60 Festival de Cannes Ultimos estertores de la competencia ... y pronósticos reservados
Cannes, 26 de mayo. No siempre las películas que cierran Cannes son material de relleno. A veces -como ocurrió con Deseando amar, de Wong Kar-Wai, o El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro-, algunos títulos de peso se programan al final, debido a una apretada fecha de terminación. No ha sido el caso este año. Promets-moi (Prométemelo), producción francesa dirigida por el ex yugoslavo Emir Kusturiça, fue la insufrible demostración de qué tan vertical puede ser el desplome de un cineasta alguna vez aclamado (y premiado con dos Palmas de Oro, nada menos), y ahora convertido en fantoche internacional.
Aunque la mayoría de los colegas asistió a su estreno matutino con resignación, nadie se esperaba un castigo tan franco: una insufrible sucesión de bufonadas con más golpes, bofetones y porrazos que la filmografía completa de los Tres Chiflados, acompañada por la incesante música de la tambora balcánica de siempre, e interpretada por un reparto al parecer egresado de la Academia Capulina de la Actuación Cómica. La experiencia fue suficientemente sufridora, como para organizar una petición de que Kusturiça devuelva sus anteriores premios.
En cambio, Mogari no mori (El bosque en duelo), de la japonesa Naomi Kawase, exigía algo de paciencia al principio, pero la recompensaba con una sensual y bella comunión con la naturaleza, en lo que sus dos personajes principales alcanzan la conclusión de su periodo de duelo. Ciertamente, Kawase necesita iniciar sus películas de manera más atractiva para evitar el éxodo prematuro entre el público de festivales.
Ya prevalece en Cannes el ambiente de fin de fiesta, un día antes de que éste suceda. El mercado del cine era hoy un panorama desolado de gente empacando cajas. Y hasta el sol se negó a salir a ratos en el primer día, con lluvia, del festival. Ha llegado también el momento fútil pero inevitable de hacer pronósticos. En esta ocasión, hasta la crítica -que suele no guardar las mismas opiniones sobre el cine que el resto de la especie humana--está dividida en cuanto a cuáles películas merecen ser premiadas. Uno coincide con quienes señalan que los mejores títulos han sido: 4 luni, 3 saptamani si 2 zile, del rumano Cristian Mungiu; No Country For Old Men, de los hermanos Coen, y Miryang, del coreano Lee Chang-dong. Otros se han inclinado por Alexandra, del ruso Alexander Sokurov, o Auf der anderen Seite, del alemán Fatih Akin. Zodiaco, de David Fincher, fue bien recibida por la prensa, pero no es del tipo de producciones que cautiva a los jurados.
Por eso mismo, la más clara aspirante resulta ser Le scaphandre et le papillon, de producción francesa, pero dirigida por un estadunidense, Julian Schnabel, sobre un guión del dramaturgo inglés Ronald Harwood, con fotografía del polaco (radicado en Hollywood) Janusz Kaminski. Los cálculos apuntan en su dirección para la grande, porque es una película a fin y al cabo francesa -Francia lleva 20 años sin llevarse la Palma de Oro--, que aborda un tema humanista con un sentimentalismo discreto y dosificado.
A estas alturas, no se debe descartar ninguna posibilidad porque los jurados suelen salir con decisiones totalmente inesperadas. En una de esas, alguien recapacita que My Blueberry Nights, de Wong Kar-Wai, no era tan decepcionante como parecía hace 10 días. O que las excesivas pretensiones de Izgnanie, del ruso Andrei Zviaguintzev, son meritorias. O que el mundo estaba esperando el regreso del musical francés, según se presentó en Les chansons d'amour, de Christophe Honoré. Ya veremos mañana.