Usted está aquí: domingo 20 de mayo de 2007 Opinión Los encantos de Gante

Angeles González Gamio

Los encantos de Gante

Entre los tres primeros franciscanos que llegaron a México, recién realizada la conquista, se encontraba fray Pedro van der Moere, que fue conocido como Pedro de Gante, por ser oriundo de esa ciudad belga. De familia aristócrata, era pariente de Carlos V, lo que le abrió la puerta grande de la Iglesia católica, obteniendo varias veces licencia para recibir las órdenes sagradas, en donde con seguridad habría alcanzado las más altas posiciones, pero él declinó los ofrecimientos y optó por el humilde carácter de lego.

A su llegada, en 1523, fundó en Texcoco una escuela para indios y al poco tiempo otra, dentro del convento de San Francisco, en la ciudad de México, a la que llegaron a concurrir hasta mil alumnos. Además de enseñarles el castellano y las primeras letras, los preparaba como cantores, músicos, bordadores, sastres, zapateros, enfermeros y doradores, algunos salieron sabiendo latín y se desempeñaron como catequistas y traductores de textos religiosos, que difundían por los pueblos.

El notable varón escribió una Doctrina cristiana en lengua mexicana, que se imprimió en la imprenta de Juan Pablos, la primera que se estableció en América.

Merecidamente, una de las calles del Centro Histórico lleva su nombre y luce un monumento con su efigie, acompañado de la figura de una niña indígena. Fue un regalo de la ciudad de Gante a la de México y se inauguró el 16 de enero de 1976. La breve vía que se abrió en el siglo XIX para mutilar el inmenso convento de San Francisco, como resultado de las Leyes de Reforma, iba de la avenida Madero a 16 de Septiembre, y en los años veinte del pasado siglo se amplió hasta Venustiano Carranza, que es donde se colocó el monumento a Gante.

Este tramo se abrió por iniciativa del arquitecto José Luis Cuevas y ahí mismo construyó, en 1925, dos magníficos edificios que aún lucen con prestancia, uno de ladrillo rojo y el otro en estilo francés con amplios balcones, que fue proyectado originalmente como hotel, aunque no llegó a utilizarse como tal, ya que fue adquirido por la Compañía de Luz, que funcionó ahí varios años y posteriormente lo compró el Banco Mexicano. Aquí me voy a permitir una breve digresión, ya que seguramente en esas épocas no sucedía lo que ahora, que los recibos de la luz están llegando con cantidades estratosféricas, duplicando, triplicando y hasta quintuplicando el pago del mes anterior. La respuesta en las oficinas, tras larga espera, es: "pague para que no se la corten y llame a un electricista para ver si su medidor está mal". Lo increíble es que está sucediendo en inmuebles que están vacíos y alguno que hace varios meses le cortaron el servicio.

Y volviendo a lo agradable, es emocionante pensar, cuando se camina por Gante, que ahí estuvo uno de los conventos más grandes del continente americano, que algunos comparaban con una pequeña ciudad ya que contaba con instalaciones como panteón, botica, huerto, jardines, bodegas, cocinas, además de su comedor para 500 personas, 300 celdas, siete lujosísimas capillas y la iglesia principal. Ya hemos comentado que de esta grandeza sólo se salvaron cuatro construcciones dispersas y una de ellas se encuentra precisamente en esta calle, encubierta por una tremebunda fachadita neogótica pintada en rosa y verde chillón. Al fraccionarse el convento, el antiguo "claustro grande" y la sacristía, pasaron a ser propiedad particular.

En 1866, Giuseppe Chiarini, que alquilaba para su circo el claustro y el templo, abrió una comunicación hacia la calle de Gante. En 1870, el propietario James Sullivan lo vendió a la Compañía Episcopal Metodista, que despojó de los nichos las esculturas de los santos que adornaban la bella fachada barroca del templo, rasparon los bajorrelieves y desmantelaron los altares. Tres años más tarde acondicionaron el claustro para convertirlo en Iglesia metodista, uso que guarda hasta la fecha. Muy gentiles los custodios, permiten pasar a visitar la hermosa construcción que está impecable, con sus arcadas en los cuatro lados, sostenidas por columnas, que en el segundo cuerpo ostentan un exquisito labrado.

Desde hace varios años, la calle de Gante es peatonal y milagrosamente se ha librado de la invasión de vendedores ambulantes, lo que ha permitido la proliferación de restaurantes y cafetines que aprovechan la anchura de la vía y su lindo arbolado, para colocar mesitas a la intemperie y poder gozar nuestro maravilloso clima y la bulliciosa vida del Centro Histórico. Aquí se encuentra, enfrente del señorial edificio que mencionamos de la Compañía de Luz, el afamado Salón Luz, esa añeja cantina que con buen ojo fundó un alemán en la entonces flamante rua. Continúa ofreciendo los platillos que le dieron renombre en esa época: la sopa de la casa, inmejorable para los convalecientes y los destemplados, con pollo, huevo, queso y verduras; los emparedados en pan negro con carne cruda y anchoas, y buenas tortas.

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