses, que rescata este episodio poco conocido en México, por medio de los testimonios de familias de viticultores de las regiones de Borgoña, Alsacia, el valle del Loira, Burdeos y la Champagne, así como de cartas, bitácoras de ferrocarriles y otros documentos de la época.
LA OBRA PUBLICADA en México por Ediciones Obelisco parte de un hecho innegable el vino es cardinal en la cultura francesa. Si no -se preguntan los autores- ¿cómo explicar que lo primero que hizo el rey Luis XI en 1477, tras conquistar la Borgoña, fue conquistar toda la cosecha de Volnay para sí mismo? ¿O por qué Napoleón Bonaparte procuraba a sus ejércitos las mejores botellas?
ASI FUE COMO durante la invasión nazi los viticultores protagonizaron su propia batalla para salvaguardar sus valiosos crus. Es por eso que se convirtieron expertos en "engañar" a sus invasores para evitar que fueran despojados de sus botellas selectas. Por ejemplo, las ocultaban detrás de paredes, de barriles o colocaban etiquetas falsas a las de peores cosechas para hacerlas aparecer como excelsas y llegaron a robar vagones de ferrocarril con cargamento destinado a sus enemigos.
A LO LARGO de más de 300 páginas cuenta cómo el vino fue determinante en algunas regiones y momentos de la guerra. Y da cuenta del aspecto poco difundidos de sus protagonistas. Se puede encontrar que el ministro de propaganda, Joseph Goebbels, se enorgullecía de sus conocimientos sobre el vino, o del mariscal francés Philippe Petain que fue obsequiado con una finca en Burdeos, que le quitaron cuando el gobierno de Vichy fue desconocido.
QUIZAS EL CAPITULO que describe mejor el papel de la vid es el de "Los weinführers". La jerarquía nazi apreciaba tanto los buenos vinos franceses -aunque al parecer no fue el caso de Adolfo Hitler, porque se cree que no bebía- que comisionó a especialistas de su país, llamados weinführers para que lo compraran, claro a precios castigados, debido a que el franco fue devaluado por los alemanes.
PARA LLEVAR A cabo la selección y la compra, el Tercer Reich envió a Champagne a Otto Klaebisch, un productor de vino espumoso y agente de varias empresas de champagne en Alemania; Adolph Segnitz, jefe de A. Segnitz and Company, y agente en Alemania de Domaine de la Romanée-Conti, fue comisionado en Borgoña. El más importante de ellos, Heinz Bömers, que dirigía la mayor empresa importadora de vinos de Alemania, Reidmeister & Ulrichs, fue asignado a Burdeos.
TAMBIEN DESCRIBE LAS ingeniosas fórmulas que idearon los productores para acceder a materias primas confiscadas, el festín que organizó un grupo de presos con el fin de beber un pequeño vaso de vino y cómo muchos viticultores alimentaron las filas de la resistencia desesperados porque veían languidecer una de las industrias más importantes del país.
PERO UNA VEZ concluida la ocupación y con la entrada de los aliados a Alemania vino la etapa de los descubrimientos: eran los botines de guerra, bodegas repletas de vinos legendarios que fueron hechos por los Rothschild, los Lafite, los Mouton y las grandes casas de Champagne, como Drug, Bollinger, Moët, Pomery.
AUNQUE ESTE LIBRO llegó con siete años de retraso a las librerías mexicanas (en Gandhi se puede encontrar) su lectura vale la pena, porque a diferencia de Europa, en México el material disponible es escaso y, sin duda, esta combinación de historia y vid puede resultar atractiva para entender que hay más allá de la etiqueta de un maravilloso vino francés.