Lo estéril de la izquierda latinoamericana
Cuando más se requiere pensar en la emergencia de alternativas, la izquierda académica con un pie en la política asume la agenda de la derecha y se parapeta en el interior de la ideología y el discurso dominante. Es decir, acepta el lenguaje, los tiempos y el debate propuesto por el poder. Así, si incorpora el pensamiento ideológico de Samuel Huntington y su concepto de las relaciones internacionales, fundado en el nuevo choque de civilizaciones, entra en el saco. Como un toro cuando acude al engaño, acaba presa del matador. Preparan seminarios, organizan discusiones y derraman tinta manifestando lo discutible de las tesis, sin señalar que dicho sujeto entró a formar parte del Consejo de Seguridad de Estados Unidos en 1977 con lo cual toda su obra está marcada por practicar una defensa a ultranza de los intereses militares y políticos del imperialismo estadunidense, en todas sus dimensiones. No debe olvidarse que fue asesor de Lyndon Jonhson y justificó los bombardeos B-52 en Vietnam. En otras palabras, sus textos son una construcción ideológica para justificar la expansión de la nación estadunidense y el destino manifiesto. No responden a planteamientos teóricos. ¿Por qué no suscitan debates académicos y plantean discusiones en la izquierda tendentes a desenmascarar el sentido espurio de introducir ruido y desviar la atención del problema sobre los fundamentos reales del debate central? No debe olvidarse que Huntington ha sido rechazado como miembro de la Academia Nacional de Ciencias estadunidense, entre otras cosas, por uso indebido y manipulación de las matemáticas en sus estudios. En otras palabras: por mentir. Ello debería ser suficiente para no perder el tiempo en sus estudios. Pero son seducidos por el canto de sirenas. No son capaces de diferenciar entre una propuesta ideológica concebida como maniobra de distracción y la estrategia de dominación cultural y explotación del imperialismo. Incluso sus textos son considerados parte importante en la formación de sociólogos, politólogos y especialistas en relaciones internacionales. Seguramente, debería hacerse lo mismo con Hitler y su obra Mi lucha para explicar teóricamente el desarrollo geopolítico del Tercer Reich. Aunque resulte una comparación extrema es de la misma liza.
Otro ejemplo similar son los debates pensados para el lustre intelectual y lucimiento personal. Ese fue el caso de Francis Fukuyama y sus tesis sobre el fin de la historia. Fiasco más que monumental en todos sus apartados. Sin embargo, tuvo adeptos que no tardaron en crear una verdadera secta. Desde la izquierda no se perdió tiempo en discutir acerca de su articulado.
Mientras se refunda el orden, tras la caída del Muro de Berlín, fecha del primer artículo, 1989, y los hacedores del poder hablan del pensamiento sistémico, la teoría de la complejidad y el orden espontáneo, los fractales, el caos y se avanza en los fundamentos de las tecnociencias como ideología para la derecha neoconservadora en su nueva visión de la historia, la izquierda sigue enzarzada con Fukuyama.
Mientras tanto, en Palo Alto se adelantan décadas. En este debate Pablo González Casanova se muestra pionero al descifrar las claves en artículos que más tarde se transforman en la obra Las nuevas ciencias y las humanidades: De la academia a la política. No obstante, en tiempo real, Fukuyama copó el espacio del debate dentro de la izquierda política mundial y se desperdiciaron años en saber si la historia realmente concluye, acaba, termina, periclita o se extingue en su sentido y finalidad. Desde la publicación en 1989 de su artículo ya señalado y El fin de la historia y el último hombre en 1992 se ocultó que ese académico participaba en el Consejo de Estado, que formaba parte del grupo fundador de la nueva derecha y sus mediocres trabajos fueron impulsados como parte de una campaña para correr una cortina de humo en favor del nuevo pensamiento articulado bajo las lógicas de la complejidad. Lo irónico es que el propio Fukuyama termina una década más tarde desdiciéndose de lo afirmado. Tejer y destejer. Eso sí, su mea culpa, no ha tenido el mismo éxito en América Latina ni en el mundo. Será cosa de vergüenza y que ya no cuenta con el andamiaje de los medios de comunicación social para suscitar debates ni publicaciones capaces de mantenerlo en el estrellato y marear la perdiz.
Así, la derecha lanza el anzuelo, la izquierda lo muerde y se engancha hasta el tuétano. Luego sus pescadores se divierten, juegan. Según las circunstancias, cambian de cebo, unas veces se llama Rostow, otras Huntington, Fukuyama, Stiglitz, Soros, incluso un vicepresidente hablando del cambio climático. Siempre pondrá uno u otro según obliguen las circunstancias; habrá para todos los gustos. Se trate de plantear el concepto de la globalización, los movimientos sociales, la gobernabilidad, la bioética, las organizaciones no gubernamentales, el terrorismo o el unilateralismo. La derecha cultural es consciente de hasta dónde está atrapada la izquierda en sus agendas. Si detectan problemas, les basta con tensar el sedal, producir el desgarro del anzuelo en sus carnes; en otros términos, llamar al orden, y ver cómo se reduce la capacidad de pensar autónomamente. La heteronomía aumenta de forma exponencial. Se condicionan las becas, los presupuestos y las invitaciones. En otro orden de cosas, la izquierda, mientras juegue a ser estéril en este campo, está cada vez más constreñida a pensar dentro de las propuestas de la derecha, configurando un perfil de eruditos sin virtud para comprender nuestras estructuras sociales y de poder. En este sentido, nuevamente la excepción está en México y viene de la mano del EZLN. La actual ciencia política, al igual que la sociología pasa por el oasis del Chiapas.
Se puede comprobar con tristeza cómo la habitual crítica al neoliberalismo no se acompaña de un diagnóstico de país, principio articulador para diseñar una alternativa donde emerjan sujetos autónomos. De esta manera, la crítica estéril se caracteriza por estar ligada al hacer de la derecha, formar parte de su proyecto político y carecer de propuesta. Convertida en lastre, sus postulados resultan atractivos por su simplicidad, pero acaban transformándose en un caballo de Troya. De tal forma que desarman la izquierda, perdiéndose la capacidad de ejercicio de juicio crítico. Otros piensan por ella. Sin una reflexión tendente a favorecer la lucha ideológica anticonformista, la derecha comienza ganando la guerra, financiando debates estériles a sus opositores para alimentar egos y editar textos para satisfacción de universitarios de la izquierda política, cuya currícula es la misma medida que su anorexia intelectual.