Usted está aquí: domingo 27 de mayo de 2007 Opinión Blues reformista

Rolando Cordera Campos

Blues reformista

Según El Economista (22/05/07), el presidente Felipe Calderón, al presentar el Proyecto Visión 2030, habría dicho que "el tiempo para concretar las reformas que el país necesita se agota". Tomada literalmente, la expresión calderoniana debería introducir un poco de optimismo en la pasmada escena pública mexicana. De ser así y con una ligera ayudadita, digamos la desaceleración económica en curso o el malestar social que cunde por todos lados, el país podría enfilar sus ingenios a pensar en reformar las reformas en vez
de empeñarse en seguir la pauta de los profetas de Washington que insisten en su cansina retórica
de la reformitis.

Ya encarrilados, podríamos poner en práctica lo que los japoneses nos piden: impulsar la industria de proveedores, autopartes, insumos y, para ello, darle una vuelta de tuerca a la paulatina demolición a que se ha sometido a Nacional Financiera. Se podría poner en línea al Banco de Comercio Exterior en vez de desaparecerlo de a poquito y por encima de la ley, como ocurre hoy; y la Secretaría de Economía se volvería una turbina de proyectos y promociones articulados por una sola consigna: nacionalizar la globalización, convertir las exportaciones en vectores de fuerza y cambio del conjunto industrial que queda, poner el empleo digno en el centro de la imaginación política nacional y ampliar el mercado interno gracias a la expansión de las exportaciones y
no en su lugar, como ingenuamente a veces se propone.

El Banco de México podría empezar a pensar en el crecimiento y la ocupación, preparando a sus habitantes para una ampliación de su restrictivo mandato; y Hacienda, aherrojada por el pensamiento único vuelto ejercicio de cuenta chiles, dejaría su aire misterioso y asumiría con claridad que el lamentable estado de las cuentas fiscales no se debe a que Slim no pague el IVA por las tortillas o el Melox, sino a que los pudientes y favorecidos no pagan lo que deben amparados en múltiples regímenes especiales, consolidaciones de resultados inicuas y manejos nada transparentes de sus gastos y ganancias. Por fin, tirios y troyanos caerían en la cuenta de que las cuentas malas del IMSS o del ISSSTE no se deben a los abusos de sus sindicatos o derechohabientes, sino a un sistema de pensiones arcaico, a la falta de empleo formal y legal, y a la voracidad de que hacen gala las Afores y que, por tanto, el giro obligado es hacia pensiones universales que deben ir de la mano con una efectiva universalización del acceso a la salud, sin parches como el seguro popular y entendido este acceso como un derecho humano exigible, que obliga al Estado y no al enfermo o sus familias. Empezaríamos una reforma social del Estado a la altura de nuestros tiempos e impresentables carencias e injusticias.

La reforma de la reforma económica se vería acompañada por la de la reforma política en una dirección básica: fin al dispendio a través del cambio en la pauta de la publicidad electoral, prohibiendo la compra de tiempo para esos fines y ampliando los tiempos públicos, ¡reformar el decretazo del 10 de octubre!, acompañado del inicio de una era de responsabilidad política de partidos y medios de comunicación. Cero transfuguismo y nepotismo, transparencia total en finanzas y mecanismos de elección. Los buscadores de los espots perdidos harían mutis y la política dejaría de hacerse en los tribunales, que entrarían a su vez en el túnel del revisionismo que, por lo visto y vivido en estos días, no podría dejar de lado a la Suprema Corte.

Un poco de realismo, mágico y no, y un mucho de imaginación, es lo que se necesitaría para empezar a cantar este corrido. Precisamente de lo que no hace gala el gobierno del empleo y la visión transexenal que más bien parece servirle para evitar tomar nota del presente y de sus perspectivas ominosas, para buscar nuevas fugas hacia adelante y para soslayar el inevitable llamado del calendario astronómico y político: que antes de 2030 están 2009 y 2012, años tan axiales como lo fueron 1910, 1988, 2000 o 2006, cuando la sociedad empezó a hacer las cuentas de su existencia
y decidió que podía pensar en cambiar. Lo malo es que, por ahora, las fuerzas del cambio progresivo y progresista de México se desgastan o duermen el sueño de los justos, renuncian al discurso y al proyecto, y algunos optan por la violencia absurda o la manifestación estéril. ¿Hay un 2010 en la antesala?

El tiempo no se agota. Lo que se desgasta es la mente y la voluntad cuando más se necesitan. Travesuras de la historia, tal vez.

 
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